Leo por enésima vez que
Castro -el que queda de los dos- va a permitir invertir en Cuba y dejar
comprar casas a los emigrados e incluso extranjeros. Raúl se acerca a
Obama.
La Habana es una ciudad en ruinas, como si la exuberante humedad
tropical hubiese enmohecido los restos de un terremoto: serán ruinas
pero tendrán sentido, polvo serán pero polvo habitado. Dos millones y
pico de personas ocupan como squaters recios bloques de pisos
“Art Déco” o delicadas mansiones coloniales dieciochescas, chalets tipo
barrio de Horta o señoriales torres de la alta burguesía. No me llamaron
la atención los restos del barrio rico – el Vedado y Miramar- que en
todos los países la oligarquía es suntuosa, sino los centenares de
pequeños chalets que atestiguan la existencia de una numerosa clase
media en el momento de la revolución. La ruina de La Habana le hacen
preguntarse a uno: ¿para qué hicieron la revolución?
Quizás para darle la razón a Marx que se había equivocado
clamorosamente al predecir la revolución comunista en los países más
avanzados, cuando esta solo se dio en Rusia y China. Cuba era en 1959 el
país más desarrollado de Iberoamérica: Castro combatió contra la
dictadura de Batista -que se excedió en sus asesinatos- con el apoyo de
la clase media cubana y, por supuesto, de la proletaria. Solo al cabo de
dos años, empujado por la ceguera yanqui – esa cultura del norte
incapaz de entender lo latino -, se arrojó en brazos de Rusia y adoptó
el marxismo-leninismo. Tengo para mí que los rusos le montaron el
sistema policial tan poco caribeño merced a cual se mantienen en el
poder.
Los resultados han sido catastróficos: después de cincuenta años el
país está peor que antes, cosa que se puede decir de muy pocos países en
el mundo. Aceptado que la vivienda es gratis – pero ¡en qué
condiciones! – que la educación se ha extendido a todos, así como la
sanidad; pero los sueldos son increíbles: al cambio real llegan en
promedio a 30 euros al mes. En poder adquisitivo eso allí es más que
aquí, por los bajos precios de la manutención y del racionamiento.
¿Valía la pena cambiar tan radicalmente el sistema para llegar a esto?.
En Cuba no hay huertos porque está prohibido el enriquecimiento
individual: hay inmensas plantaciones de caña de azúcar que son la
apoteosis del caciquismo reducido al absurdo de un único cacique. Un
cacique gallego hijo de terratenientes que estudió en los jesuitas.
Por eso yo creo que Castro hará lo mismo que Franco: el Plan de
Estabilización de 1959. Dejará entrar turistas, capital extranjero y
remesas de emigrantes y se quedará en el poder hasta morir en la cama,
como su paisano. Ojalá que, como aquel, su dictadura sirva al menos para
desarrollar el país. No lo tiene difícil porque la educación en Cuba es
muy buena y ya sabemos que el capital humano es el factor más
importante y difícil de obtener para el proceso de desarrollo económico.
La camarera que me sirvió café en el hotel de Varadero comentó mirando
mi libro: “¿Lee Ud. a Alejo Carpentier?”¿Les ha preguntado alguna vez
aquí si les gusta Baroja al ponerles un cortado?
(*) Ex director de la Biblioteca Nacional de España
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