martes, 7 de junio de 2016

De cómo la crisis puede servir para consolidar al euro y al BCE / Luis de Carlos Sebastián *


“Por ello se ha convertido en nuestro deber enderezar esta situación y hacerlo lo antes posible. Y el trabajo está siendo realizado”. Esta frase pudo perfectamente haber sido pronunciada por Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, el pasado mes de marzo cuando anunció su nueva batería de medidas para hacer frente a los problemas que presenta la eurozona como el riesgo de deflación o la debilidad del sistema bancario. 

Sin embargo, no fueron pronunciadas por él sino 83 años antes por el entonces recién nombrado presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, en 1933 tras la masiva retirada de depósitos para comprar oro. Esto llevó al presidente a cerrar los bancos durante una semana e impulsar una ley con carácter urgente en el Congreso, conocida como la Emergency Banking Act. Y es que existen evidentes paralelismos entre la situación actual del eurosistema y la que vivió en aquella época el sistema financiero americano.

La creación del sistema y el estadillo de la crisis

En ambos casos, nos encontramos ante un banco central y un sistema derivado del mismo, de reciente creación. Así, la Reserva Federal había sido creada en 1913 por el presidente Woodrow Wilson, tanto para dirigir la política monetaria del país como para actuar como prestamista de última instancia a los bancos, después de que JP Morgan hubiese tenido que ejercer dicha función en 1907 para proporcionar liquidez a algunos bancos que sufrieron una retirada masiva de depósitos. Por su parte, el BCE tiene su origen en 1998, sustituyendo al Instituto Monetario Europeo, para dirigir la política monetaria de la nueva moneda única en la Eurozona, el euro, y que en su comienzo reunía a 11 países. 

Además ambos bancos centrales fueron instaurados para dirigir la política monetaria y monopolizar la emisión de moneda, teniendo como objetivos lograr la estabilidad de precios (en el caso de la Fed, entre otros) que impulse el desarrollo económico. Del mismo modo a su creación, le siguió un período de prosperidad con un importante crecimiento económico, en el que los defectos en su constitución y la inexperiencia de los nuevos bancos centrales quedaron encubiertos. Sin embargo, poco a poco fueron apareciendo los primeros signos de las futuras depresiones, sin que éstos fueran lo suficientemente advertidos.

Cuando la crisis finalmente estalló, ambas instituciones intentaron afrontarla con diversas acciones, pero la falta de experiencia y la existencia de importantes defectos en la construcción del sistema, agravaron aún más la situación. Así en el caso americano, esa inexperiencia llevó tal y como sostiene Meltzer (2003) a entender que unos tipos de interés bajos y una baja demanda de crédito por parte de los bancos miembros indicaban que las condiciones monetarias eran excepcionalmente flexibles y que inyectar más liquidez en el sistema no supondría ningún beneficio para el mismo. En cuanto a defectos, el sistema carecía de ningún tipo de seguro que cubriese los depósitos en los bancos, de tal modo que los individuos podían perder todo su dinero si el banco quebraba, por lo que ante el temor de que esto ocurriese, se producía la retirada masiva de depósitos, lo que de facto acababa provocando la quiebra del banco.

Cuando ocurrió el crash de Wall Street en 1929, la Reserva Federal de Nueva York actuando de forma independiente se valió de las operaciones de mercado abierto y las ventanas de descuento para inyectar reservas en el sistema bancario, lo que en parte ayudó a contener la crisis y que se expandiera el pánico. La Reserva Federal, aprobó estas medidas a posteriori, pero con muchos recelos acerca de su efectividad y recriminando a la Reserva de Nueva York por haber actuado con independencia. Por ello, cuando en 1930 éste presionó para proporcionar más liquidez al sistema, el Consejo de Gobierno de la Reserva Federal se negó a bajar los tipos de interés y a realizar compras adicionales de mercado abierto. 

De esta forma el crédito proporcionado por la Reserva decayó en más de un tercio durante los primeros meses de 1930. A lo largo de los siguientes años, los momentos de crisis se sucedieron, como el pánico bancario de finales de 1930, el abandono del patrón oro por el Reino Unido, y sobre todo el gran pánico bancario de 1933. En todos ellos, cuando más se necesitaba una expansión del crédito para que los bancos consiguieran liquidez con los que afrontar la retirada de depósitos o las pérdidas, se produjo una importante contracción del mismo, lo que agravó la crisis. Por ello, cuando en febrero de 1933, los ciudadanos americanos acudieron en masa de nuevo a retirar sus depósitos con el objetivo de refugiarse en el patrón oro, tras cuatro años de recesión, la situación del sistema era crítica.

Algo similar ocurrió en Europa en el año 2008 cuando estalló la crisis financiera con la caída de Lehman Brothers en Estados Unidos. En cuanto a las carencias del sistema, éstas quedaron reveladas cuando se hizo necesario un prestamista de última instancia que proporcionase liquidez a los bancos ante un mercado interbancario cerrado, y sobre todo, con la crisis de deuda soberana.

La función de prestamista de última instancia fue asumida por el BCE, debido su monopolio en la emisión de la moneda, ya que es la única institución que podía proporcionar liquidez a los bancos cuando el mercado interbancario estaba cerrado. Para ello, tomó medidas que se excedieron de sus políticas monetarias tradicionales, aumentando considerablemente con ello el riesgo de tener importantes pérdidas, las cuales en última instancia son asumidas por el contribuyente (ya sea en la forma de menos beneficios provenientes del banco central o a través de una recapitalización del mismo). 

En consecuencia, la función de prestamista de última instancia tiene importantes repercusiones fiscales, y es por ello que para que el BCE conozca las pérdidas máximas que puede asumir como consecuencia de dicha función, el apoyo fiscal por parte de los Estados Miembros debe estar claramente definido. Sin embargo, no ocurre así lo que constituye un importante defecto del sistema revelado durante la crisis, y es por ello que no son pocas las voces que abogan por impulsar una Unión Fiscal.

Por su parte, la crisis de deuda soberana tuvo su origen en el colapso de las cuentas de Grecia en el año 2010, pero sobre todo vino motivada por la posibilidad de quiebra de los países de la eurozona. Esto es debido, a que a diferencia de los países con moneda propia, los países del euro no pueden recurrir a la emisión de más papel para afrontar el riesgo de impago sino que dependen del BCE. El miedo de quiebra se contagió a otras economías especialmente afectadas por la crisis como España, Italia, Portugal o Irlanda, lo que disparó las primas de riesgo, o diferencial del tipo de interés respecto al del bono alemán, agravando aún más sus delicadas cuentas públicas.

Esta situación de debilidad de las cuentas públicas tuvo su causa y efecto en el sistema financiero de estos países. Causa porque el rescate de las instituciones financieras afectadas por la compra de activos tóxicos había disparado la deuda nacional. Efecto, porque el aumento de la prima de riesgo de la deuda pública, llevó a la retirada de activos de las instituciones bancarias del país, deteriorando aún más su ya debilitada posición. Lo que es más, esto reveló una creciente fragmentación bancaria entre aquellas instituciones de países con y sin problemas, afectando a la efectividad en la transmisión de la política monetaria del BCE. Por ello cuando en el verano de 2012, tras los rescates de Grecia y Portugal, con Italia y España (tercera y cuarta economías de la eurozona) parecían próximas a pedirlo, tras cuatro años de recesión la situación también era crítica.

Solucionando los problemas

En ambos casos se habían intentado medidas pero, o bien habían resultado ineficaces, o incluso había contribuido a agravar la crisis como la negativa de la Reserva Federal a bajar los tipos de interés, o la negativa por parte del Banco Central Europeo durante el año 2010 a negociar una quita de la deuda griega cuando ya el Fondo Monetario Internacional venía advirtiendo de la imposibilidad de que Grecia pudiese llegar a pagar.

Sin embargo, cuando el momento era más crítico, la situación fue salvada fundamentalmente gracias a la confianza que inspiraron nuevos líderes de que se haría lo necesario para salvar al sistema.

Esto se desprendió de las declaraciones de Franklin D. Roosevelt, con las que comienza este artículo, en su discurso a la nación cuando apenas llevaba una semana en el cargo después de decretar el cierre de los bancos, abandonar el patrón oro e impulsar el Emergency Banking Act. A ello, le siguieron un enorme conjunto de medidas en todos los frentes, el New Deal, destacando en el ámbito bancario, la Banking Act o Glass-Steagall Act de junio de 1933, para corregir los defectos del sistema. 

Así entre otras medidas, destacó la creación de la Corporación Federal de Seguros de Depósitos (FDIC) que aseguraba los depósitos bancarios evitando de esta forma los pánicos y retiradas masivas de depósitos; así como la separación entre la banca comercial y la banca de inversión, para evitar que la primera se viese involucrada en operaciones de mayor riesgo. Por su parte la FED compró bonos del gobierno en 1933 por valor de 600 millones de dólares, inyectando liquidez al sistema.

En Europa, cuando se temía por la viabilidad de la moneda única en el momento más álgido de la crisis, Mario Draghi, que apenas llevaba desde octubre de 2011 como presidente del BCE, pronunciaba el 26 de julio de 2012 su ya famosa frase: “el BCE está preparado para hacer todo lo que sea necesario para salvar al euro. Y créanme, será suficiente”. En aquel momento únicamente significó una declaración de intenciones, que dio confianza a los mercados y relajó la presión sobre las primas de riesgo. Sin embargo, desde entonces, el BCE ha asumido un papel protagonista lanzando toda una batería de medidas para afrontar la crisis. Entre las medidas tomadas destacan, tanto por no ser convencionales como por su importancia, las siguientes:

· El programa de compra de activos u “Operaciones Monetarias de Compraventa” para comprar deuda pública en los mercados secundarios lanzado en septiembre de 2012 y que fue impugnado ante el Tribunal Constitucional alemán por considerar que excedía los poderes del BCE. Sin embargo el Tribunal de Luxemburgo confirmó la legalidad en la actuación del BCE, pues si no, su política monetaria quedaría comprometida.
· El programa de compra de activos financieros o “Quantitative Easing” lanzado en marzo de 2015, con el objetivo de combatir el riesgo de deflación en la eurozona, como consecuencia del estancamiento económico provocado por la crisis.

Respecto a la Unión Fiscal, los países de la eurozona han dado tímidos pasos, destacando el “Fiscal Compact” que obliga a trasladar a los ordenamientos jurídicos nacionales el compromiso de mantener un presupuesto equilibrado, lo que llevó a la reforma del artículo 135 de la Constitución Española en 2011.

Finalmente, respecto a la fragmentación bancaria que está afectando a la transmisión de la política monetaria, se ha dado un importante paso con el acuerdo para constituir la Unión Bancaria basado tres pilares: el Mecanismo Único de Supervisión (para supervisar a las entidades consideradas como “significativas”), el Mecanismo Único de Resolución y el Sistema de Garantía de los Depósitos (aún por constituir).

Un sistema consolidado

En Estados Unidos, las medidas introducidas sirvieron para que el país saliese poco a poco de la crisis, y ya en 1934 los bancos acumulaban ya importantes de reservas (lo que volvería a generar una recesión en mayo de 1937 cuando la Reserva Federal subió el porcentaje de reserva legal requerido con el objetivo de reducir estos excesos, pues temían que la inflación se disparase). Sin embargo, muy pronto el país se recuperó y entró en una importante fase de crecimiento. El sistema había sido puesto a prueba, pero había aguantado y la corrección de defectos permitió su consolidación. Así, tal y como señala Wheelock (2010) la Fed reaccionó de manera más acertada y contundente ante la crisis financiera de 2008, evitando los errores del pasado, lo que permitió que la crisis, aunque muy grave, no llegará a niveles de la de Gran Depresión y que para 2010 Estados Unidos hubiese vuelto a la senda del crecimiento.

En ese proceso de superación de la crisis y consolidación parece encontrarse el eurosistema actualmente. La crisis evidenció las carencias del sistema como la falta de un apoyo fiscal bien definido, la posibilidad de quiebra de las cuentas públicas o la fragmentación de los mercados financieros. Además, a lo largo de estos años nuevos problemas han surgido, como la amenaza de deflación debida sobre todo a una demanda interna débil y una moneda fuerte que dificulta las exportaciones. Sin embargo la crisis ha obligado a tomar medidas en todos estos ámbitos, que a la larga, una vez superada la recesión pueden suponer la consolidación del sistema del mismo modo que ocurrió en Estados Unidos con la Gran Depresión.



(*) Economista español


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