Desde hace ya algunos años, los grupos de ultraizquierda españoles
desarrollan una activa campaña para atribuir toda clase de maldades al
Tratado de Libre Comercio que negocian la Unión Europea y Estados
Unidos. Según ellos, es una especie de Satanás, todo mal sin mezcla de
bien alguno. Acabará con el Estado de Bienestar en Europa, los derechos
laborales y el medio ambiente, como mínimo. Por supuesto, cualquiera que
ponga la menor objeción a conclusiones tan evidentes, no puede ser otra
cosa que un malvado a sueldo del gran capital.
Es preciso realizar dos aclaraciones preliminares, para poner este
debate en contexto. Primera, se trata de un acuerdo que se está
negociando todavía y, por tanto, es imposible saber su contenido final.
No obstante, hay grupos políticos que ya han decidido qué va a decir
(según ellos) hasta la última coma. Segunda, en la vida en general (y en
Economía en particular), raramente algo es totalmente malo o bueno.
Habitualmente nos encontramos ante situaciones en las que existen tanto
ventajas como inconvenientes. Sopesarlos es precisamente la forma
racional de abordar la cuestión.
¿Cuáles son las ventajas potenciales del TTIP? Existen y pueden
beneficiar especialmente a un país como España, dada nuestra estructura
productiva. El acuerdo propone reducir los aranceles en los pocos
productos en los que son altos todavía. Se trata de sectores como el
textil, calzado, cuero, productos agrarios -frutas, vino y aceite- en
los que España es un claro exportador. Evidentemente, si Estados Unidos
rebaja esos aranceles, se beneficiarán nuestras exportaciones.
Otros
apartados del acuerdo buscan armonizar las regulaciones en sectores como
el automóvil, que supone el 17 % de las exportaciones totales
españolas. Si, como también persigue el acuerdo, las obras y otras
contratas públicas se abren en Estados Unidos a contratistas de otros
países en igualdad de condiciones, hay importantes empresas de
infraestructuras españolas que podrían beneficiarse.
Esto no quiere decir que las negociaciones deban abordarse como un
cheque en blanco, que esas ventajas potenciales deban lograrse a
cualquier precio. Es cierto que existen riesgos, que tienen que ver con
la defensa de los consumidores (transgénicos, protección de datos
personales), la propiedad intelectual, el tratamiento de las
denominaciones de origen o el medioambiente (uso de pesticidas). No
tienen porqué materializarse. El propósito de las negociaciones consiste
en asegurar las ventajas minimizando los inconvenientes. La clave
reside en no confundir armonización con desregulación: las regulaciones
pueden igualarse al nivel de Estados Unidos, pero también al europeo.
Otras dos cuestiones resultan preocupantes: que se creen
jurisdicciones especiales para dirimir los conflictos entre
multinacionales y Estados, así como la falta de transparencia en las
negociaciones. Las diferencias entre multinacionales y Estados deben
resolverse en el marco de los sistemas judiciales existentes, no
mediante la creación de mecanismos de arbitraje extrajudicial.
De nuevo
la clave está, como en el caso de la igualación de regulaciones, en los
detalles concretos. Parece razonable garantizar la seguridad jurídica de
los inversores extranjeros. No obstante, ciertos enfoques parecen
exagerados, como algunas propuestas iniciales de que cualquier cambio
legal tenga que dar lugar, si ocasiona perjuicios a una multinacional, a
compensaciones. Esto limitaría gravemente la capacidad de legislar de
Estados soberanos.
La falta de transparencia en las negociaciones ha constituido un
grave error estratégico, empeorado recientemente como consecuencia de
las filtraciones. El clima de secretismo genera desconfianza y ha sido
aprovechado por quienes buscan crear confusión y miedo. Sin embargo,
cierto grado de discreción es inevitable en una negociación: no es
posible enseñar todas las cartas desde el inicio de la partida.
Hay que tener en cuenta que no se trata de una negociación en la que
España participe en solitario. Los tratados comerciales son una de las
competencias más antiguas de la Unión. Socios como Francia tendrán buen
cuidado de conjurar los riesgos susodichos, como ya se está poniendo de
manifiesto.
Por último, conviene recordar que el comercio no es un juego de suma
cero (en el que Estados Unidos vaya a ganar lo que pierda la Unión
Europea). El comercio internacional es un juego de suma positiva, en el
que existe potencial para que tanto Estados Unidos, como nuestros socios
de la Unión Europea y la propia España, ganen simultáneamente. ¡Menos
lobos, prejuicios, dogmas, demonizaciones y más racionalidad!
(*) Catedrático de Economía Aplicada, Universidad Rey Juan Carlos, de Madrid
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