BRUSELAS.- La Unión Europea
(UE) ha decidido poner fin al creciente despilfarro de bolsas de
plástico, un material que antaño llegó a simbolizar la modernidad, pero
cuyo uso y descarte a gran escala supone un gran problema
medioambiental.
Las nuevas normas aprobadas por los veintiocho países miembros ponen
en el punto de mira el uso de bolsas de plástico finas, las de un grosor
menor de 50 micras, aquellas que apenas se reutilizan y que tienen un
alto impacto cuando se convierten en desechos.
El europeo medio consume 198 bolsas finas al año y los países
comunitarios tendrán que optar por asumir el objetivo de reducir la
cifra a noventa en 2020 y a tan solo cuarenta en 2026 o por obligar a
que los comercios cobren por ellas a sus clientes a partir de 2019.
El plástico es un material que comenzó a producirse a escala
industrial en 1907 y un siglo después la vida moderna resulta impensable
sin su presencia, especialmente en fechas en las que el consumo se
dispara, como las Navidades.
El ascenso meteórico del plástico ha llevado a que en la última
década se haya producido la misma cantidad de este material que a lo
largo de todo el siglo XX, con la particularidad de que el noventa por
ciento de las bolsas finas que usa un europeo al año van directas a la
basura.
Su flexibilidad, su bajo precio y su resistencia han hecho del
plástico un material muy apreciado que, sin embargo, esconde en su
virtud su pecado: su durabilidad.
Eso significa también que cuando se desecha de forma incontrolada, el
plástico puede persistir durante décadas en bosques, ríos y mares,
donde es especialmente dañino.
En su libro verde sobre la materia, la Comisión Europea reconoce que
el plástico es un material "totalmente reciclable", pese a lo que en
Europa tan solo se recupera una pequeña parte del mismo, motivo por el
que las ONG medioambientales piden límites más estrictos al uso de las
bolsas.
Las bolsas de plástico son "productos individuales hechos con
petróleo que contienen sustancias tóxicas y son una de las principales
fuentes de desechos marinos, además de uno de los residuos más fáciles
de reducir", argumenta la ONG European Environment Bureau.
Por su parte, la industria ha mostrado su rechazo a las nuevas normas
europeas tal y como se han aprobado, al considerar que crearán un
"mosaico" de medidas diferentes en cada país y al oponerse a la
imposición de límites al uso de las bolsas.
"Un cargo obligatorio es la mejor opción ya que ha probado ser
efectivo para reducir el exceso de consumo de bolsas ligeras de
plástico", aseguró el director de la organización que aúna a los
productores del sector europeos, PlasticsEurope, Karl-H. Foerster.
"Tenemos que entender que el plástico es demasiado valioso para tirarlo", añadió.
Sin embargo, los países europeos han optado por darse esta doble vía
para reducir las bolsas, de manera que exista la flexibilidad suficiente
para que cada socio se adapte mejor a su propia situación.
Las diferencias en Europa respecto al tratamiento de las bolsas de
plástico son muy marcadas, con países muy avanzados en las restricciones
medioambientales, fundamentalmente en el norte del continente; socios
que se encuentran en un punto intermedio, como España; y otros que
apenas han regulado al respecto, principalmente en el este.
En España se han introducido medidas como la Ley de Residuos o el
sistema de cobro por las bolsas en las superficies comerciales, lo que
ha llevado a una reducción del uso de las mismas.
Las nuevas normas europeas también ponen en cuestión el uso de las
bolsas oxodegradables como una alternativa más ecológica, al pedir a la
Comisión Europea que analice más su impacto medioambiental.
La cuestión espinosa es que mientras su defensores afirman que son
biodegradables porque se fragmentan solas al contacto con la luz, sus
detractores recalcan que aunque esto no significa que realmente se
degraden, ya que los pequeños trozos plásticos no desaparecen y, por
ejemplo, pueden ser ingeridos por los animales.
La legislación adoptada es un paso "histórico" para varios
legisladores comunitarios; un avance moderado, para los ambientalistas; o
un potencial problema, como cree la industria, pero lo cierto es que
apuesta por una reeducación de los consumidores europeos, una cuestión
clave.
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