El final de la crisis griega da la impresión de que está llegando a
su término con la firma de los acuerdos entre la Troika (ahora
redenominada Cuarteto, ya que se ha incluido en el grupo de acreedores
un nuevo protagonista, el MEDE, Mecanismo de Estabilidad europeo, fondo
que se ocupará de los rescates de países en apuros) y el Gobierno del
país heleno.
Durante estos duros meses de negociación ha sido tal el
deterioro de la economía del país, sobre todo en algunos sectores
básicos como el turístico, que caben dudas de que la solución que ahora
se aprueba tenga validez para un periodo de tiempo razonablemente largo.
No se sabe cuáles son realmente los números de esta operación de
salvamento de Grecia. Pero las aproximaciones que se manejan tienden a
considerarla lisa y llanamente calamitosa. El Parlamento griego tiene
que votar los acuerdos esta semana y la Eurozona debe hacer lo propio en
un Consejo Europeo en el plazo más breve posible. Es probable que el
líder de Syriza, Alexis Tsipras, logre domesticar a sus huestes para
obtener una aprobación para lo firmado y también para fortalecer su
liderazgo al frente de este partido, inicialmente presentado como
radical e izquierdista pero que ha sellado con las potencias de la
Eurozona el acuerdo más costoso que ha podido rubricarse en la vida de
la Eurozona.
Caro, desde luego, para el país firmante, que ha tenido que encajar
dos circunstancias bastante adversas en el curso de la negociación: una
plena claudicación griega respecto a los postulados de partida en su
negociación y, adicionalmente, y quizás lo que es más grave, un
importante deterioro de la economía griega a lo largo de los meses de
negociación. Cabría suponer que el coste que Grecia va a pagar por el
rescate posiblemente no le mereciera la pena si en el punto de partida
hubiera adoptado una posición más flexible en la negociación y
posiblemente más realista, en vez de esgrimir postulados que Europa
nunca habría aceptado.
Unas primeras estimaciones, no muy afinadas, pero que circulan estos
días por los mercados indican que Grecia ha experimentado un deterioro
económico en los últimos meses equivalente al 5% del PIB. La cuenta es
sencilla: antes de la victoria de Syriza y de que el pintoresco ministro
negociador griego Varoufakis apareciera en escena con su arrogante
figura, la economía griega crecía a un ritmo del 2%. Ahora, el balance
del año 2015 se presenta con una hipótesis bastante probable de caída
del 3% del PIB. Entre lo uno y lo otro suman un 5%.
El balance es desde luego todo menos brillante. Los griegos no
deberían estar muy satisfechos con la gestión de este grupo de exaltados
economistas radicales, que al final ha firmado lo que le han puesto
encima de la mesa, dejando a la economía del país maltrecha, con el
prestigio por los suelos y con una deuda muy superior a la existente
hace unos meses. Si en el inicio de la negociación ya se consideraba
altamente improbable que Grecia pudiera pagar sus deudas incluso a muy
largo plazo y a pesar de las enormes facilidades que se le han asignado,
ahora su capacidad económica y financiera aparece seriamente mermada.
Las condiciones que ha tenido que aceptar Grecia para lograr el
“rescate” implican una pérdida de bienestar y de nivel de vida para los
ciudadanos griegos que no tienen parangón en los últimos años. El
utópico programa con el que Syriza ganó las elecciones ha sido un fiasco
monumental, del que los ciudadanos griegos empezarán a darse cuenta en
los próximos meses.
(*) Periodista y economista
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