PARÍS.- Las iniciativas proliferan para
"medir mejor" la riqueza de las naciones, pero de momento nada consigue
suplantar al PIB, considerado por muchos como "desfasado" y sin embargo
muy utilizado por gobiernos e instituciones.
El "Índice de riqueza
global", el "progreso verdadero" o la "Felicidad Bruta", entre otras
iniciativas, no han conseguido desbancar al Producto Interior Bruto
(PIB), escrutado por todos y cuya evolución apasiona en los medios
económicos de cada país.
El PIB "se ha convertido en una especie
de tótem, en particular porque evalúa el crecimiento, algo que es
determinante en nuestras sociedades", constata Dominique Meda, sociólogo y miembro del Foro para Otros Indicadores de
Riqueza (Fair, en sus iniciales francesas).
Desarrollado en 1934
por el premio Nobel Simon Kuznets para medir el impacto de la gran
depresión en la economía de Estados Unidos, el PIB acabó imponiéndose en
todo el mundo como el medidor por excelencia de la riqueza y el
progreso.
"El PIB es hoy mucho más que un simple instrumento de medida",
asegura Dirk Philipsen, economista en la universidad
estadounidense de Duke (Estados Unidos) y autor de un libro sobre el
tema. "Se ha convertido en un fin en sí, en la definición misma de lo
que es la economía", asegura.
Desde
hace años arrecian las críticas contra este indicador, acusado por
algunos de reflejar de forma "inadaptada", "incompleta" o "burda" la
actividad económica de los países.
Principal reproche: el PIB, que
mide el valor de los bienes y servicios producidos en un período
determinado, sólo toma en cuenta las transacciones mercantiles, pero no
las actividades no monetarias como el trabajo voluntario o doméstico,
que contribuyen a la calidad de vida de los habitantes. Además, no
integra el impacto, a menudo nefasto, de las actividades de producción
para la sociedad.
Según ese método, si se destruye un bosque
milenario para vender madera, se crea valor comercial y se incrementa el
PIB, pese a los efectos negativos en el medio ambiente. Más absurdo
aún: si una marea negra afecta al litoral, se genera actividad para
limpiarlo, lo que estimula el crecimiento y hace subir el PIB.
"El
PIB pone el acento en la cantidad, y no en la calidad", opina Dominique
Meda. Este indicador "dice poco sobre el bienestar de los habitantes",
añade. "El PIB está inadaptado a los desafíos del siglo XXI, que son la
ecología y las desigualdades. Es una brújula falseada", opina Eloi
Laurent, del Observatorio Francés de Coyunturas Económicas (OFCE).
Para
colmar estas lagunas, varios expertos han ideado instrumentos
"alternativos" que toman en cuenta dimensiones sociales, culturales o
medioambientales para evaluar la riqueza.
Uno de los primeros en
hacerlo fue el economista indio Amartya Sen, premio Nobel 1998 y creador
del Índice de Desarrollo Humano (IDH), utilizado en el Programa de
Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que combina tres criterios:
ingreso por habitante, educación y esperanza de vida.
En los años
2000 se crearon otros indicadores, como el índice de bienestar económico
(IBE) o el índice de mejor vida (IMV), sin olvidar el famoso "Felicidad
Nacional Bruta" (FNB), elaborado por el pequeño reino de Bután.
Pero pocas cosas han cambiado de hecho en los últimos años. El PIB sigue siendo ineludible y su supremacía no parece amenazada.
"Hay
una fuerza de inercia" según Dirk Philipsen. "Y también falta voluntad
política", añade el economista, pues adoptar índices alternativos hace
planear "una amenaza sobre las instituciones políticas y económicas
existentes".
Sin embargo, para Eloi Laurent, del OFCE, las cosas
están cambiando. "No hay hoy en el planeta un solo dirigente serio que
se fíe únicamente del PIB. La gente se da cuenta de que hacer un 10% de
crecimiento (del PIB) con un 75% del agua contaminada y un aire
irrespirable es algo que carece de sentido".
"El PIB perderá
progresivamente importancia", pronostica el economista francés Jacques
Attali, que lanzó en 2013 el "índice de positividad", que evalúa el
compromiso de los países hacia sus generaciones futuras. "El PIB tardó
30 años en imponerse. Es normal que otros indicadores tarden en
emerger", observa.
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