En los salones del palacio del Taj Mahal, dos semanas antes de la primera subasta de Christie’s, curiosos y coleccionistas caminaron por sus pasillos apreciando las obras de arte
que se subastarían: allí estaban, en sagrada reunión, obras de Vasudeo
S. Gaitonde, Tyeb Mehta y Bhupen Khakar, nombres todos desconocidos para
el arte occidental pero esenciales en el arte indio. Aquellos artistas,
con diferencias conceptuales y estéticas, comprenden el arte moderno de
India, una de las economías emergentes.
El Times of India
y The Indian Express habían especulado, uno o dos meses atrás, sobre el
interés de Christie’s en realizar una subasta en Mumbai. ¿Qué tenía de
atrayente? Sabían, con más o menos certeza, que en India se venden al
año en subastas más de US$100 millones, y asimismo sabían, entonces sí
con total certeza, que en una sola subasta en Londres, en noviembre del
año pasado, Christie’s había vendido más de US$691 millones en arte y
que, incluso, una sola obra (uno de los trípticos de Francis Bacon)
había llegado a los US$142,4 millones. ¿Por qué, entonces, les atraería
un mercado cuyas ventas anuales no alcanzaban siquiera la sexta parte de
una sola venta en Londres?
La historia, como siempre, viene de
más atrás. Dos décadas antes, Christie’s estableció una sucursal en
Mumbai; más o menos por el mismo tiempo, Sotheby’s, otra de las grandes casas
de subastas de Inglaterra, fundó su propio espacio. Por entonces, y por
un período extenso, su interés no se centró en expandir un mercado
interno, sino en llevar los artistas de India a manos de coleccionistas
extranjeros. Dicho de otro modo: celebrar subastas en Londres y Nueva
York (otro de los ejes centrales de venta de arte) para explorar un
terreno desconocido, dado que ha sido el arte occidental (con Picasso y
Cézanne entre los más costosos) el que más ha interesado a quienes su
situación económica les permite adquirir obras.
Sin embargo, en
los últimos cinco años el panorama se ha desplazado. China se ha
convertido en una potencia industrial; las casas de subastas se
enfrentaron a una caída drástica de ventas luego de la bancarrota de los
Lehman Brothers en EE.UU.; los países de Oriente Medio, entre ellos
Catar y los Emiratos Árabes, se convirtieron en poco tiempo en hábiles
mecenas y coleccionistas con alto poder adquisitivo (por ejemplo, Doha,
la capital de Catar, tiene un presupuesto de casi US$1.000 millones para
comprar obras de arte). De manera que EE.UU. e Inglaterra perdieron
influencia, a pesar de que aún manejaban el mercado internacional de
subastas. Los coleccionistas, sin embargo, nacieron en aquellos países
que antes parecían retirados de la escena. Aquel tríptico de Bacon, al
parecer, fue comprado por la hermana del emir de Catar; un año atrás,
ella también habría sido la compradora de los Jugadores de naipes de
Cézanne por US$250 millones: dos pruebas de que el mercado ha perdido su
centro tradicional.
En ese contexto, entonces, juega India. Un
contexto en el que las casas de subastas, a pesar de tener un mercado
fijo y confiado en sus sedes centrales, prefieren expandirse a nuevos
nichos. Los resultados de la subasta de diciembre, que sumaron
US$15’445.000 (ver infografía), son un indicador del trabajo constante
de Christie’s en Mumbai: en la subasta hubo 50 trabajadores de
Christie’s y el equipo que conforma su oficina en India es amplio y
posee experticia en el mercado. En marzo de 2013, Sotheby’s también
vendió más de US$7 millones de arte indio en Nueva York.
Las
intenciones de Christie’s y Sotheby’s, además, no se reducen a las
subastas. Esta venta antecede por apenas dos meses a la Indian Art Fair,
la feria de arte que se realiza en Nueva Delhi desde 2008 y que ha
recibido a más de 300.000 personas en total. El año pasado, la feria
acogió a numerosas galerías españolas que, según reportó El Universal de
México, veían en India una salida a la crisis de su propio país.
Las
noticias de la economía india, aunque en su mayoría entusiastas,
tuvieron en los últimos meses un mal augurio: el valor de la rupia, la
moneda india, descendió en agosto del año pasado y el aumento general de
su economía entre 2012 y 2013 fue de 5%, 1,2% menos que el período
anterior. Al mismo tiempo, no obstante, India es el décimo importador
más grande del mundo y una economía que, con base en su crecimiento, se
recupera con rapidez de las pérdidas. Es bien sabido, además, que el
mercado del arte no siempre va de la mano con la salud de la economía:
en 2008, apenas días antes de la bancarrota de Lehman Brothers, un grupo
de coleccionistas en EE.UU. compró una obra de Damien Hirst en US$100
millones. Siempre habrá dinero para el arte.
India ha creado, poco
a poco desde 2008, un mercado del arte cimentado en sus propios
artistas. China hizo lo mismo y en breve se ha apoderado del 30,70% de
las ventas en subastas de arte contemporáneo en el mundo, apenas 0,02%
por detrás de EE.UU., y varios de sus artistas se encuentran entre los
más vendidos del mundo. ¿Sucederá lo mismo con India? ¿Le permitirá esa
constante fijación en sus propios artistas convertirse en un competidor
del mercado del arte? En 2009, ese país fue el invitado principal de
Arco, una de las ferias más grandes de arte en Europa, y en los últimos
años han sido numerosas sus participaciones en Art Basel, a través de
galerías internacionales y nacionales. La entrada de las casas de
subastas ha permitido, además, la creación de un mercado de
coleccionistas foráneos, más que un mercado interno, a pesar de que muchas de las obras no pueden salir del país por legislación.
Las
fortunas en Oriente Medio, uno de los actores con más solvencia, van
creciendo: en 2013 existían 4.600 fortunas de hasta US$30 millones. Son
ellos, quienes compran, los que sostienen el mercado y sus precios. Y el
arte es, en nuestra época, un bien envidiado.