domingo, 6 de marzo de 2016

El complejo pulso que rige el precio del crudo / Diego Alarcón *

Un buen número de analistas económicos coinciden en la respuesta a la pregunta de por qué el precio del petróleo se ha venido a pique durante los dos últimos años: el mercado está inundado de ‘oro negro’ porque el mundo ha producido más petróleo del que necesita y esta realidad ha hundido las cotizaciones.

En otras palabras, se trata de otro capítulo del desbalance en la relación entre la oferta y la demanda, un desequilibrio que ha conducido a que un barril de crudo valga hoy alrededor de un 65 por ciento menos de lo que valía a mediados del 2014.

Este desbalance o ‘inundación’ tiene entre sus causas fundamentales el aumento del 2 por ciento en la oferta global que tuvo lugar en el segundo semestre del 2014, cuando Arabia Saudí decidió incrementar su producción diaria en más de un millón de barriles.

Se trató de una apuesta fuerte por no perder su rol protagónico en el mercado y que además de generar sismos en determinados sectores de la economía global, puede incluso tener efectos reales en el medioambiente. Como sugiere Paul Spedding, antiguo copresidente del Global de Estudios sobre el Petróleo y el Gas de HSBC y actual asesor de la consultora británica Carbon Tracker: con precios tan bajos como los de los últimos meses, se hace más difícil que los países inviertan en el desarrollo de energías limpias tentados por la posibilidad de cuidar sus finanzas.

El origen de la actual coyuntura se encuentra en el 2013, cuando Estados Unidos comenzó a acariciar la autosuficiencia petrolera con la producción de crudo de esquisto (oil shale), gracias al uso del ‘fracking’, y rompió la barrera de los diez millones de barriles producidos cada día.

El hecho significó un ritmo de extracción 30 por ciento superior al que tenía tres años atrás y un considerable aumento en su peso dentro del mercado global. La reacción saudí fue sorpresiva, pues cuando en octubre del 2014 el barril se situaba cercano a los 90 dólares, lo predecible era que Riad disminuyera un poco su producción para mantener sus altísimos márgenes de utilidad.

No obstante, los saudíes fueron a la ofensiva, conscientes de que ninguna otra potencia petrolera podía siquiera acercarse a sus costos de producción por barril, que de acuerdo con la consultora Rystad Energy son de 9,90 dólares por barril.

Al tener en cuenta que dichos costos para Estados Unidos (‘fracking’ incluido) rondan los 36 dólares –en Colombia alrededor de 35, en Brasil 48 y en Venezuela 23,50, por citar algunos ejemplos–, resulta evidente que fue una maniobra calculada de Arabia Saudí para enviarle un recordatorio al mundo de que en materia petrolera ellos determinan el ritmo. De hecho, los saudíes han sabido resistir los intentos que países como Venezuela e Irán han impulsado dentro de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (Opep) para llegar a un acuerdo que límite la producción.

Jugando a ser el más fuerte, Arabia Saudí optó por acercar a la inviabilidad de producción a las naciones que producen petróleo a alto costo, sabiendo además que tiene una ventaja competitiva: un yacimiento explotado mediante ‘fracking’ produce entre cuatro y cinco años en promedio, mientras que en Oriente Próximo con el método de perforación tradicional, un pozo puede arrojar petróleo por décadas. A esto se suma la liviandad del crudo, que además de hallarse en puntos de buen acceso logístico, requiere de una menor inversión en la infraestructura para su transporte y en aditivos. Todo esto sumado al hecho de tener a cinco de los 20 pozos más grandes del mundo y ser la segunda nación con mayores reservas de crudo.

En este pulso los grandes perjudicados han sido las economías emergentes como Colombia, para las que la venta de su producción supone un enorme pilar de ingreso además de una alta inversión para su producción.

La estrategia saudí fue además un golpe de mesa en Oriente Próximo, en especial enfocado en Irán, la nación con la que rivaliza económica y religiosamente (Arabia es suní e Irán es chií) y que no dista mucho de sus costos de producción petrolera. Ante la cercanía del levantamiento de las sanciones otrora impuestas por Occidente, Teherán –que produce unos 3,5 millones de barriles al día– podía tener entre sus cálculos una aceleración en la producción de petróleo para sus naturales intenciones de crecimiento, posteriores a la negociación de su programa nuclear con las potencias occidentales. Riad, al parecer, no está dispuesta a permitirlo.

De acuerdo con el analista británico Thomas Pugh, de la firma Capital Economics, “el único factor que en ese sentido podría traducirse en un aumento de los precios sería que Irán se comprometiera a no aumentar la producción.

Los factores políticos son importantes en el mercado del petróleo, pero creo que ahora los factores económicos están dominando”.

Del rumbo del mercado del crudo se han desprendido también diversos análisis políticos. Más allá de la tensión Riad–Teherán, la limitada reacción de Estados Unidos, cuyas compañías petroleras mantuvieron su nivel productivo –que solo ahora comienzan a reducir–, fue vista bajo el lente de sus intereses geoestratégicos: la caída en los precios ha afectado duramente a Rusia, tercer productor mundial con alrededor de 10,5 millones de barriles al día. Amparado por un precio cercano a los 100 dólares por barril, Moscú anexionó en el 2014 la península de Crimea a su territorio y jugó un rol fundamental en la crisis de Ucrania, donde considerables regiones prorrusas del este se identificaron bajo el ideal separatista.

Otros puntos de vista apuntaron también a que un petróleo a bajo precio disminuía seriamente los ingresos del Estado Islámico, que considerado una de las mayores amenazas a la seguridad de Estados Unidos y sus socios europeos, dejaba de recibir enormes cantidades de dólares, producto de la comercialización en el mercado negro del crudo extraído de las zonas de Libia, Siria e Irak que controla.

De otro lado, los efectos políticos de la estrategia saudí ha encontrado un considerable polo estructurado por el grupo de países afectados y con peso petrolero, que no lucen dispuestos a dar el brazo a torcer frente a la caída de precios.

Este bloque, fundamentalmente conformado por Irán, Rusia y Venezuela, ha evaluado la opción de reducir conjuntamente la producción para provocar un alza que reactive sus ingresos. Julio César Vera, vicepresidente de combustibles de Gulf, asegura que para materializar su intención “esos países tendrán que demostrar que no solamente son capaces de unirse, sino que realmente se vuelvan efectivas sus medidas, las hagan sostenibles en el mediano plazo, por lo menos, y que no entren en la tentación de que cuando el precio comience a reaccionar, hagan la trampa de subir sus niveles de producción”.

¿Hacia dónde va el mercado ahora? A juzgar por las últimas semanas, podría hablarse de una leve tendencia al alza, en especial desde la segunda semana de febrero. Vera considera que “el mercado está reconociendo que a precios por debajo de los 30 dólares no hay viabilidad para la producción petrolera mundial y el mercado ha comenzado a subir lentamente, buscando llegar al precio de equilibrio, que podría establecerse entre los 40 y los 50 dólares hacia final de este año”.

De acuerdo con Pugh y Capital Economics, la producción de petróleo ya evidenció una baja de 150.000 barriles diarios en enero, que a finales del 2016 podría llegar a 700.000.
“Los precios –dice el analista– deberían hacerse más fuertes en la segunda mitad del año cuando los cortes de suministro se vuelvan más evidentes”.

Así mismo, Vera apunta que en materia política y económica, justamente a finales de este año, las cartas ya estarán jugadas. “No creo que Arabia Saudita, por más poder económico que tenga y por más caja, pueda seguir, artificialmente, controlando la oferta y llevando a los precios a niveles tan bajos que de pronto le quiten viabilidad al desarrollo de futuros proyectos”. Las preocupaciones para las economías altamente influidas por el crudo continúan, sin embargo los últimos indicios, por ahora, dejan ver el horizonte un poco más claro.


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