Los bancos están, otra vez, en el epicentro de la inquietud
económica. Ha sido todo muyrepentino, ya que hace unos pocos meses
nadie – o casi nadie – sospechaba que el sector financiero iba a ser
protagonista de un estado de inquietud que hoy sacude a los mercados y a
las Bolsas, tanto en lo que atañe a la renta variable como a la renta
fija emitida por los principales bancos del mundo. El sector vuelve a
estar en cuestión, aunque hay un parecer muy extendido según el cual los
bancos se encuentran en estos momentos en una situación de solidez muy
superior a la del año 2008, cuando estalló la crisis de las hipotecas y
todo lo que vino después.
Con el paso de los meses, los bancos, sin embargo, han ido acumulando
nubarrones en su entorno. Ya lo de los tipos de interés en cero o en
negativo es un auténtico riesgo de genocidio financiero. Si no se puede
cobrar a los clientes por prestarle dinero, habrá que ver de dónde sacan
sus ingresos los bancos. Si la diferencia entre lo que cobran por los
créditos y lo que tienen que pagar a los ahorradores que les dejan el
dinero en depósito es nula, ¿cómo se ganarán la vida?
La depresión de los tipos de interés está llegando incluso al
contrasentido que ahora mismo trae de cabeza a los expertos: ¿qué hacer
con los tipos negativos en el caso de las hipotecas? ¿Tendrán que pagar
los bancos a los clientes de préstamos hipotecarios si el Euribor, tipo
de referencia variable más utilizado en las hipotecas, se pone en media
mensual negativa, como sucederá posiblemente este mes de agosto? Ese
tema está devanando los sesos de los analistas y de los banqueros. ¿Cómo
salir del contrasentido? Nadie lo sabe a ciencia cierta y desde luego
el asunto es serio y puede llegar a los tribunales, con desenlace
incierto.
La segunda cuestión que acecha a la salud y al status de los bancos
en estos momentos es la derivada del precio del petróleo. Con la caída
de los precios del crudo hasta niveles insólitos hay muchas empresas e
incluso Estados a los que no les salen las cuentas. Y ese es un asunto
al que difícilmente podrán sustraerse los bancos, en cuyos balances hay
muchos créditos, mucha financiación concedida a compañías petroleras y a
países del segmento del petróleo y de algunas materias primas muy
interrelacionadas con el precio del crudo. Esos países y esas empresas
van a tener dificultades en refinanciar unos créditos que hoy, a la
vista de los precios del crudo, son fallidos potenciales.
La crisis de las hipotecas incrementó de forma considerable las
carteras de créditos malos de los bancos y sus tasas de morosidad
aumentaron con fuerza. De ahí las cuantiosas dotaciones que han debido
realizar los bancos en los últimos años para preservar la calidad de los
balances, una tarea que todavía no ha concluido. Pero, además, y para
evitar que el asunto tuviera consecuencias similares en el futuro, las
autoridades bancarias han presionado mediante nuevas regulaciones para
forzar a la banca a destinar más recursos a reforzar los balances. Esta
doble exigencia ha provocado un importante estrés al sector financiero,
del que ahora parecía estar saliendo, justo cuando aparece una nueva
oleada de activos precarios, los que está empezando a dejar en la cuneta
la crisis del petróleo. ¿En cuánto aumentarán las partidas de créditos
fallidos los bancos de todo el mundo como consecuencia de la caída de
los precios del `petróleo? Nadie lo sabe, pero las sospechas están
erizando el cabello de algunos supervisores.
Las precauciones de los inversores ante el estado real de los bancos
no son, por lo tanto, nada gratuitas, aunque en algunos medios se está
hablando de reacción excesiva de los mercados. Lo que sí parece
anticipar el futuro inmediato es que las cotizaciones de los bancos no
van a ser ajenas en el futuro inmediato a la evolución del precio del
petróleo, lo que en alguna medida podría ser también una buena noticia
para los inversores, ya que los actuales niveles del precio del petróleo
parecen, por lo bajos, insostenibles.
(*) Periodista y economista español
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