sábado, 12 de marzo de 2016

Estados Unidos y su seguridad nacional / Luis Manuel Arce Isaac *

Defender su seguridad nacional por cualquier medio si se ve amenazada es un axioma monopolizado por Estados Unidos, sólo válido para ese país según los conceptos corporativos que comparten políticos, militares y ejecutivos. Esas son las horcas caudinas por debajo de las que el resto del mundo debe pasar obligatoriamente, trátese de países adversarios o aliados, potencias militares y económicas, o naciones pobres y pequeñas que apenas rebasan el umbral de la supervivencia.

Defender la seguridad nacional no es un concepto por sí, sino una doctrina de obligatoria aplicación dentro de un gran complejo de intereses que abarca todo el espectro imperial y un sistema muy riguroso de relaciones internacionales que frecuentemente se aplica de forma extraterritorial.

Es la constante de una conducta sin concesiones para aplicar medidas de castigo independientemente de sus consecuencias violatorias o no de derechos humanos, del orden internacional aceptado, de los principios éticos y morales generalmente respetados, y del sufrimiento colectivo o personal que pueda ocasionar.

Más que la justificación de una guerra como la de Irak, el bombardeo masivo de destrucción, la ocupación territorial y el genocidio, la defensa de la seguridad nacional es el evangelio de la doctrina del poder omnipresente y único, y su aplicación es incuestionable.

Venezuela está en esa circunstancia por la falacia de que es un peligro para la seguridad nacional de Estados Unidos con la agravante de "inusual y extraordinaria" aunque no sea un Estado nuclear ni cuente con unas fuerzas armadas y un potencial bélico capaz de poner a temblar al Pentágono.

Pero también lo es Rusia, y China, Irán o cualquier otro que perturbe le meta de la supremacía unipolar en esta nueva centuria que los estrategas del postmodernismo clasifican como el "siglo americano", no por América sino por Estados Unidos.

Más en el fondo, donde los corales muestran su verdadero color y estructura, evocar la seguridad nacional en Venezuela no deja de ser una reacción desesperada y peligrosa por el terreno perdido, al igual que las campañas contra Evo Morales, Luiz Inacio Lula da Silva, Cristina Fernández, Dilma Rousseff, Rafael Correa, Daniel Ortega, el propio Vladimir Putin o los dirigentes chinos.

América Latina en su conjunto está dentro de esa doctrina de la seguridad nacional, y ni regímenes conservadores y retrógrados como el de Argentina con el presidente Mauricio Macri, escapan a los peligros que encierra.

Esto se debe a que, como escribía hace poco Atilio Borón, somos la región del mundo mejor dotada de recursos naturales: con 7 por ciento de la población mundial disponemos entre el 42 y el 45 por ciento del agua dulce de la Tierra.

Somos el pulmón del planeta, dueños de la mitad de la biodiversidad mundial, sede de enormes depósitos de petróleo, gas y minerales estratégicos y de tierras extraordinariamente bien dotadas para la producción de todo tipo de alimentos de origen vegetal o animal.

Esta formidable dotación, agrega Borón, suscita los apetitos del imperio norteamericano por subordinar, a cualquier costo, a un país como Venezuela, cuyas reservas comprobadas de petróleo son las mayores del mundo, hoy superiores a las de Arabia Saudita.

Un continente que cuenta con el 80 por ciento de las reservas mundiales de litio, fuente energética fundamental para toda la industria microelectrónica y sus derivados, la mayor parte de ese mineral en la Bolivia plurinacional de Evo.

Estados Unidos vio en peligro el control que ambiciona y desea de esas y otras muchas riquezas del continente con gobiernos progresistas que en su visión de unipolarismo mundial, los percibían como una fisura grave de su sistema hemisférico que podría contaminarse con influencias extracontinentales.

Argentina, Venezuela, Bolivia, Brasil, con el caso de Lula, y Ecuador, demuestran que Washington se opondrá a cualquier proceso genuinamente democratizador que se escenifique en América Latina y el Caribe, y explica las enormes complejidades del proceso de normalización de relaciones totales con Cuba.

También indica el porqué de la rara supervivencia de una entelequia como la Organización de Estados Americanos que sospechosamente mantiene vivo el obsoleto Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) instrumento de invasiones militares, de conspiraciones palaciegas y golpes de Estado.

Evidentemente, Estados Unidos no quiere más derrotas como la sufrida por el ALCA ni la consolidación de gobiernos progresistas o hechos como la Revolución cubana o la bolivariana que marcan el cambio de los tiempos y es claro que no son ninguna amenaza ni inusual ni extraordinaria para nadie.


(*) Periodista cubano

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