LA HABANA.- Desde que el presidente de Estados
Unidos Barack Obama anunció el miércoles la reanudación de relaciones
diplomáticas con Cuba y el comienzo del retiro de sanciones económicas,
los estadounidenses se han presentado en el puesto de puros en el Hotel
Nacional de La Habana, donde se enrolla el tabaco de los puros usando
técnicas que apenas han cambiado desde el siglo XIX.
Los cigarros han sido un producto distintivo de Cuba
desde que Cristóbal Colón observó por primera vez en 1492 cómo los
nativos de la isla caribeña fumaban rollos de hojas de tabaco.
Fidel Castro, el líder de la revolución de 1959,
comúnmente encendía unos largos lanceros de Cohiba hasta que dejó el
hábito en 1985.
Los puros cubanos son considerados por muchos como los
mejores del mundo, especialmente marcas como Cohiba, Montecristo y
Partagás, pero el embargo comercial estadounidense bloqueó su acceso a
un mercado que el año pasado importó 317,6 millones de cigarros de alta
calidad hechos a mano.
Cuando Obama presentó su nueva política hacia Cuba, que
busca acabar con más de cinco décadas de conflicto, entre los primeros
productos prohibidos que fueron legalizados estuvieron los puros.
Bajo nuevas normas que se implementarán pronto, Estados
Unidos facilitará que algunos de sus ciudadanos que viajen a Cuba
puedan volver con alcohol y tabaco por un valor de 100 dólares.
Las restricciones podrían relajarse aún más con el tiempo.
Sin embargo, embarques mayoristas a Estados Unidos
requerirían que el Congreso de Estados Unidos levantase el embargo o que
Obama declarase una excepción a la Ley de Comercio con el Enemigo.
Pero incluso los pasos iniciales han encantado a los
aficionados a ambos lados del estrecho de Florida, así como a los
cubanos que trabajan en el sector.
El Gobierno de Cuba calcula que las ganancias de un
levantamiento del embargo a los puros y al ron podría inyectar más de
200 millones de dólares a programas sociales.
Su condición de "fruto prohibido" sólo ha acrecentado
su atractivo entre los amantes de los puros en Estados Unidos. La
existencia de un pequeño mercado negro significa que los consumidores
decididos pueden encontrarlo, pero no hay duda de que hay una demanda
reprimida.
"Tienen un cierto sello que los hace más deseables
(...) Todos desearán probar uno", dijo David Weiss, propietario de Lone
Wolf Cigar Company, que tiene dos tiendas y un salón de fumadores en
Santa Monica y en Los Angeles.
Weiss dice que las minoristas estadounidenses
comprarían directamente a Cuba si se levantan las sanciones, pero
advirtió de que las marcas cubanas se enfrentan ahora a una fuerte
competencia de otros productores, especialmente de Nicaragua y República
Dominicana.
Cuba podría además tener problemas para atender la
demanda si hay una apertura completa del mercado estadounidense, creando
preocupación entre los fumadores por una eventual subida de los precios
o una bajada de la calidad.
Sin embargo, los cigarros son una fuente de especial
orgullo para los cubanos. Los puros son un artículo de lujo en el mundo,
pero en la isla los disfrutan los trabajadores.
Hay una abundancia de puros baratos porque para el mercado de exportación sólo se usan las mejores hojas.
A los cubanos, principalmente los hombres, les gusta
tenerlos en la boca mientras juegan al dominó o simplemente caminan por
la calle.
Los turistas extranjeros que pueden permitirse la
compra de marcas de lujo se pasean por los sitios favoritos de Ernest
Hemingway, echando humo como el escritor.
"Los cubanos somos chovinistas y nos gusta decir que
somos los mejores en todo. Pero si tenemos algo de lo que podemos
sentirnos orgullosos y confiados de que es lo mejor, son justamente los
tabacos", dijo Enrique Núñez, propietario de un restaurante y miembro
del club de fumadores Puro Humo, que se reúne una vez al mes en La
Habana.
Núñez destacó el aroma y la fortaleza de los cigarros cubanos, entre los que prefiere los Montecristo.
Como muchos amantes de los puros, la única mujer del
grupo, la española Pilar Fernández, aprecia la tradición y la artesanía
que está detrás de un puro cubano.
"Es una obra de arte", afirmó Fernández. "No hay una
máquina. Se hace el tabaco como se hacía hace 200 años. Con las mismas
herramientas. Con las manos. Es totalmente del siglo XIX", comentó.
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