jueves, 17 de marzo de 2016

Incertidumbre política en Irlanda, un panorama de moda en Europa / Luisa María González *

Tras los pasos de Portugal y España, Irlanda es el nuevo país europeo integrado a la tendencia de moda: celebrar elecciones y después quedar sin Gobierno.

En la primera sesión de investidura durante la toma de posesión del Parlamento en Dublín, ninguno de los cuatro candidatos que se presentaron consiguió el apoyo suficiente para formar el Ejecutivo, una situación fácilmente previsible a raíz de los resultados de los comicios.

Las votaciones celebradas el 26 de febrero dejaron un panorama muy fragmentado con sorpresas como la caída estrepitosa del partido Fine Gael (FG), hasta ahora en el gobierno, y el Fianna Fail (FF), principal opositor.

Desde el fin de la guerra de independencia en 1921, ambas formaciones dominaron el escenario político irlandés y alternaron los turnos en el poder.

Pero el FG, del actual primer ministro Enda Kenny, experimentó una pérdida considerable y consiguió solo 50 escaños, muy lejos de los 66 obtenidos en los sufragios de 2011 y de la mayoría parlamentaria, fijada en 79 en un órgano legislativo de 157 asientos.

En los últimos años este partido gobernó en coalición con los laboristas, quienes también sufrieron un desplome al pasar de 37 curules a solo seis.

Por otro lado, el opositor FF registró también un descenso y quedó con 44 escaños, con lo cual su líder, Michel Martin, vio alejarse las esperanzas de convertirse en el nuevo jefe del Ejecutivo.

Mientras, el izquierdista y nacionalista Sinn Fein logró 23 diputados para consolidarse como la tercera fuerza en el país, lo que constituye su mejor resultado en la historia.

Esa formación dirigida por Gerry Adams quedó en posición bisagra pues en sus manos estaba dar el respaldo a uno de los dos partidos principales y así allanarle el camino hacia el Gobierno.

Sin embargo, desde el primer momento Adams afirmó que no pretendía pactar con los grandes y dejó entonces solo una opción de gran alianza: la unión de los eternos rivales, el FG y FF, que también rechazaron tal alternativa.

De ahí que la sesión de investidura terminara en un fracaso: se presentaron Kenny, Martin y Adams, y el dirigente de la Alianza Antiausteridad-Personas antes que Beneficios, Richard Boyd-Barrett, pero ninguno consiguió ni siquiera acercarse a la mayoría requerida.

A la luz de los hechos, todo indica que la incertidumbre en Irlanda se prolongará durante las próximas semanas, en las cuales los partidos deberán retomar contactos y explorar las posibilidades de llegar a algún acuerdo.

Según la prensa local, Kenny -que se mantiene como primer ministro en funciones- propondrá ante el Parlamento convocar a una segunda sesión de investidura para una fecha aún desconocida.

Si el nuevo intento vuelve a fallar, entonces el país podría quedar obligado a realizar nuevas elecciones.

Como un deja vu

Similar a la sensación del déjà vu (ya visto), la situación en Irlanda carece de novedad y constituye casi una copia de lo sucedido hace poco en Portugal, y de la crisis que está en pleno apogeo en España.

Durante las elecciones celebradas en octubre último en la nación lusa, la gobernante coalición conservadora también perdió un considerable número votos y vio escurrirse entre sus manos la mayoría parlamentaria ostentada en el periodo anterior, mientras el opositor Partido Socialista tampoco consiguió el apoyo suficiente para asumir el mando en solitario.

Tras dos meses de un limbo político y de constantes negociaciones, los socialistas lograron pactar con fuerzas progresistas (Bloque de Izquierdas, Comunistas y Verdes) y articular una amplia alianza de centro-izquierda que llevo a Antonio Costa a asumir el poder en diciembre.

En España, el gobernante Partido Popular (PP) y su histórico rival, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), también se desplomaron en los sufragios realizados en diciembre, al perder terreno ante dos formaciones emergentes: la izquierdista Podemos y la centro-derechista

Ciudadanos

Los resultados, que constituyen una vuelta de página del tradicional bipartidismo español, han sumido a la nación en un incierto panorama en el cual no se vislumbra un pacto sólido para garantizar el ejercicio de poder.

Ahora llega Irlanda y se suma a la tendencia en la que se pueden identificar varios puntos en común: amplia fragmentación del voto, desplome de los partidos tradicionalmente hegemónicos y emergencia de fuerzas progresistas inclinadas hacia la izquierda.

Pero hay otro elemento que une a Dublín, Lisboa y Madrid, y podría considerarse como una de las causas de los nuevos escenarios post-electorales: las tres naciones se encuentran entre las más afectadas en Europa por la crisis económica iniciada en 2008.

Tanto Portugal como Irlanda recibieron rescates financieros de las instituciones europeas y el Fondo Monetario Internacional, a cambio de aplicar una dura política de austeridad que significó amplios recortes en el gasto social.

En consecuencia, las poblaciones debieron enfrentar un periodo difícil marcado por el alza del desempleo a niveles históricos, la caída de los salarios y pensiones, y el deterioro de los servicios básicos como la salud y la educación.

Aunque en España no se llegó al rescate, sí se aplicaron diversas medidas de austeridad recetadas por la Comisión Europea, con resultados similares a los de los otros países.

En ese contexto, la pregunta de qué sucederá en España e Irlanda carece aún de respuestas previsibles y no parece que vayan a tomar rumbos similares a la fórmula portuguesa de inclinación a la izquierda.

Mientras, por un lado siguen las negociaciones entre partidos y por otro, comienzan a sonar las campañas de posibles nuevas elecciones.


(*) Periodista

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