PEKÍN.- Las bolsas chinas
han escrito esta semana el segundo capítulo de una crisis que ya tuvo su
primer episodio a principios de verano y que, mientras se duda de si
habrá un tercero, permite intuir entre líneas ciertas flaquezas del
gigante asiático.
La nueva entrega de desplomes bursátiles ha adquirido tintes
dramáticos, ya que se ha extendido por los mercados de todo el mundo, y
ha desatado el vértigo a una recaída global en la recesión provocada por
un hipotético hundimiento de la segunda potencia del planeta.
"Hay mucha incertidumbre sobre el crecimiento de China ahora mismo,
así que tiene sentido que los mercados estén nerviosos, pero no hay
pruebas aún de un aterrizaje forzoso", explica a Efe el experto del
centro de estudios Brookings David Dollar.
Entre la incertidumbre de fondo y el acuciante nerviosismo de los
últimos días ha mediado el colapso de los parqués chinos, una historia
que de momento se escribe en dos capítulos, aunque no se entiende sin un
largo prólogo: la formación de una burbuja bursátil.
Ese preámbulo comienza en noviembre del año pasado, cuando las bolsas
de China iniciaron una larga racha alcista que arrancó con el índice
general de la Bolsa de Shanghái, el de referencia, rondando los 2.400
puntos.
Entró en 2015 por encima de la barrera psicológica de los 3.000
puntos, el máximo desde 2009, y su euforia los elevó hasta los 5.000 en
junio, una cota que no se alcanzaba desde hacía siete años.
En ese punto, los más de 90 millones de inversores individuales que
contaban por entonces los parqués chinos, y que representan el grueso de
su actividad, decidieron pasar página y abrieron el primer capítulo de
la crisis.
En un principio, las pérdidas se atribuían a recogidas de beneficios
tras las ganancias récord y quedaban tapadas por la amenaza de
bancarrota de Grecia, pero se fueron acumulando y, ante el pánico de
quienes abandonaban cada vez más sus inversiones en bolsa, instalaron a
los mercados en la vorágine.
Las numerosas medidas económicas que tomó el Gobierno (desde
inyecciones de liquidez hasta prohibiciones de venta de acciones y
obligaciones de compra) fueron infructuosas y tuvo que iniciarse una
investigación policial sobre la especulación para calmar a los mercados
cuando Shanghái estaba en 3.500 puntos.
Con el fin de ese primer capítulo, algunos dieron por concluida la
crisis bursátil, pero el revés que sufrieron los parqués el 27 de julio
(Shanghái cayó un 8,48 %) avisó de lo que estaba por llegar.
El segundo episodio empezó el 18 de agosto con el referencial rozando
los 4.000 puntos y, después de seis cierres en rojo en siete sesiones,
tocó fondo el pasado miércoles, otra vez por debajo de los 3.000 enteros
y en pérdidas anuales.
Esta caída, afirma el economista del servicio de estudios del
banco BBVA en Asia, Carlos Casanova, debería entenderse como una
continuación de la corrección anterior, provocada por una ronda de
indicadores económicos muy débiles, así como por una reforma del sistema
cambiario que ha culminado en una devaluación del yuan.
La depreciación de la moneda fue interpretada por analistas
internacionales como un intento de Pekín de impulsar las exportaciones,
un motor de crecimiento venido a menos en los últimos meses, y dejó en
la ciudadanía china, de donde salen los inversores de bolsa, la
percepción de que la economía había perdido vigor.
El cóctel de preocupación internacional y desconfianza local arrastró
de nuevo a la baja a los parqués, especialmente el pasado día 24, un
lunes negro en los mercados de todo el mundo, y sólo se detuvo con un
fuerte estímulo monetario del banco central chino.
El experto en finanzas de la Universidad China de Hong Kong, Terence
Chong, indica que las bolsas chinas son un mercado "cerrado" y con
poca presencia extranjera, lo que sugiere que el temor de los inversores
internacionales va más allá del parqué.
Según los cálculos del BBVA, excluyendo los efectos derivados de la
burbuja bursátil en los servicios financieros, el crecimiento del PIB de
China podría haber rondado en el segundo trimestre el 6,5 % (frente al 7
%), de modo que los efectos del pinchazo podrían acabar trasladándose a
los datos macroeconómicos.
"Sin este motor, va a ser muy difícil que China logre alcanzar su
objetivo de crecimiento del PIB del 7 % en 2015", augura Casanova, quien
también anticipa: "Los mercados siguen sobrevalorados, por lo que
esperamos que la corrección continúe".
Esa sospecha de que la burbuja bursátil del gigante asiático haya
camuflado una ralentización de la economía más profunda de lo que las
estadísticas oficiales muestran es lo que preocupa a los analistas.
Una mayor desaceleración de la segunda economía mundial podría tener
consecuencias globales, en especial sobre los precios de las materias
primas (que ya han sufrido caídas en los últimos meses) y para los
países exportadores, advierte Casanova.
A la espera de que llegue, o no, un tercer capítulo del "crack", la
evolución de los mercados ha demostrado que tan grande es la influencia
de China en el contexto internacional que, cuando sus bolsas se han
asomado al abismo, al mundo entero le ha entrado vértigo.