jueves, 4 de diciembre de 2014

El pesimismo del BCE y el petróleo / Primo González

La revisión a la baja de las previsiones de crecimiento de la Eurozona anunciada este jueves por el BCE ha sido de una intensidad desacostumbrada, un auténtico tijeretazo (del 1,6% previsto en otoño se ha pasado al 1,0% según la previsión actualizada), lo que da idea del profundo pesimismo que impregna a los directivos
del Banco Central Europeo.

Aún a pesar de este recorte en las previsiones, que hunde a la Eurozona en un escenario bastante preocupante incluso para países como España, que apuntan hacia objetivos más altos (en torno al 2%, es decir, el doble que el conjunto de la zona), el banco no ha anunciado medidas inmediatas como se suponía, incluso antes de que tuviéramos información sobre su drástica revisión a la baja del PIB. Razón de más, se supone, para implementar de inmediato una reacción agresiva y enérgica sobre los mercados.

El análisis del BCE, sin embargo, pone el acento en las amenazas sobre la economía europea, tanto los riesgos geopolíticos como la atonía de la inversión y en especial la ausencia del espíritu reformista, asunto manido pero que no acaba de convencer a algunos Gobiernos europeos especialmente inmovilistas, como el italiano y el francés. Estos dos países son por lo que parece la principal rémora para el crecimiento económico de la zona euro en las presentes circunstancias.

Lo que quizás más llame la atención del diagnóstico del BCE sobre el futuro inmediato de la economía europea, que el banco central europeo observa con notable pesimismo, es la ausencia de estimaciones actualizadas sobre el impacto que pueda tener la reciente bajada de los precios del petróleo. Quizás se trate de un as en la manga que Draghi ha querido preservar para dramatizar los problemas de la zona euro sin abrir horizontes a la esperanza.

Estimaciones que ya se manejan en algunos medios económicos indican que si persiste (y todo parece indicar que así será durante uno o dos años) el actual nivel de precios del crudo, se va a producir una transferencia neta de renta desde los países productores (ninguno de ellos europeos) hacia las economías consumidoras (grupo en el que entra toda la Eurozona) que se evalúa en torno a los 300.000 millones de dólares anuales, lo que equivale a un porcentaje comprendido entre el 0,5% y el 1,0% del PIB mundial. Una tercera parte de esta masiva transferencia de renta podría beneficiar a la zona euro, dentro de la cual España representa en torno al 8% del PIB.

Las estimaciones son muy difíciles de fijar. Tampoco parece que se trate del cuento de la lechera. Pero está claro que la caída de los precios del petróleo, de una magnitud descomunal (un 35% en pocos meses, es decir, unos 40 dólares por barril de crudo) es una desgracia para algunos de los países productores (Venezuela, Rusia, Irán, México y algún otro) en la misma medida en que supone una inyección de recursos y bajada de costes para los países consumidores de petróleo y, a la postre, también de gas y de otras materias primas ligadas al precio del crudo.

Lo que esta masiva transferencia de rentas puede deparar a los grandes consumidores tendrá que traducirse forzosamente en mayor capacidad de consumo y por lo tanto un probable aumento de las inversiones. Los Gobiernos europeos tendrán que estar atentos a la hora de comprobar cómo esas bajadas en el precio del petróleo se filtran a la economía real, lo que debería reflejar un aumento de márgenes en las empresas y sobre todo en la renta disponible de los consumidores finales. Parte de su renta quedará liberada para atender a otros menesteres, lo que puede inducir un cierto estado de optimismo económico y un aumento de la actividad.-

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