Después del
triunfo del Brexit, las miradas se dirigen instintivamente a París y
Berlín, las capitales de las dos mayores potencias de la nueva Europa.
Nueva
Europa en el sentido de que, desde el resultado del Brexit, hay que
pensarla en otros términos, distintos a cuando la pertenencia del
Reino Unido a la Unión daba a ésta un cierto aire de proyecto
indeterminado, que aunque formal y legalmente se declaraba
vocado a “una unión cada vez más estrecha”, se sentía coartada para
marchar en esa dirección, temerosa de que Londres mostrase
desaprobación, levantase alguna objeción, expresase su
renuencia, se pronunciase con escepticismo, o en el peor de los
casos exhibiese profunda indiferencia.
Lo que Vds.
quieran, pero desde luego mucho entusiasmo no hubo nunca en Londres,
ni aliento, ni apoyo activo a la Unión. Su programa “europeo” ha sido
siempre muy escueto: Mercado Único y poco más. Quizás en los últimos
años, mayor colaboración con las policías europeas en la lucha
contra el terrorismo, en la financiación a la investigación
científica, en el logro de subsidios a las regiones menos
desarrolladas del Reino, impulso al Tratado de Libre Comercio con
Estados Unidos, etc.
Fuera quedaban la unión monetaria y la
moneda única, el Banco Central Europeo, los mecanismos europeos de
estabilidad financiera y fiscal, la libre circulación de
personas, la acogida masiva de refugiados... Es decir, todo lo
que ha constituido el quehacer diario y las preocupaciones
cotidianas de las otras sociedades europeas desde hace al menos
diez años.
Muchos dirán que la Unión no debió meterse en esas
aventuras, que debió hacer como el Reino Unido: contentarse con el
mercado único. Ocurre, sin embargo, que el mercado único implica
mercado laboral único, y éste a su vez libre circulación y de
establecimiento de las personas, y que las personas llevan
derechos en sus maletas, y los derechos a su vez requieren un
aparato legal que los ampare y circunscriba, es decir, una suerte
de ‘constitución’. O sea, un aparato legal complejo y engorroso ‘per
se’, algo diferente a la constitución del Reino Unido, que ni
siquiera existe formalmente.
Sin olvidar que el mercado, a su
vez, necesita mecanismos monetarios que den continuidad y
fluidez a las transacciones, y que los mecanismos monetarios
exigen solvencia, y que la solvencia exige disciplina fiscal, y la
disciplina fiscal requiere un cierto grado de coacción sobre los
agentes económicos, pero ante todo sobre los agentes políticos, es
decir, sobre los gobiernos.
Y finalmente, que ese poder
coactivo debe estar depositado en alguna institución, y que como
esa institución no está ahí, no ha sido creada todavía, la ejerce
de modo imperfecto el Consejo Europeo, con algo de ayuda de la
Comisión Europea y del Banco Central. Pero desafortunadamente
dentro del Consejo Europeo sólo hay un líder con capacidad de hacer de
eso, de líder.
Enfrentando un costoso divorcio
Y en este
caso se trata de una señora de nombre Angela, que es conocida por
andar con pies de plomo en sus tratos con sus colegas, aunque una vez o
dos su corazón le haya traicionado al acelerarse ante la
desgracia ajena (por ejemplo, a la vista del cuerpo exangüe de un niño
de dos años recogido en una playa mediterránea), moviéndola a
un acto de generosidad heroica (“vengan a mí los desterrados de
Siria y de otras naciones”).
Aquel gesto, que comprometía no
sólo a Alemania, sino también a otros países del Camino Alemán, movió a
sus líderes a la resistencia, oponiéndose al gesto de Merkel,
alarmando al mismo tiempo a los lejanos isleños del RU. Los cuales,
por cierto, ya tienen una larga historia de refugiados e
inmigrantes, y por eso no admiten más, aunque sean europeos,
porque todos los que ya tiene conviven con relativa paz interna, y
no quieren que en su tierra se sigan los malos ejemplos de algunos de
los países continentales, irreconciliados con las poblaciones
extraeuropeas que en su día, o ayer mismo, acogieron en repetidos
impulsos de humanismo y cosmopolitismo, y que hoy son causa de
desasosiego para muchos de sus gobernados, que consideran
débiles a aquellos gobernantes y no dignos de confianza en unos
momentos en que Europa se siente cercada, inserta como está en una
geopolítica cada vez más inestable.
Es esta secuencia
inexorable de fenómenos económicos y políticos de lo que el Reino
Unido ha querido desengancharse, porque sobrepasa el “compact”,
el entendimiento original bajo el que se unió a la entonces
Comunidad Económica Europea.
Por ese ‘compact’ admitía ser
tratado como un miembro más de la Unión, igual en todo respecto de los
otros, con tal de que se le reconociese algún privilegio, como el
de gozar de ciertas excepciones, ya que aportaba un superávit de
influencia mundial y realizaba aportaciones muy apreciables y
singulares al acervo común europeo: su cosmopolitismo, su
diplomacia, su influencia sobre vastas regiones del mundo que
pertenecieron a su órbita histórica, su alegada “relación
especial con los Estados Unidos”, su ciencia, su enseñanza, su City,
etc. Sin olvidar su lengua, claro está, activo que los británicos
disfrutan desde el nacimiento mientras los otros europeos lo pagan
con costosos cursos de idiomas.
Pero girar la vista a Berlín y
París, en estos días, equivale a encontrarse de nuevo con la mesura
merkeliana y la timidez hollandiana. “Este ha sido un golpe a
Europa y al proceso de unificación europea”, declaró de
inmediato Angela Merkel al conocer el resultado del referéndum,
para apresurarse poco menos que a desautorizar a su ministro de
Exteriores, Steinmaier, por haberse mostrado, junto con los otros
cinco ministros de exteriores de los Seis Fundadores del Mercado
Común, demasiado exigentes con el Reino Unido, para que apresurase
el proceso de su separación, y no prolongara innecesariamente
el costoso divorcio.
Algo más conducente se mostró el
presidente Hollande, quien al tiempo que reconocía que el
referéndum pone a prueba a la Unión y reclamaba reformas e
inversiones.
Ha pasado por lo menos setenta y dos horas desde
que se confirmó el Brexit. Los días corren y aún no se ha dicho mucho
sobre qué hacer en una Europa necesariamente nueva en muchos
aspectos. Esperar es un arte europeo.
(*) Periodista
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