lunes, 13 de abril de 2015

Las «décadas perdidas» de Japón: entre el mito y la realidad / Avelino Hernández *

Desde hace años se oyen avisos sobre el riesgo de «japonización» de la eurozona, un término de connotaciones claramente negativas. En efecto, numerosos observadores perciben la evolución económica japonesa de las últimas décadas como una sucesión de desgracias, cuya génesis se remonta a la segunda mitad de los años ochenta, con la formación de una gigantesca burbuja de crédito, inmobiliaria y bursátil. Su inevitable estallido precipitó los problemas, que se prolongaron durante una tortuosa resaca posterior, plagada de bancos zombis, deuda pública disparada, deflación persistente y crecimiento exiguo del PIB.

Sin em­bargo, otros ponen el foco en va­ria­bles en las que Japón ha mos­trado re­gis­tros, cuando me­nos, sa­tis­fac­to­rios: una renta per cá­pita que no ha de­jado de crecer y que se man­tiene entre las más ele­vadas del mundo, una tasa de paro que ha per­ma­ne­cido en cotas muy re­du­ci­das, un ín­dice de de­sigualdad en la dis­tri­bu­ción de la renta re­la­ti­va­mente bajo, así como po­si­ciones en­vi­dia­bles en los ran­kings de com­pe­ti­ti­vidad in­ter­na­cio­nal. Dos pre­guntas surgen de in­me­diato: ¿a qué obe­dece esta dis­pa­ridad de va­lo­ra­cio­nes?, y ¿hasta qué punto Japón cons­ti­tuye un com­pendio de lo que la eu­ro­zona debe evi­tar?

Las alertas de ja­po­ni­za­ción van di­ri­gidas a los res­pon­sa­bles de la po­lí­tica eco­nó­mica, adu­ciendo que, en el país asiá­tico, se co­me­tieron di­versos errores de bulto. Las quejas más so­noras se han re­fe­rido a las po­lí­ticas an­ti­cí­cli­cas, en­car­gadas de que la eco­nomía al­cance su plena ca­pa­cidad de pro­ducir de forma sos­te­nible en el tiempo: las po­lí­ticas mo­ne­ta­ria, fiscal y del sector fi­nan­ciero. Pero tam­poco han fal­tado crí­ticas res­pecto a las po­lí­ticas de re­formas es­truc­tu­ra­les, cuyo pro­pó­sito es au­mentar la ca­pa­cidad po­ten­cial de pro­du­cir. 

Los dos ar­tículos si­guientes de este dossier exa­minan con de­talle sendas áreas, con el pro­pó­sito de arrojar luz en el caso de la eu­ro­zona. Son per­ti­nen­tes, no obs­tante, dos ad­ver­ten­cias res­pecto a esta seg­men­ta­ción del aná­li­sis. Una re­fe­rida a la forma: hay cierta ar­bi­tra­riedad cuando se ads­cribe una po­lí­tica a uno u otro ám­bito. En par­ti­cu­lar, la po­lí­tica re­la­tiva al sector fi­nan­ciero tiene una clara di­men­sión de de­manda, en tanto que es cru­cial para que los im­pulsos mo­ne­ta­rios se trans­mitan a la eco­nomía real. Pero tam­bién ejerce una no­table in­fluencia sobre la oferta y el po­ten­cial de cre­ci­miento, en la me­dida que un sis­tema fi­nan­ciero sano es clave para mo­vi­lizar los re­cursos jus­ta­mente hacia los des­tinos más pro­duc­ti­vos. 

La se­gunda ad­ver­tencia tiene más ca­lado de fondo: esas po­lí­ticas in­ter­ac­cionan de ma­nera com­pleja, unas veces re­for­zán­dose y otras con­tra­rres­tán­dose, antes de al­canzar sus efectos sobre las dis­tintas va­ria­bles ob­je­tivo. Enjuiciar cada una por se­pa­rado puede llevar a con­clu­siones en­gañosas o in­com­ple­tas, má­xime si se hace sobre un pe­riodo corto. Por ello es con­ve­niente en­marcar el examen de las po­lí­ticas in­di­vi­duales en una va­lo­ra­ción del en­tra­mado con­junto (policy mix), con arreglo a los re­sul­tados ob­te­nidos en tér­minos del pro­pó­sito úl­timo de me­jo­rar, de forma sos­te­nida en el tiempo, el bie­nestar eco­nó­mico de los ciu­da­da­nos. 

A estos efec­tos, se ilustran po­si­bles tra­yec­to­rias al­ter­na­tivas del PIB des­pués de que la eco­nomía re­cibe un shock y se des­en­ca­dena una cri­sis. El fan­tasma de la ja­po­ni­za­ción alude a la senda iden­ti­fi­cada con la le­yenda «Recuperación len­ta». Con fre­cuen­cia, las crí­ticas a las po­lí­ticas ja­po­nesas se for­mulan por com­pa­ra­ción con las de otros paí­ses, en par­ti­cular EE. UU., que ha­brían sido más apro­piadas para si­tuarse sobre la tra­yec­toria de «Recuperación rá­pi­da».

La eco­nomía ni­pona su­frió fuertes shocks du­rante los años no­venta. El pri­mero, justo en el arranque de la dé­cada, cuando es­talló la bur­buja antes ci­tada. El se­gundo, en 1997, con la quiebra de al­gunos bancos que ve­nían tam­ba­leán­dose desde aquel golpe ini­cial, y con la irrup­ción de la crisis fi­nan­ciera de di­versos países del sud­este asiá­tico. Los shocks de re­fe­rencia en EE. UU. tu­vieron lugar unos cuantos años más tarde: los es­ta­llidos de la bur­buja bur­sátil del sector de la tec­no­logía en el 2000 y, es­pe­cial­mente, de la bur­buja in­mo­bi­liaria en 2007, se­milla de la for­mi­dable crisis fi­nan­ciera postLeh­man

Las res­puestas de las po­lí­ticas an­ti­cí­clicas en uno y otro país se pre­sentan como an­ta­gó­ni­cas. En ma­teria de po­lí­tica mo­ne­ta­ria, la Reserva Federal reac­cionó con gran agre­si­vi­dad, re­cor­tando rá­pi­da­mente los tipos de in­terés ofi­ciales y des­ple­gando pro­gramas de ex­pan­sión cuan­ti­ta­tiva a gran es­cala. En cam­bio, el Banco de Japón fue mucho más tí­mido en los años no­venta y 2000. Tardó tiempo en re­cortar los tipos y apenas hizo uso de la ex­pan­sión cuan­ti­ta­tiva. En el ám­bito de la po­lí­tica fis­cal, EE. UU. adoptó una es­tra­tegia de es­tí­mulos con­cen­trados en el tiempo y se­lec­tivos en el con­te­nido, con la in­ten­ción de re­animar los mo­tores eco­nó­micos crí­ti­cos. En Japón, la crisis de los no­venta dis­paró el dé­ficit pú­blico, que luego se ha man­te­nido ele­vado. La acu­mu­la­ción de deuda ha sido grande, pero hay dudas sobre su ca­pa­cidad para es­ti­mular la de­manda y sobre la efi­ciencia del gasto, con fre­cuencia obras pú­blicas poco pro­duc­ti­vas. 

Pero donde tal vez más di­fe­ren­cias se han es­ta­ble­cido es en el frente de la po­lí­tica de sa­nea­miento ban­ca­rio. EE. UU. optó, tam­bién aquí, por la con­tun­den­cia, for­zando una re­ca­pi­ta­li­za­ción tem­prana de las en­ti­dades en apuros y re­ser­vando sin ta­pujos di­nero pú­blico para ello. Japón si­guió un ca­mino dis­tinto, de­mo­rando tanto el re­co­no­ci­miento de la mo­ro­sidad como la re­ca­pi­ta­li­za­ción ban­ca­ria. Ello ge­neró el pro­blema de los bancos zombis que, con fre­cuen­cia, in­ten­taban dar un pre­cario apoyo a em­presas tam­bién mo­ri­bun­das. 

Según el guión na­rra­tivo ge­ne­ral­mente acep­tado, esas po­lí­ticas an­ti­cí­clicas tí­midas e in­con­sis­tentes de Japón du­rante más de 20 años no hi­cieron sino pro­lon­gar, hasta con­vertir en cró­nica, una do­lencia de in­su­fi­ciencia de de­manda agre­gada, a la vez que agra­vaban la acu­mu­la­ción de deuda pú­blica. Este fra­caso en re­animar la de­manda, sigue la his­to­ria, ha­bría te­nido graves re­per­cu­siones en forma de pre­siones de­fla­cio­nistas y me­nos­cabo del PIB po­ten­cial, por la en­trada en fun­cio­na­miento de los de­no­mi­nados efectos de his­té­resis (inversiones pro­duc­tivas que se can­ce­lan, per­sonas que aban­donan el mer­cado de tra­bajo por de­sá­nimo o que pierden cua­li­fi­ca­ción por per­ma­necer de­socu­padas de­ma­siado tiempo, etc.). 

A ello hay que aña­dir, según al­gu­nos, la au­sencia de re­formas es­truc­tu­rales con en­jundia su­fi­ciente para trans­formar un sis­tema de re­la­ciones la­bo­rales de­ma­siado pa­ter­na­lista, y una re­gu­la­ción que ge­nera ri­gi­deces en los mer­cados de bienes y ser­vi­cios. También aquí, el re­fe­rente que, de ma­nera ex­plí­cita o im­plí­cita, se tiene en mente es EE. UU., con su mo­delo de mer­cados li­bres y fle­xi­bles. Las crí­ticas a las po­lí­ticas ja­po­nesas se pre­dican sobre la base de los re­sul­tados ma­cro­eco­nó­micos co­se­cha­dos. 

Una pri­mera mi­rada les da la ra­zón: du­rante las tres úl­timas dé­ca­das, el cre­ci­miento acu­mu­lado del PIB ja­ponés ha sido sen­si­ble­mente in­fe­rior al nor­te­ame­ri­cano, a la vez que se ha re­gis­trado una de­fla­ción per­sis­tente. El diag­nós­tico, sin em­bargo, re­sulta muy dis­tinto cuando se con­si­dera el cre­ci­miento del PIB per cá­pita, una va­riable más apro­piada, en prin­ci­pio, para medir el pro­greso eco­nó­mico de los ciu­da­da­nos. Sobre este eje, el re­gistro ja­ponés se acerca mucho al de EE. UU. 

Como es bien sa­bido, Japón fue el país que pri­mero y con más ra­pidez se adentró en lo que se de­no­mina la «transición de­mo­grá­fica» (envejecimiento y des­ace­le­ra­ción de la po­bla­ción). Lo que se co­noce menos es que el im­pacto ne­ga­tivo de este desa­rrollo sobre el PIB total (directo en la me­dida en que la fuerza la­boral viene dis­mi­nu­yendo desde prin­ci­pios de los no­venta) no ha im­pe­dido una evo­lu­ción, al menos hasta ahora, ra­zo­na­ble­mente sa­tis­fac­toria del PIB per cá­pita. También es po­si­ble, aunque al res­pecto hay mu­chas más dudas con­cep­tuales y em­pí­ri­cas, que la de­mo­grafía haya in­fluido en la di­ná­mica de de­fla­ción per­sis­tente pero suave (el IPC ja­ponés des­cendió un 4% acu­mu­lado entre 1998 y 2012, una cifra mo­desta com­pa­rada con el des­plome del 25% en EE. UU. entre 1929 y 1933).

El factor de­mo­grá­fico pa­rece quitar hierro a las crí­ti­cas, pero sería un error caer en la com­pla­cen­cia. Por un lado, su di­ná­mica no es com­ple­ta­mente exó­gena a la propia evo­lu­ción eco­nó­mica, má­xime en pe­riodos lar­gos. Por ejem­plo, los efectos de his­té­resis y po­lí­ticas de oferta como las de na­ta­lidad o in­mi­gra­ción tienen in­fluen­cia. Por otro lado, si bien las pautas de­mo­grá­ficas ja­po­nesas deben con­si­de­rarse fruto de las pre­fe­ren­cias in­di­vi­duales y co­lec­tivas ejer­cidas li­bre­mente, no dejan de ser tras­cen­dentes los efectos que pueden de­ri­varse a la larga. 

Dos son es­pe­cial­mente preo­cu­pantes de ahora en ade­lante: el au­mento de la carga de la deuda pú­blica sobre unas ge­ne­ra­ciones fu­turas con menos miem­bros, y la po­sible pér­dida de im­pulso in­no­vador y pre­dis­po­si­ción a tomar riesgos em­pre­sa­ria­les.

De todo lo an­te­rior se des­prende que di­versos mo­tivos con­tri­buyen a la dis­pa­ridad de va­lo­ra­ciones sobre la ex­pe­riencia ja­po­nesa seña­lada al ini­cio. El pri­mero es propio del fe­nó­meno «elefante en la ha­bi­ta­ción», esto es, la pre­sencia de un ele­mento tan obvio (la de­mo­gra­fía) que se omite de la dis­cu­sión por parte de al­gu­nos, tal vez porque per­turba de­ter­mi­nados aná­lisis y con­clu­sio­nes. El se­gundo es menos evi­dente y más po­lé­mico: las dis­tintas sen­si­bi­li­dades sobre el mo­delo eco­nó­mi­co-­so­cial al que se debe as­pirar y, por ex­ten­sión, las op­ciones ade­cuadas de po­lí­tica eco­nó­mica. Ligado a ello, un tercer as­pecto se re­mite a la forma de va­lorar las cir­cuns­tan­cias que ro­dearon la toma de de­ci­siones en cada mo­mento his­tó­rico, en par­ti­cu­lar, el marco ins­ti­tu­cional y el en­torno in­ter­na­cio­nal. 

Estos dos úl­timos han de­bido ser fac­tores im­por­tantes en el giro de po­lí­tica eco­nó­mica in­tro­du­cido en 2013 por el primer mi­nistro Shinzo Abe, para acer­carse, ahora sí, al re­ce­tario nor­te­ame­ri­cano. De al­guna ma­nera, este giro ven­dría a ser un re­co­no­ci­miento de que la po­lí­tica eco­nó­mica dis­taba de ser la ade­cuada. Tal como los dos ar­tículos si­guientes de este dossier ex­po­nen, Japón ha co­me­tido, a lo largo de los úl­timos años, al­gunos errores que la eu­ro­zona haría bien en evi­tar, pero los re­sul­tados glo­bales aquí re­pa­sados in­dican que no se ha tra­tado, en modo al­guno, de un desastre to­tal.

(*) Departamento de Mercados Financieros, Área de Planificación Estratégica y Estudios, CaixaBank

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