miércoles, 4 de mayo de 2016

El TTIP: ¡menos lobos! / Álvaro Anchuelo *

Desde hace ya algunos años, los grupos de ultraizquierda españoles desarrollan una activa campaña para atribuir toda clase de maldades al Tratado de Libre Comercio que negocian la Unión Europea y Estados Unidos. Según ellos, es una especie de Satanás, todo mal sin mezcla de bien alguno. Acabará con el Estado de Bienestar en Europa, los derechos laborales y el medio ambiente, como mínimo. Por supuesto, cualquiera que ponga la menor objeción a conclusiones tan evidentes, no puede ser otra cosa que un malvado a sueldo del gran capital.

Es preciso realizar dos aclaraciones preliminares, para poner este debate en contexto. Primera, se trata de un acuerdo que se está negociando todavía y, por tanto, es imposible saber su contenido final. No obstante, hay grupos políticos que ya han decidido qué va a decir (según ellos) hasta la última coma. Segunda, en la vida en general (y en Economía en particular), raramente algo es totalmente malo o bueno. Habitualmente nos encontramos ante situaciones en las que existen tanto ventajas como inconvenientes. Sopesarlos es precisamente la forma racional de abordar la cuestión.

¿Cuáles son las ventajas potenciales del TTIP? Existen y pueden beneficiar especialmente a un país como España, dada nuestra estructura productiva. El acuerdo propone reducir los aranceles en los pocos productos en los que son altos todavía. Se trata de sectores como el textil, calzado, cuero, productos agrarios -frutas, vino y aceite- en los que España es un claro exportador. Evidentemente, si Estados Unidos rebaja esos aranceles, se beneficiarán nuestras exportaciones. 

Otros apartados del acuerdo buscan armonizar las regulaciones en sectores como el automóvil, que supone el 17 % de las exportaciones totales españolas. Si, como también persigue el acuerdo, las obras y otras contratas públicas se abren en Estados Unidos a contratistas de otros países en igualdad de condiciones, hay importantes empresas de infraestructuras españolas que podrían beneficiarse.

Esto no quiere decir que las negociaciones deban abordarse como un cheque en blanco, que esas ventajas potenciales deban lograrse a cualquier precio. Es cierto que existen riesgos, que tienen que ver con la defensa de los consumidores (transgénicos, protección de datos personales), la propiedad intelectual, el tratamiento de las denominaciones de origen o el medioambiente (uso de pesticidas). No tienen porqué materializarse. El propósito de las negociaciones consiste en asegurar las ventajas minimizando los inconvenientes. La clave reside en no confundir armonización con desregulación: las regulaciones pueden igualarse al nivel de Estados Unidos, pero también al europeo.

Otras dos cuestiones resultan preocupantes: que se creen jurisdicciones especiales para dirimir los conflictos entre multinacionales y Estados, así como la falta de transparencia en las negociaciones. Las diferencias entre multinacionales y Estados deben resolverse en el marco de los sistemas judiciales existentes, no mediante la creación de mecanismos de arbitraje extrajudicial. 

De nuevo la clave está, como en el caso de la igualación de regulaciones, en los detalles concretos. Parece razonable garantizar la seguridad jurídica de los inversores extranjeros. No obstante, ciertos enfoques parecen exagerados, como algunas propuestas iniciales de que cualquier cambio legal tenga que dar lugar, si ocasiona perjuicios a una multinacional, a compensaciones. Esto limitaría gravemente la capacidad de legislar de Estados soberanos.

La falta de transparencia en las negociaciones ha constituido un grave error estratégico, empeorado recientemente como consecuencia de las filtraciones. El clima de secretismo genera desconfianza y ha sido aprovechado por quienes buscan crear confusión y miedo. Sin embargo, cierto grado de discreción es inevitable en una negociación: no es posible enseñar todas las cartas desde el inicio de la partida.

Hay que tener en cuenta que no se trata de una negociación en la que España participe en solitario. Los tratados comerciales son una de las competencias más antiguas de la Unión. Socios como Francia tendrán buen cuidado de conjurar los riesgos susodichos, como ya se está poniendo de manifiesto.

Por último, conviene recordar que el comercio no es un juego de suma cero (en el que Estados Unidos vaya a ganar lo que pierda la Unión Europea). El comercio internacional es un juego de suma positiva, en el que existe potencial para que tanto Estados Unidos, como nuestros socios de la Unión Europea y la propia España, ganen simultáneamente. ¡Menos lobos, prejuicios, dogmas, demonizaciones y más racionalidad!


(*) Catedrático de Economía Aplicada, Universidad Rey Juan Carlos, de Madrid


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