En los últimos días, el Banco Popular de China ha devaluado su
moneda, el yuan, en un porcentaje cercano al 5% con respecto al dólar, a
pesar de ser un país netamente exportador y con un respetable saldo
positivo en su balanza por cuenta corriente. La razón aparente, el
deterioro de su capacidad de venta frente al exterior. En el primer
semestre, la tasa de las exportaciones se ha tornado negativa y el
último dato, el de julio, ha sufrido una caída del 8,3% con respecto al
mismo mes del año anterior.
Recuerdo que en mis tiempos de profesor de Economía en la Facultad de
Ciencias de la Información, el jefe de departamento, ya mayor, se solía
preguntar con cierta guasa cuál era el mejor calificativo que
correspondía a la economía española (tiempos del franquismo). Él mismo
se respondía que, desde luego, no era una economía socialista; tampoco
de mercado porque en buena medida estaba intervenida; concluía que era
una economía recomendada. Creo que algo parecido puede afirmarse en la
actualidad de la economía china. Por una parte, pretende jugar al libre
mercado en el tablero internacional, pero, por otra, las autoridades
chinas continúan manteniendo controlados casi todos los instrumentos y
mecanismos del sistema económico, lo que les ha permitido contar con
ventajas y basar todo su crecimiento en las exportaciones.
Casi todo el mundo ha colocado el origen de la crisis que asoló la
economía internacional a partir del 2008 en las hipotecas subprime,
quedándose así en la corteza del fenómeno, y pocos han sido los que han
oteado detrás de ello la auténtica causa. La libre circulación de
capitales, unida a la asunción de la teoría del libre cambio, origina
enormes desajustes en los saldos de las balanzas de pagos de los países,
importantes déficits en unos y superávits en otros. Tales
desequilibrios solo son posibles porque la libertad en los flujos de
capitales permite financiarlos, pero a condición de crear situaciones de
extrema inestabilidad que ocasionan, antes o después, una crisis
económica. El dinero caliente se retira a la misma velocidad que entra,
causando graves daños en la economía y en las condiciones de vida del
país en cuestión.
Si en 1980 las distintas naciones presentaban, con pequeñas
diferencias, balanzas de pagos más o menos equilibradas, poco a poco, y
especialmente en los primeros años de este siglo, los saldos positivos y
negativos han ido incrementándose y abriendo ampliamente el abanico
entre países deudores y acreedores. Los países asiáticos: China, Hong
Kong, Japón, Indonesia, Malasia, Singapur, Tailandia y Taiwán,
financiaban a los países occidentales: EE.UU., Australia, Canadá. En
2007 el superávit chino se elevaba al 11,1% del PIB, mientras que el
déficit de EE.UU. alcanzaba el 5,2%. China prestaba a EE.UU. para que
comprase sus productos. La situación era inestable y explosiva, y por
fuerza tenía que estallar, como así ocurrió.
Que la Unión Europea en 2007 presentase frente al exterior un saldo
próximo a cero no significaba que los países miembros no tuviesen
también profundos desequilibrios, buen ejemplo de ello era el déficit de
España (10,1%) y el superávit de Alemania (7,6%). También los alemanes
prestaban a los países del Sur para que estos comprasen sus productos.
En los años posteriores al estallido de la crisis, si exceptuamos a
la Eurozona, estos desequilibrios se han ido corrigiendo. Aun cuando
China siempre se ha mostrado reacia a depreciar el tipo de cambio, la
presión internacional, el hecho incontestable de la crisis y sobre todo
la actuación de la Reserva Federal con su política monetaria expansiva
originaron que el dólar se depreciase frente al yuan cerca del 20% y que
los saldos de las balanzas por cuenta corriente de EE.UU. (-2,5%) y de
China (2,6%) se moderasen.
La evolución en la Eurozona ha sido totalmente distinta. La
existencia de una moneda única imposibilitaba que el equilibrio se
lograse mediante variaciones del tipo de cambio. Si los déficits de las
balanzas de pagos de los países del Sur se han ido corrigiendo ha sido
mediante una política durísima de ajustes y de deflación competitiva,
que ha hundido los salarios; política instrumentada por los respectivos
gobiernos pero impuesta mediante el chantaje por Alemania y las
instituciones europeas. Sin embargo, el país germánico se ha negado a
corregir su superávit (actualmente situado en el 7%) lo que, hubiese
equilibrado la situación en su conjunto, y hubiese permitido que el
ajuste de los otros países hubiese sido mucho menos cruento.
La situación de la Eurozona es paradójica. Por un lado, su balanza de
pagos frente al exterior ha dejado de estar equilibrada y, debido al
superávit alemán, presenta en su conjunto un saldo positivo por cuenta
corriente del 3% que, dado el volumen de la economía de la Eurozona, se
convierte en un fuerte factor de desequilibrio mundial. Por otro lado,
la política continuada de ajustes la ha conducido al estancamiento y al
riesgo de deflación, lo que ha obligado al BCE, aunque tarde y a
contracorriente, a poner en práctica una política de expansión
cuantitativa, depreciándose de este modo el euro con respecto al dólar y
a otras monedas como el yuan. No deja de ser contradictorio y
distorsionante para el resto de países devaluar la moneda al tiempo que
se mantiene un fuerte superávit exterior.
China, aunque mantenía, forzada por las circunstancias, una postura
más moderada y había dado señales de orientar su economía más hacia al
consumo interior y hacia la inversión, nunca ha abandonado por completo
sus pretensiones de basar su crecimiento en el comercio exterior. El
progresivo deterioro de sus exportaciones, fruto de la parálisis en el
comercio mundial y la depreciación del euro, y la previsión de la
revalorización del dólar ante el futuro giro de la política de la
Reserva Federal, la ha hecho temer por su crecimiento y la ha llevado a
prescindir del anclaje de la divisa americana y depreciar su moneda en
un intento de ganar cotas de mercado. Por ahora lo ha hecho en un 5%,
pero no hay que descartar que se puedan producir nuevas devaluaciones.
El problema de fondo es que tanto China como Alemania (más este
último país, dado que sus exportaciones superan ya ampliamente a las de
China a pesar de tener un PIB tres veces inferior) no pueden pretender
basar su crecimiento en el comercio exterior, postergando la demanda
interna. No podemos vivir todos del déficit de EE.UU. Los saldos de las
balanzas de pagos no tienen por qué estar siempre equilibrados, pero
tampoco pueden mantenerse desequilibrios permanentes ni de cuantías
considerables. A la larga la situación es insostenible, y cuando son las
principales economías del mundo las que adoptan esta postura la crisis y
la recesión internacional están servidas.
Alemania pretende copiar la política china (de hecho está siendo un
alumno aventajado hasta sobrepasar al maestro) e imponerla al resto de
la Eurozona. Se escuda detrás de la moneda única y de la imposibilidad
de devaluar que tienen el resto de los países miembros. Se está
convirtiendo por esta vía no solo en una plaga para muchas sociedades y
economías europeas, sino en la mayor amenaza para la estabilización de
la economía internacional. China ha sido la primera en responder.
Veremos qué hace EE.UU.
(*) Economista del Estado (España)