La revisión a la baja de las previsiones de crecimiento de la
Eurozona anunciada este jueves por el BCE ha sido de una intensidad
desacostumbrada, un auténtico tijeretazo (del 1,6% previsto en otoño se
ha pasado al 1,0% según la previsión actualizada), lo que da idea del
profundo pesimismo que impregna a los directivos
del Banco Central
Europeo.
Aún a pesar de este recorte en las previsiones, que hunde a
la Eurozona en un escenario bastante preocupante incluso para países
como España, que apuntan hacia objetivos más altos (en torno al 2%, es
decir, el doble que el conjunto de la zona), el banco no ha anunciado
medidas inmediatas como se suponía, incluso antes de que tuviéramos
información sobre su drástica revisión a la baja del PIB. Razón de más,
se supone, para implementar de inmediato una reacción agresiva y
enérgica sobre los mercados.
El análisis del BCE, sin embargo, pone el acento en las amenazas
sobre la economía europea, tanto los riesgos geopolíticos como la
atonía de la inversión y en especial la ausencia del espíritu
reformista, asunto manido pero que no acaba de convencer a algunos
Gobiernos europeos especialmente inmovilistas, como el italiano y el
francés. Estos dos países son por lo que parece la principal rémora
para el crecimiento económico de la zona euro en las presentes
circunstancias.
Lo que quizás más llame la atención del diagnóstico del BCE sobre el
futuro inmediato de la economía europea, que el banco central europeo
observa con notable pesimismo, es la ausencia de estimaciones
actualizadas sobre el impacto que pueda tener la reciente bajada de los
precios del petróleo. Quizás se trate de un as en la manga que Draghi
ha querido preservar para dramatizar los problemas de la zona euro sin
abrir horizontes a la esperanza.
Estimaciones que ya se manejan en algunos medios económicos indican
que si persiste (y todo parece indicar que así será durante uno o dos
años) el actual nivel de precios del crudo, se va a producir una
transferencia neta de renta desde los países productores (ninguno de
ellos europeos) hacia las economías consumidoras (grupo en el que entra
toda la Eurozona) que se evalúa en torno a los 300.000 millones de
dólares anuales, lo que equivale a un porcentaje comprendido entre el
0,5% y el 1,0% del PIB mundial.
Una tercera parte de esta masiva transferencia de renta podría
beneficiar a la zona euro, dentro de la cual España representa en torno
al 8% del PIB.
Las estimaciones son muy difíciles de fijar. Tampoco parece que se
trate del cuento de la lechera. Pero está claro que la caída de los
precios del petróleo, de una magnitud descomunal (un 35% en pocos meses,
es decir, unos 40 dólares por barril de crudo) es una desgracia para
algunos de los países productores (Venezuela, Rusia, Irán, México y
algún otro) en la misma medida en que supone una inyección de recursos y
bajada de costes para los países consumidores de petróleo y, a la
postre, también de gas y de otras materias primas ligadas al precio del
crudo.
Lo que esta masiva transferencia de rentas puede deparar a los
grandes consumidores tendrá que traducirse forzosamente en mayor
capacidad de consumo y por lo tanto un probable aumento de las
inversiones. Los Gobiernos europeos tendrán que estar atentos a la hora
de comprobar cómo esas bajadas en el precio del petróleo se filtran a
la economía real, lo que debería reflejar un aumento de márgenes en las
empresas y sobre todo en la renta disponible de los consumidores
finales. Parte de su renta quedará liberada para atender a otros
menesteres, lo que puede inducir un cierto estado de optimismo económico
y un aumento de la actividad.-
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