domingo, 17 de julio de 2016

La Unión Europea se juega demasiado en Turquía en materia migratoria

BRUSELAS.- No forma parte de la Unión Europea y pese a las ansias de unos y las mentiras de otros, es muy probable que nunca lo haga. Y jamás significa jamás. En castellano y en inglés, por mucho que los impulsores de la campaña del ‘Brexit’ anunciasen que su incorporación era cuestión de semanas o incluso de días. Cosas veredes. 

Turquía no forma parte del club pero es esencial para el club. La UE se juega demasiado en el país otomano, de ahí que la madrugada del viernes se viviera en Bruselas con enorme tensión. Nada parece ser suficiente para una Europa atrapada en una mortal espiral de graves problemas. Si no era suficiente con Reino Unido, ahora, Turquía. De momento, parece que todo ha quedado en un aviso a navegantes.
Al escuchar la palabra Turquía uno tiende a la despreocupación. Suena demasiado lejano, pero no. Es el patio trasero de Europa, quizá su puerta de acceso más relevante. Tiene frontera con Grecia y Bulgaria, así que en lo geostratégico, es un socio vital para dar estabilidad en el avispero del Sur. Y lo es, sobre todo, porque forma parte de la OTAN. Ojo con esto, son palabras mayores. Al igual que para Europa, Turquía es un bastión fundamental para la Alianza Atlántica a la hora de combatir al Estado Islámico en Siria o Irak. La semana pasada, de hecho, el presidente del país, Recep Tayyip Erdogan, se encontraba en Varsovia participando en la cumbre de jefes de Estado y de gobierno de los países que conforman la Alianza Atlántica haciéndose la foto con Barack Obama o Angela Merkel, su gran aval en una UE que le mira con gran recelo, sobre todo potencias como Francia.
Las relaciones entre Europa y Turquía dieron un giro de 180 grados hace ya algunos meses con el estallido de la mayor crisis migratoria a la que se enfrenta el Viejo Continente tras la Segunda Guerra Mundial. El año pasado, sin ir más lejos, llegaron más de 900.000 refugiados a través de Grecia, sobre todo. Impotente y presa de la nula solidaridad de sus socios del Este, los líderes comunitarios no vieron más alternativa que echarse en los brazos de Ankara para que Erdogan solucionase sus problemas. ¿Cómo? Pidiéndole por un lado que cerrara sus fronteras a cal y canto para que el Egeo dejase de ser un cementerio, y además, he aquí lo esencial, que se quedase con los demandantes de asilo hasta que la UE se pusiera de acuerdo en cómo y a cuántos acoger.
Europa pidió y Erdogan puso sus condiciones. Primero, relanzar las negociaciones de adhesión al club de clubes, que comenzaron en 2005 y estaban congeladas; segundo, conceder a los 80 millones de turcos la liberalización masiva de visados para viajes de menos de tres meses; y tercero, 6.000 millones para gestionar a los refugiados en su propio país. Ankara pidió y Europa cedió provocando una tormenta política de enormes repercusiones por las muchas críticas internacionales recibidas. No hay que olvidar que el propio presidente del Consejo, Donald Tusk, y el de la Comisión, Jean-Claude Juncker, admitieron sus muchas dudas legales al respecto. "Es la mejor de las peores soluciones", aseguraron fuentes diplomáticas. Desde el 20 de marzo, Europa cerró para los asilados.
Así fue. Tanto, que a día de hoy, la llama ruta del Egeo ya se ha dado por cerrada después de lograr, además, la colaboración de la OTAN. La filosofía del acuerdo es sencilla. Todos los refugiados que lleguen a Grecia son devueltos a Turquía y de aquí, Europa los acogería por vías legales y de forma controlada. Es el llamado mecanismo 1:1. Un asilado devuelto, un asilado acogido. Eso sí, hasta 72.000 y sólo de nacionalidad siria. Ahora igual se entiende mejor por qué es tan importante Turquía para la UE.
Sin embargo, todo está siendo demasiado complicado. El acuerdo alcanzado en marzo está sostenido con pinzas y gracias, sobre todo, a la decisión de la canciller alemana, Angela Merkel, de cerrar filas con Turquía pese a los muchos desplantes (sobre todo verbales) protagonizados por Erdogan en los últimos meses. El pacto siempre parece a punto de saltar por los aires. Primero, tras conocer la destitución fulgurante del entonces primer ministro otonomano, Ahmet Davutoglu, el hombre de confianza de Bruselas. Luego, por las complicadas negociaciones en torno a la liberalización de visados, que en un principio se acordó para el 1 de julio.
Ahora, el objetivo es cerrarlo todo para el 1 de octubre, pero Ankara sigue sin cumplir cinco de los 72 requisitos exigidos por la normativa comunitaria, entre ellos la modificación de sus leyes antiterroristas. Y es que las muchas dudas que existen sobre la defensa de los derechos humanos en el país vecino han hecho que el Parlamento Europeo, clave a la hora de aprobar esta supresión de visados, se esté mostrando muy beligerante hacia Turquía. Tanto, que nadie confía en que den luz verde al acuerdo ni aunque el Consejo, los jefes, lo avalen. Erdogan, por su parte, ha sido muy claro: sin visados, adiós al pacto migratorio.
Respecto a las negociaciones de adhesión a la UE, el pasado 30 de junio se abrió un nuevo capítulo negociador, el número 33, relativo a los compromisos financieros y presupuestarios. ¿Qué significa esto? En la práctica nada. La foto. La negociación consta de 35 capítulos y en más de una década sólo se ha cerrado de forma provisional uno. Pero es que en el supuesto caso de que los 35 se cerrasen en un tiempo récord, lo más factible es que Turquía jamás entre a la UE porque todos los socios tienen derecho de veto y hoy por hoy, países como Chipre jamás aceptarán su entrada. Y jamás significa jamás. En castellano y en inglés, por mucho que los fanáticos del 'Brexit' digan lo contrario.

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