lunes, 27 de junio de 2016

Pasan cuatro días desde el Brexit y no se sabe mucho de la nueva Europa / Antonio Sánchez-Gijón *

Después del triunfo del Brexit, las miradas se dirigen instintivamente a París y Berlín, las capitales de las dos mayores potencias de la nueva Europa.
Nueva Europa en el sen­tido de que, desde el re­sul­tado del Brexit, hay que pen­sarla en otros tér­mi­nos, dis­tintos a cuando la per­te­nencia del Reino Unido a la Unión daba a ésta un cierto aire de pro­yecto in­de­ter­mi­nado, que aunque formal y le­gal­mente se de­cla­raba vo­cado a “una unión cada vez más es­tre­cha”, se sentía coar­tada para mar­char en esa di­rec­ción, te­me­rosa de que Londres mos­trase des­apro­ba­ción, le­van­tase al­guna ob­je­ción, ex­pre­sase su re­nuen­cia, se pro­nun­ciase con es­cep­ti­cismo, o en el peor de los casos ex­hi­biese pro­funda in­di­fe­ren­cia.

Lo que Vds. quie­ran, pero desde luego mucho en­tu­siasmo no hubo nunca en Londres, ni aliento, ni apoyo ac­tivo a la Unión. Su pro­grama “europeo” ha sido siempre muy es­cueto: Mercado Único y poco más. Quizás en los úl­timos años, mayor co­la­bo­ra­ción con las po­li­cías eu­ro­peas en la lucha contra el te­rro­rismo, en la fi­nan­cia­ción a la in­ves­ti­ga­ción cien­tí­fica, en el logro de sub­si­dios a las re­giones menos desa­rro­lladas del Reino, im­pulso al Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, etc.

Fuera que­daban la unión mo­ne­taria y la mo­neda única, el Banco Central Europeo, los me­ca­nismos eu­ro­peos de es­ta­bi­lidad fi­nan­ciera y fis­cal, la libre cir­cu­la­ción de per­so­nas, la aco­gida ma­siva de re­fu­gia­dos... Es de­cir, todo lo que ha cons­ti­tuido el quehacer diario y las preo­cu­pa­ciones co­ti­dianas de las otras so­cie­dades eu­ro­peas desde hace al menos diez años.

Muchos dirán que la Unión no debió me­terse en esas aven­tu­ras, que debió hacer como el Reino Unido: con­ten­tarse con el mer­cado único. Ocurre, sin em­bargo, que el mer­cado único im­plica mer­cado la­boral único, y éste a su vez libre cir­cu­la­ción y de es­ta­ble­ci­miento de las per­so­nas, y que las per­sonas llevan de­re­chos en sus ma­le­tas, y los de­re­chos a su vez re­quieren un apa­rato legal que los am­pare y cir­cuns­criba, es de­cir, una suerte de ‘constitución’. O sea, un apa­rato legal com­plejo y en­go­rroso ‘per se’, algo di­fe­rente a la cons­ti­tu­ción del Reino Unido, que ni si­quiera existe for­mal­mente.

Sin ol­vidar que el mer­cado, a su vez, ne­ce­sita me­ca­nismos mo­ne­ta­rios que den con­ti­nuidad y fluidez a las transac­cio­nes, y que los me­ca­nismos mo­ne­ta­rios exigen sol­ven­cia, y que la sol­vencia exige dis­ci­plina fis­cal, y la dis­ci­plina fiscal re­quiere un cierto grado de coac­ción sobre los agentes eco­nó­mi­cos, pero ante todo sobre los agentes po­lí­ti­cos, es de­cir, sobre los go­bier­nos.

Y fi­nal­mente, que ese poder coac­tivo debe estar de­po­si­tado en al­guna ins­ti­tu­ción, y que como esa ins­ti­tu­ción no está ahí, no ha sido creada to­da­vía, la ejerce de modo im­per­fecto el Consejo Europeo, con algo de ayuda de la Comisión Europea y del Banco Central. Pero des­afor­tu­na­da­mente dentro del Consejo Europeo sólo hay un líder con ca­pa­cidad de hacer de eso, de lí­der.

Enfrentando un cos­toso di­vorcio
Y en este caso se trata de una señora de nombre Angela, que es co­no­cida por andar con pies de plomo en sus tratos con sus co­le­gas, aunque una vez o dos su co­razón le haya trai­cio­nado al ace­le­rarse ante la des­gracia ajena (por ejem­plo, a la vista del cuerpo exangüe de un niño de dos años re­co­gido en una playa me­di­te­rrá­nea), mo­vién­dola a un acto de ge­ne­ro­sidad he­roica (“vengan a mí los des­te­rrados de Siria y de otras na­cio­ne­s”).

Aquel gesto, que com­pro­metía no sólo a Alemania, sino tam­bién a otros países del Camino Alemán, movió a sus lí­deres a la re­sis­ten­cia, opo­nién­dose al gesto de Merkel, alar­mando al mismo tiempo a los le­janos is­leños del RU. Los cua­les, por cierto, ya tienen una larga his­toria de re­fu­giados e in­mi­gran­tes, y por eso no ad­miten más, aunque sean eu­ro­peos, porque todos los que ya tiene con­viven con re­la­tiva paz in­terna, y no quieren que en su tierra se sigan los malos ejem­plos de al­gunos de los países con­ti­nen­ta­les, irre­con­ci­liados con las po­bla­ciones ex­tra­eu­ro­peas que en su día, o ayer mismo, aco­gieron en re­pe­tidos im­pulsos de hu­ma­nismo y cos­mo­po­li­tismo, y que hoy son causa de desa­so­siego para mu­chos de sus go­ber­na­dos, que con­si­deran dé­biles a aque­llos go­ber­nantes y no dignos de con­fianza en unos mo­mentos en que Europa se siente cer­cada, in­serta como está en una geo­po­lí­tica cada vez más ines­ta­ble.

Es esta se­cuencia inexo­rable de fe­nó­menos eco­nó­micos y po­lí­ticos de lo que el Reino Unido ha que­rido des­en­gan­charse, porque so­bre­pasa el “compact”, el en­ten­di­miento ori­ginal bajo el que se unió a la en­tonces Comunidad Económica Europea.

Por ese ‘compact’ ad­mitía ser tra­tado como un miembro más de la Unión, igual en todo res­pecto de los otros, con tal de que se le re­co­no­ciese algún pri­vi­le­gio, como el de gozar de ciertas ex­cep­cio­nes, ya que apor­taba un su­pe­rávit de in­fluencia mun­dial y rea­li­zaba apor­ta­ciones muy apre­cia­bles y sin­gu­lares al acervo común eu­ro­peo: su cos­mo­po­li­tismo, su di­plo­ma­cia, su in­fluencia sobre vastas re­giones del mundo que per­te­ne­cieron a su ór­bita his­tó­rica, su ale­gada “relación es­pe­cial con los Estados Unidos”, su cien­cia, su en­señanza, su City, etc. Sin ol­vidar su len­gua, claro está, ac­tivo que los bri­tá­nicos dis­frutan desde el na­ci­miento mien­tras los otros eu­ro­peos lo pagan con cos­tosos cursos de idio­mas.

Pero girar la vista a Berlín y París, en estos días, equi­vale a en­con­trarse de nuevo con la me­sura mer­ke­liana y la ti­midez ho­llan­diana. “Este ha sido un golpe a Europa y al pro­ceso de uni­fi­ca­ción eu­ro­pea”, de­claró de in­me­diato Angela Merkel al co­nocer el re­sul­tado del re­fe­rén­dum, para apre­su­rarse poco menos que a des­au­to­rizar a su mi­nistro de Exteriores, Steinmaier, por ha­berse mos­trado, junto con los otros cinco mi­nis­tros de ex­te­riores de los Seis Fundadores del Mercado Común, de­ma­siado exi­gentes con el Reino Unido, para que apre­su­rase el pro­ceso de su se­pa­ra­ción, y no pro­lon­gara in­ne­ce­sa­ria­mente el cos­toso di­vor­cio.

Algo más con­du­cente se mostró el pre­si­dente Hollande, quien al tiempo que re­co­nocía que el re­fe­réndum pone a prueba a la Unión y re­cla­maba re­formas e in­ver­sio­nes.

Ha pa­sado por lo menos se­tenta y dos horas desde que se con­firmó el Brexit. Los días co­rren y aún no se ha dicho mucho sobre qué hacer en una Europa ne­ce­sa­ria­mente nueva en mu­chos as­pec­tos. Esperar es un arte eu­ro­peo.


(*) Periodista


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