SAO PAULO.- Una ola de manifestantes pedían el domingo en Brasil la destitución
de la presidenta Dilma Rousseff, en un clima de fuerte descontento
social por la recesión económica y por un megafraude a la estatal
Petrobras que salpica a la elite empresaria y política del país.
Se espera que cerca de un millón de brasileños dejen retratada su
irritación en más de 400 ciudades, custodiadas por una operación
policial reforzada, durante una jornada de protesta que por primera vez
es explícitamente apoyada por partidos de la oposición y que ya ha
reunido a 100.000 personas en torno al Congreso en Brasilia. La magnitud
de las marchas es un dato sensible para Rousseff, que enfrenta una
petición de juicio político que podría terminar anticipadamente su
mandato, previsto hasta 2018, y también para los legisladores que buscan
combustible para motorizar ese proceso que está en ciernes en el
Congreso.
En Rio de Janeiro,
sede de los Juegos Olímpicos en agosto, miles de personas caminaban
junto a las playas de Copacabana y teñían la ribera marina con los
colores amarillo y verde de la bandera nacional, los mismos que
identifican a la emblemática selección de fútbol de Brasil, la prenda
favorita usada por los manifestantes. "Estoy manifestando porque creo
que solo participando se podrá frenar el desperdicio de las riquezas del
país", dijo Marcelo Antunes, un ingeniero de 66 años. "Todos los
brasileños debemos participar, no podemos quedarnos al costado", añadió.
Las imágenes aéreas de una marea de gente pidiendo un cambio de
gobierno devino en una escena repetida en Brasil desde que eclosionó la
crisis económica y política. Una avioneta que sobrevoló las playas de
Rio de Janeiro arrastrando un cartel con la leyenda "No va a haber
golpe" fue abucheada por la multitud. Poco después, una lancha navegó
frente a la costa mostrando una bandera que decía "Fuera Dilma".
En Brasilia,
en la explanada central que conduce al Congreso, 100.000 manifestantes
se agruparon en torno a los camiones desde donde los organizadores
arengaron la multitud con consignas antigobierno, según dijo la policía
militar a la AFP. Un gigantesco muñeco inflable que asemeja a la figura
del expresidente Luiz Inacio Lula da Silva vestido de presidiario se
erigía entre las cabezas apiñadas frente al Congreso, donde se vivó al
juez federal Sergio Moro, cuyos fallos enviaron a la cárcel a varios
empresarios y políticos de la elite local enlodados en la causa
Petrobras.
En Sao Paulo,
la capital económica e industrial de Brasil, comenzaban a reunirse los
manifestantes. Se espera que esta ciudad sea el corazón del descontento
social, como lo fue en 2015 cuando se congregaron cerca de un millón de
brasileños. "Vine porque estoy cansada de ver tanta corrupción y para
reclamar por el desorden en que se convirtió este país. Basta de robo,
basta", dijo Rosilene Feitosa, una pensionada de 61 años. "Yo voté por
el PT (Partido de los Trabajadores, PT) pero nunca más", agregó.
En Sao Paulo se espera que participen líderes de la oposición que
quieren ver a Rousseff lejos del Palacio de Planalto, como el senador
Aecio Neves, del partido socialdemócrata PSDB, derrotado por la actual
presidenta en las elecciones de 2014. Y allí también está la residencia
de Lula, donde este mediodía unas 300 personas dieron su apoyo al
símbolo y fundador del gobernante PT, que recibió un pedido de prisión
preventiva de la fiscalía de Sao Paulo la semana pasada por supuesta
ocultación de patrimonio. Lula retribuyó el saludo, según presenció un
fotógrafo de prensa.
La posibilidad de que se produzcan cruces entre manifestantes en
medio de la actual efervescencia política que vive el país despertó
preocupación en Rousseff, quien hizo un llamado para evitar la
violencia. Imágenes de televisión también mostraban copiosas
manifestaciones en ciudades como Belo Horizonte (sureste) e incluso en
tradicionales bastiones del izquierdista PT, que lleva más de 13 años en
el poder, en el estado de Bahia, noreste. Con una caída de su PIB del
3,8% en 2015 y una proyección negativa para este año, un desempleo en
alza y las cuentas públicas en rojo, la potencia emergente entró en una
espiral de desánimo que se derramó incluso dentro de la coalición de
gobierno.
El sábado, el mayor aliado que tiene el PT en el gobierno anunció que
evalúa romper la alianza. El centrista PMDB, la mayor fuerza política
de Brasil, debatirá durante 30 días si abandona a Rousseff a su suerte o
si se mantiene dentro del gobierno. La convención del partido al que
pertenecen el vicepresidente de la República, Michel Temer, el jefe de
la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, y el del Senado, Renan Calheiros,
transcurrió en clima opositor y las marchas podrían animar a quienes
pretenden avanzar con el impeachment. En plena tormenta, Rousseff
compareció sonriente el viernes y echó mano del carácter glacial que
envuelve su biografía: "¿Creen que tengo cara de estar resignada? ¿Creen
que tengo genio para resignarme? Yo no estoy resignada ante nada y no
tengo esa actitud ante la vida (...) Cuenten, por lo menos, que no tengo
cara de quien va a renunciar", instó a los periodistas.
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