Que Estados Unidos haya acordado con 11 países de la cuenca del
Pacífico el Tratado de Libre Comercio mayor de la Historia, es suceso
que define un antes y un después en la gran crónica de las relaciones
económicas de la Humanidad, al cuantificarse en términos tan
espectaculares que potencialmente representan el 40 por ciento del
Producto Interior Bruto Mundial.
El Acuerdo involucra al mundo americano, Asia y Oceanía. Nunca se
había alcanzado un consenso geográfico de magnitud tan vasta. Por el
sólo efecto de escala sus consecuencias serán, necesariamente – desde
sus alcances copernicanos – antes políticas que sólo económicas por su
virtualidad transformadora de los equilibrios y dinámicas de la realidad
propia de los intercambios: inmediata en lo que corresponde a medio
mundo, y mediata en lo que venga a corresponderse finalmente con la
globalidad planetaria.
Proporcional a lo que supone la realidad de lo ya pactado y suscrito
han sido las reacciones que ha suscitado, desde el primer momento, la
apertura de este escenario económico, tanto desde una perspectiva
positiva, de aceptación, como desde la opuesta, reacción de crítica y
rechazo. Lo que no cabe es la indiferencia a cuánto supone este enorme
suceso globalizador de las relaciones económicas y comerciales.
Se trata de un cambio sobre el que habrá de volver una y cien veces,
por la escala de sus efectos objetivos y por las reacciones subjetivas:
en términos individuales y en percepciones colectivas. Tanto desde la
perspectiva económica o comercial como desde el ámbito estrictamente
político.
(*) Periodista
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