sábado, 29 de agosto de 2015

El petróleo y el fin de los buenos tiempos / Hernán Terrazas *

La mayoría de los analistas económicos del mundo coincide en que deberá pasar por lo menos una década para que el precio del petróleo llegue  a los 90 o 100 dólares que mantenía a mediados del año pasado. Ésa es una muy mala noticia para los países productores de hidrocarburos y para las empresas petroleras, que durante casi una década vieron cómo crecían  y se multiplicaban sus ingresos.

Hoy las empresas han comenzado a aplicar estrategias de emergencia y los países productores a buscar fórmulas que les permitan compensar una significativa merma de sus recursos. 

Las compañias petroleras más fuertes han anunciado recortes en inversión y producción, además del despido de centenares de empleados. Mientras tanto, países como Venezuela, Ecuador e incluso Bolivia se han visto en la necesidad de reprogramar sus gastos en función de menores ingresos. 

Los países que habían formulado sus presupuestos en base a un precio del petróleo de 70 a 75 dólares, se han visto en la necesidad de elegir en qué rubros gastar menos, para que la austeridad no toque fibras sociales sensibles, que puedan derivar en consecuencias políticas.

En el tema del precio del petróleo  no hay mucha ciencia. Todo se reduce a un problema de oferta y demanda. En sólo seis años Estados Unidos duplicó su producción y dejó de comprar petróleo a proveedores como Arabia Saudi y Nigeria.  Desde entonces, estos países probaron suerte en el mercado asiático, pero con precios más bajos.

Si el incremento de la producción en Estados Unidos es una de las razones evidentes de la caída de precios, no los es menos, en el lado de la demanda,  el efecto de la crisis económica europea y el desarrollo de nuevas tecnologías en la industria automotriz para mejorar la eficiencia en el consumo de los nuevos vehículos. 

Y en este extremo del problema  debe mencionarse también la pérdida de dinamismo de la economía china, el principal importador de petróleo del planeta. Por ahora, los chinos están más preocupados por vender que por comprar y esta tendencia se mantendrá durante algún  tiempo.
¿Hay beneficiarios de la caída de los precios? Tal vez los consumidores de los países donde los precios no están subsidiados. En las naciones donde los subsidios son altos -Bolivia, Ecuador -, ese beneficio obviamente no se advierte.

Entre los perjudicados  se anotan los llamados petro-Estados. En América Latina, el país más afectado es Venezuela, aunque el origen de la mayor parte de sus problemas tiene que ver con la suma de manejo económico desastroso con caída de precios. 

Es distinta la situación de Ecuador, aunque la corrida de depósitos en el sistema financiero -3.000 millones de dólares en sólo seis meses- indica  que más temprano que tarde las consecuencias se van a sentir. El escudo de prosperidad ya no es tan firme y las tensiones podrían agudizarse hacia delante.

En Bolivia, Evo Morales y su equipo económico intentaron sin mucho éxito minimizar las consecuencias de la caída de precios del gas. Hoy se sabe que la arcas estatales dejarán de recibir 2.500 millones de dólares, alrededor de un 8% del PIB (30.000 millones de dólares) y que  ello ocasionará varias restas que podrían disminuir también el respaldo al llamado proceso de cambio.

El mismo Gobierno que nacionalizó los hidrocarburos hace nueve años y que luchó para evitar que el gas boliviano se venda en el mercado chileno, hoy hace malabarismos para incentivar y premiar la inversión extranjera  en este sector y no descarta la venta del combustible a Chile.  El problema es que será muy difícil recuperar la simpatía de los inversionistas, después de haberlos maltratado durante nueve años.

Y ahora, ¿quién podrá defendernos? Antes, los países integrantes de la OPEP actuaban en estas circunstancias para poner topes a la producción y regular el precio a su antojo. Hoy están divididos. Unos presionan para ello, pero la mayoría, incluidos Estados Unidos, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos prefieren dejar las cosas como están.

Los años que vienen serán muy difíciles. Nadie se atreve a pronosticar cuándo volverán los buenos tiempos. Frente a las inquietantes señales del oro negro, nada más paciencia y austeridad.

(*) Periodista boliviano

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