Un buen número de analistas económicos coinciden en la respuesta a la
pregunta de por qué el precio del petróleo se ha venido a pique durante
los dos últimos años: el mercado está inundado de ‘oro negro’ porque el
mundo ha producido más petróleo del que necesita y esta realidad ha
hundido las cotizaciones.
En otras palabras, se trata de otro capítulo del desbalance en la
relación entre la oferta y la demanda, un desequilibrio que ha conducido
a que un barril de crudo valga hoy alrededor de un 65 por ciento menos
de lo que valía a mediados del 2014.
Este desbalance o ‘inundación’ tiene entre sus causas fundamentales
el aumento del 2 por ciento en la oferta global que tuvo lugar en el
segundo semestre del 2014, cuando Arabia Saudí decidió incrementar su
producción diaria en más de un millón de barriles.
Se trató de una apuesta fuerte por no perder su rol protagónico en el
mercado y que además de generar sismos en determinados sectores de la
economía global, puede incluso tener efectos reales en el medioambiente.
Como sugiere Paul Spedding, antiguo copresidente del Global de Estudios
sobre el Petróleo y el Gas de HSBC y actual asesor de la consultora
británica Carbon Tracker: con precios tan bajos como los de los últimos
meses, se hace más difícil que los países inviertan en el desarrollo de
energías limpias tentados por la posibilidad de cuidar sus finanzas.
El origen de la actual coyuntura se encuentra en el 2013, cuando
Estados Unidos comenzó a acariciar la autosuficiencia petrolera con la
producción de crudo de esquisto (oil shale), gracias al uso del
‘fracking’, y rompió la barrera de los diez millones de barriles
producidos cada día.
El hecho significó un ritmo de extracción 30 por ciento superior al
que tenía tres años atrás y un considerable aumento en su peso dentro
del mercado global. La reacción saudí fue sorpresiva, pues cuando en
octubre del 2014 el barril se situaba cercano a los 90 dólares, lo
predecible era que Riad disminuyera un poco su producción para mantener
sus altísimos márgenes de utilidad.
No obstante, los saudíes fueron a la ofensiva, conscientes de que
ninguna otra potencia petrolera podía siquiera acercarse a sus costos de
producción por barril, que de acuerdo con la consultora Rystad Energy
son de 9,90 dólares por barril.
Al tener en cuenta que dichos costos para Estados Unidos (‘fracking’
incluido) rondan los 36 dólares –en Colombia alrededor de 35, en Brasil
48 y en Venezuela 23,50, por citar algunos ejemplos–, resulta evidente
que fue una maniobra calculada de Arabia Saudí para enviarle un
recordatorio al mundo de que en materia petrolera ellos determinan el
ritmo. De hecho, los saudíes han sabido resistir los intentos que países
como Venezuela e Irán han impulsado dentro de la Organización de Países
Exportadores de Petróleo (Opep) para llegar a un acuerdo que límite la
producción.
Jugando a ser el más fuerte, Arabia Saudí optó por acercar a la
inviabilidad de producción a las naciones que producen petróleo a alto
costo, sabiendo además que tiene una ventaja competitiva: un yacimiento
explotado mediante ‘fracking’ produce entre cuatro y cinco años en
promedio, mientras que en Oriente Próximo con el método de perforación
tradicional, un pozo puede arrojar petróleo por décadas. A esto se suma
la liviandad del crudo, que además de hallarse en puntos de buen acceso
logístico, requiere de una menor inversión en la infraestructura para su
transporte y en aditivos. Todo esto sumado al hecho de tener a cinco de
los 20 pozos más grandes del mundo y ser la segunda nación con mayores
reservas de crudo.
En este pulso los grandes perjudicados han sido las economías
emergentes como Colombia, para las que la venta de su
producción supone un enorme pilar de ingreso además de una alta
inversión para su producción.
La estrategia saudí fue además un golpe de mesa en Oriente Próximo,
en especial enfocado en Irán, la nación con la que rivaliza económica y
religiosamente (Arabia es suní e Irán es chií) y que no dista mucho de
sus costos de producción petrolera. Ante la cercanía del levantamiento
de las sanciones otrora impuestas por Occidente, Teherán –que produce
unos 3,5 millones de barriles al día– podía tener entre sus cálculos una
aceleración en la producción de petróleo para sus naturales intenciones
de crecimiento, posteriores a la negociación de su programa nuclear con
las potencias occidentales. Riad, al parecer, no está dispuesta a
permitirlo.
De acuerdo con el analista británico Thomas Pugh, de la firma Capital
Economics, “el único factor que en ese sentido podría traducirse en un
aumento de los precios sería que Irán se comprometiera a no aumentar la
producción.
Los factores políticos son importantes en el mercado del petróleo, pero creo que ahora los factores económicos están dominando”.
Del rumbo del mercado del crudo se han desprendido también diversos
análisis políticos. Más allá de la tensión Riad–Teherán, la limitada
reacción de Estados Unidos, cuyas compañías petroleras mantuvieron su
nivel productivo –que solo ahora comienzan a reducir–, fue vista bajo el
lente de sus intereses geoestratégicos: la caída en los precios ha
afectado duramente a Rusia, tercer productor mundial con alrededor de
10,5 millones de barriles al día. Amparado por un precio cercano a los
100 dólares por barril, Moscú anexionó en el 2014 la península de Crimea
a su territorio y jugó un rol fundamental en la crisis de Ucrania,
donde considerables regiones prorrusas del este se identificaron bajo el
ideal separatista.
Otros puntos de vista apuntaron también a que un petróleo a bajo
precio disminuía seriamente los ingresos del Estado Islámico, que
considerado una de las mayores amenazas a la seguridad de Estados Unidos
y sus socios europeos, dejaba de recibir enormes cantidades de dólares,
producto de la comercialización en el mercado negro del crudo extraído
de las zonas de Libia, Siria e Irak que controla.
De otro lado, los efectos políticos de la estrategia saudí ha
encontrado un considerable polo estructurado por el grupo de países
afectados y con peso petrolero, que no lucen dispuestos a dar el brazo a
torcer frente a la caída de precios.
Este bloque, fundamentalmente conformado por Irán, Rusia y Venezuela,
ha evaluado la opción de reducir conjuntamente la producción para
provocar un alza que reactive sus ingresos. Julio César Vera,
vicepresidente de combustibles de Gulf, asegura que para materializar su
intención “esos países tendrán que demostrar que no solamente son
capaces de unirse, sino que realmente se vuelvan efectivas sus medidas,
las hagan sostenibles en el mediano plazo, por lo menos, y que no entren
en la tentación de que cuando el precio comience a reaccionar, hagan la
trampa de subir sus niveles de producción”.
¿Hacia dónde va el mercado ahora? A juzgar por las últimas semanas,
podría hablarse de una leve tendencia al alza, en especial desde la
segunda semana de febrero. Vera considera que “el mercado está
reconociendo que a precios por debajo de los 30 dólares no hay
viabilidad para la producción petrolera mundial y el mercado ha
comenzado a subir lentamente, buscando llegar al precio de equilibrio,
que podría establecerse entre los 40 y los 50 dólares hacia final de
este año”.
De acuerdo con Pugh y Capital Economics, la producción de petróleo ya
evidenció una baja de 150.000 barriles diarios en enero, que a finales
del 2016 podría llegar a 700.000.
“Los precios –dice el analista– deberían hacerse más fuertes en la
segunda mitad del año cuando los cortes de suministro se vuelvan más
evidentes”.
Así mismo, Vera apunta que en materia política y económica,
justamente a finales de este año, las cartas ya estarán jugadas. “No
creo que Arabia Saudita, por más poder económico que tenga y por más
caja, pueda seguir, artificialmente, controlando la oferta y llevando a
los precios a niveles tan bajos que de pronto le quiten viabilidad al
desarrollo de futuros proyectos”. Las preocupaciones para las economías
altamente influidas por el crudo continúan, sin embargo los últimos
indicios, por ahora, dejan ver el horizonte un poco más claro.
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