Los mercados bursátiles tienden, sobre todo en el mes de agosto,
cuando hay menos puntos de referencia de cara a la toma de decisiones, a
multiplicar las reacciones, tanto al alza como a la baja, aunque con
especial predilección hacia estas últimas, en parte debido a una
explicable y humana reacción defensiva. Ante situaciones propicias al
riesgo y hasta al pánico, los operadores que mueven los mercados se
sienten más seguros descansando sobre un colchón de liquidez.
Lo de estos días de China es serio, según se miran los datos con un
poco de perspectiva. Es lógico que la gente se preocupe cuando la
segunda potencia económica mundial se acatarra, o sea, cuando las
previsiones de aumento del PIB se sitúan algo por debajo del 7%, en
contraste con lo sucedido en los últimos años, con un incremento del PIB
que venía siendo superior al 8% e incluso, algo antes, al 10%. El
crecimiento del 7% al que parece abocado este país este año y el
próximo, o incluso algo menos del 7%, es en cualquier caso
impresionante. Otra cosa es que las cifras chinas siempre han estado
rodeadas de bastante misterio y un cierto sabor a fantasía. Pero no es
menos cierto que algo deben tener de notables cuando se miden variables
reales, bien conocidas por sus competidores, que sufren el acoso de las
importaciones procedentes de China sobre sus mercados tradicionales.
Además, China ha ido desplazando el epicentro de sus ventas al exterior
desde productos industriales poco elaborados (textiles por ejemplo)
hacia otros segmentos más sofisticados y, últimamente, hacia productos
de alta tecnología en las telecomunicaciones, los bienes de equipo y
otros.
Por lo tanto, casi sin darnos cuenta, nos encontramos con un país que
ocupa la segunda plaza mundial en tamaño de su economía, en donde ya se
venden más coches que en Estados Unidos, con un PIB que se ha
multiplicado por 16 entre el año 1980 y el año 2010 y con una posición
que le sitúa a la cabeza del mundo en cuanto a consumo de energía.
También, todo hay que decirlo, como uno de los focos de contaminación
más perniciosos del planeta, ya que el crecimiento acelerado ha sido
poco respetuoso en ocasiones con la seguridad y al medio ambiente.
China ha desempeñado un papel muy importante en el crecimiento
económico mundial, como se ocupan en subrayar los analistas de los
organismos internacionales. Según cálculos del FMI, en los quince
últimos años, la contribución del PIB de China al crecimiento mundial ha
sido del 20%, superando a la de Estados Unidos, apenas un 16%. En
términos de poder adquisitivo de su divisa, China representa el 23% del
crecimiento mundial, casi el doble que Estados Unidos, un 13%.
Con todo este potencial, es lógico que lo que sucede en China
preocupe. Pero de ahí a temer una crisis mundial similar a la del año
2008 iniciada en el sector bancario estadounidense parece que hay un
trecho. Así se afanan estos días en subrayarlo algunos analistas,
descartando una crisis económica global a causa de la mera
desaceleración del crecimiento de este país. Preocupante sí,
catastrófico no, vienen a señalar quienes se han ido pronunciando al
respecto en estas últimas semanas. Añaden algunos, además, que el
crecimiento económico de China es, una vez enderezado el rumbo gracias a
las medidas que están adoptando las autoridades, más sostenible. No
sólo la devaluación del yuan sino el recorte de los tipos de interés y
otras medidas complementarias adoptadas estos días, con una terapia
propia de cualquier economía capitalista.
Una de las razones que tienden a mitigar los riesgos globales parece
ser la feliz coincidencia que la desaceleración china ha tenido con la
fuerte caída de los precios de la energía, que no es ajena a la propia
caída de la demanda del país asiático. Pero este retroceso de los
precios mundiales del petróleo está de momento, mientras dure (y parece
que va para algunos años), contribuyendo de forma notable al crecimiento
y al impulso de algunas economías especialmente dependientes del
petróleo, en medida similar a como pueda castigar a otras que, como
Brasil, dependen de la exportación de materias primas.
Entre las derivadas del debilitamiento económico chino y de los
efectos que ha provocado en los mercados está la actitud que pueda
adoptar la Reserva Federal de Estados Unidos, que parece nuevamente
abocada a nuevos aplazamientos en su anunciada subida de tipos de
interés. Se había esbozado la hipótesis de una subida para septiembre,
luego se venía posponiendo esa medida hasta diciembre y algunos hablan
ya ahora de primavera del año 2016. Estados Unidos teme que una subida
de tipos de interés, posiblemente en solitario, acarree problemas para
la actividad económica del país porque, al inducir una subida del dólar,
acabe por frenar las exportaciones norteamericanas y, a la postre,
castigar las expectativas de crecimiento estadounidense. Que es lo que
justamente no desean los responsables de la Reserva Federal.
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