viernes, 14 de agosto de 2015

China, más allá de las devaluaciones / Primo González *

Los tres ajustes consecutivos del valor de la divisa china a la baja, para ajustar su valorteórico al real de los mercados, según declaración oficial de las autoridades chinas, han generado un movimiento bastante amplio de desconfianza hacia la política económica de este importante país, un socio comercial de notable envergadura, cuyas decisiones adquieren un indudable ámbito global. A pesar de su amplia influencia en todo el mundo, China sigue presentando al mundo un perfil bastante desconocido, dado lo poco transparentes que resultan sus decisiones en materia económica y la extraña mezcla de intervencionismo estatal y liberalismo de escaso arraigo en la inmensa población, que apenas ha tenido tiempo para olvidar los postulados del régimen comunista en su versión más ortodoxa.

Esta dualidad genera importantes contradicciones y no pocos motivos de desconfianza entre los principales agentes económicos internacionales, que tratan de ver en China un mercado prometedor y en crecimiento exponencial pero con enormes restricciones y agravios comparativos cuando se trata de hacer acto de presencia en tan importante mercado. No son pocos los inversores institucionales que han abandonado el país en los últimos años, cansados de esperar la llegada de nuevos vientos de cambio a los modos y costumbres económicos vigentes en el país.

La depreciación de la divisa, en torno a un 5% acumulando las cuantías de los tres ajustes realizados esta semana, ha causado un importante alboroto en los mercados no tanto por su cuantía, bastante modesta en relación con la apreciación que ha experimentado la divisa china en los últimos dos o tres años frente al resto del mundo (y que, en buena medida, se trata de corregir ahora) sino porque parece fruto de un cierto estado de nerviosismo de las autoridades chinas, que podrían haber perdido decididamente el control de la situación, entrando en una espiral de decisiones poco meditadas y de alcance incierto.

No parece que se trate de un mero ajuste cambiario sino de un intento desesperado por recobrar tasas de crecimiento similares a las de años anteriores, cuando la economía china progresaba a ritmos de dos dígitos. Esa recuperación del pulso y de la actividad económica requeriría, en todo caso, una estrategia más meditada y de amplio espectro, no limitada meramente a una corrección del tipo de cambio, en la medida en que este tipo de movimientos suelen tener efectos efímeros si no se actúa sobre las raíces de los problemas. Si, en todo caso, no se despliega un amplio catálogo de actuaciones de cariz reformista.

Una necesidad que, en el caso de China, le ha sido recomendada en numerosas ocasiones, alertando de los grandes riesgos que corre su potencial de crecimiento económico sin una decidida apertura económica y financiera al exterior, para que las corrientes de capitales sean capaces de desempeñar el papel que todavía sigue encomendado, en este país, a los órganos políticos del partido único. Llegará un momento en el que la dicotomía entre el régimen político monolítico y una economía de mercado abierta, moderna y competitiva, con influencia y ambiciones de tipo global, resulte insostenible. Y puede que ese momento esté llamando ya a la puerta del gigante asiático.

(*) Periodista y economista

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