Mario Draghi ha dado un golpe de efecto en los mercados al anunciar
posibles nuevas medidas en diciembre para ampliar los estímulos a la
economía europea, pero ha subrayado que el movimiento de apoyo principal
deberá venir ahora de las políticas fiscales y presupuestarias de los
Estados miembros. El máximo responsable del Banco Central Europeo (BCE)
debe considerar a estas alturas que ya no puede estar sólo tirando del
tren. La política monetaria, con las inyecciones masivas de liquidez,
parece estar ya al borde del agotamiento como instrumento eficaz y es
por ello necesario que otros se unan a la tarea de tirar del carro.
¿Recogerán el guante los Gobiernos europeos o, más concretamente, la
Comisión Europea?
La Eurozona no marcha conforme a lo deseado, ni en cuestión de
inflación (sigue estando muy baja, en negativo incluso, cuando debería
acercarse al 2%, que para ello se diseñaron hace unos meses los apoyos
masivos de liquidez por parte del BCE) ni en materia de empleo (el paro
no se reduce de forma sustancial, como se puede ver en España cuando se
miran las altas tasas de desempleo que aún sufrimos) ni en cuestiones de
crecimiento y dinamismo económico (el PIB sube bastante poco, menos de
lo previsto y en todo casi lejos de lo que ha logrado Estados Unidos,
que aparentemente ha sacado mayor provecho de sus políticas monetarias
expansivas).
De hecho, la Eurozona podría entrar pronto en situación inversa a la
de Estados Unidos, que lleva algún tiempo amagando con subir los tipos
de interés. El BCE ya no puede estirar mucho la cuerda en tipos de
interés y puede alimentar adicionalmente la liquidez del sistema, pero a
riesgo de elevar la masa monetaria. O sea, en unos meses podríamos
estar viendo conductas opuestas en Estados Unidos y en Europa, unos
camino de la ortodoxia monetaria y subiendo tipos, y el BCE todavía sin
cosechar resultados fructíferos de su generosidad monetaria, hasta el
punto de verse en la tesitura de aumentar los estímulos monetarios. Esta
confrontación de políticas monetarias entre Europa y EE.UU. podría
crear problemas económicos a medio plazo, de los que la Eurozona no
saldría beneficiada.
Es por ello que Draghi ha lanzado un órdago a los Gobiernos europeos
ya que ni el BCE tiene ya apenas margen de actuación con la utilización
de los instrumentos que le son propios ni las políticas monetarias por
sí solas son capaces de revertir la actual situación económica de escaso
crecimiento de la zona euro.
Quizás el mensaje sustancial de las declaraciones de Draghi este
jueves está dirigido a algunos países europeos, Alemania sobre todo, con
margen quizás importante para desarrollar una política fiscal más
expansiva, una estrategia de gasto y de inversión más agresiva, que el
Gobierno germano se ha cuidado mucho de activar en los últimos años
porque era el predicador enfrascado en hacer cumplir a los demás socios
las políticas de austeridad que casi todos están siguiendo a
regañadientes y con evidentes retrasos mientras Alemania la ha ejecutado
con ortodoxia y aplicación, hasta el punto de encontrarse ahora mismo
en una situación de exuberante salud financiera para afrontar un cambio
de rumbo que no está segura de que los demás socios puedan seguir
todavía.
No es papel ni función del BCE meter tanta presión a los Gobiernos,
pero sí alertar sobre las responsabilidades de cada uno en el quehacer
comunitario. Lo cierto es que la economía de la Eurozona en general no
marcha bien, está encontrando dificultades para crear empleo a pesar de
los numerosos vientos a favor que corren (bajos tipos de interés, euro
en mínimos para facilitar las exportaciones, petróleo barato, entre
otros) y alguien tendrá que acompañar el propio Draghi en la conducción
de la locomotora común. De aquí a diciembre veremos posiblemente una
extensión de este debate entre el banquero central y los políticos.
(*) Periodista y economista español
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