Algunas de
las reacciones del presidente Erdogan y sus ministros pueden crearles
problemas que no previeron mientras aplastaban la sublevación. Los
arrestos de más de 2.500 militares y el cese de otros tantos o más
jueces, llevados a cabo por el gobierno contra los sospechosos de tener
algo que ver con el fracasado golpe de estado, difícilmente pueden
haberse hecho bajo las garantías del estado de derecho.
La
represión de los golpistas, además, no ha terminado: el
ministro de Justicia, Bekir Bozdag, declaró este domingo que aún se
realizarán más detenciones. Para el propio Erdogan, el fracaso del
golpe es la ocasión de “purgar un virus”.
Ocurre, sin embargo,
que no es lo mismo arrestar militares que cesar jueces. Los
militares se hallan bajo la jurisdicción inmediata de sus
mandos, y éstos a su vez subordinados al poder ejecutivo, que les
nombra. El cese de jueces sin un debido proceso reglamentado y
previsto por la constitución, que procesalmente debe incluir la
apertura de expedientes disciplinarios, es motivo de alarma por
las fuertes sospechas de que estas detenciones y ceses se están
llevando a cabo según listas de sospechosos ya elaboradas, y
preparadas desde hace tiempo por la policía y los servicios
secretos. Los cuerpos de policía se mantuvieron leales al
gobierno, y fueron pieza clave en los combates para reducir a los
soldados, mientras las fuerzas armadas se dividieron.
¿Civilización turca u otomana?
La
tensión constante entre Erdogan y la institución militar es
quizás la nota más distintiva de sus largos mandatos, puesto que las
fuerzas armadas han sido, hasta que él llego a la jefatura del
gobierno, la institución investida con un indefinido (pero
efectivo) mandato social de proteger los principios sobre los que
fue fundada la Turquía moderna, una república a la vez laica y
‘europea’. Erdogan se comprometió desde su primera jefatura del
gobierno a devolver a la religión la centralidad en la vida
pública y privada, que era connatural a la Turquía otomana.
En
su lucha contra lo que el ejército representó históricamente, y
contra su pretensión de prolongar la tutela sobre la sociedad
turca, Erdogan aplicó métodos que han sido fuertemente
cuestionados, tanto desde el punto de vista político como legal.
Un
proceso judicial abierto en 2008 por supuesta conspiración
contra el estado - el Caso Ergekenon - fue llevado a cabo bajo fuertes
sospechas de que muchas de las pruebas contra los 300 acusados de
terrorismo habían sido fabricadas, y que muchos de los arrestos
realizados se hicieron de forma irregular. La casi totalidad de
los acusados en el caso fueron absueltos por falta de pruebas o por
arbitrariedades del procedimiento.
A ese caso siguió la
causa contra el grupo clandestino Martillo Pilón, con fuerte
participación militar, que terminó en sentencias de prisión
para 300 personas, entre ellas tres generales.
En ambos
casos, el gobierno incriminó a un número muy elevado de
periodistas bajo acusaciones poco convincentes y con el
resultado global de que Turquía es uno de los países con mayor número
de periodistas en prisión.
Por otro lado, bajo los dos casos
se observó una sorda lucha política entre el entorno del entonces
primer ministro Erdogan y los seguidores del grupo ideológico
Hizmet (‘Servicio’ en uno de los dialectos turcos), una poderosa
organización de tipo religioso fundada por Fetullá Gulen,
antiguo aliado de Erdogan cuando ambos estaban unidos por ideales
islamistas, y que actualmente se halla refugiado en Estados
Unidos, a quien el presidente Erdogan acusó, inmediatamente
después del intento de golpe, de ser su inspirador, al tiempo que
sus ministros exigían a Estados Unidos la extradición del
acusado.
El primer ministro, Binali Yildirim, advirtió a
quienes dan refugio a Gulen, “que serán considerados en guerra con
Turquía”, amenaza que naturalmente causó la alarma del secretario
de Estado, John Kerry, quien exigió pruebas presentadas en debida
forma.
La cuestión religiosa, inevitablemente, se avivará a
raíz del golpe de estado. La supresión de la rebelión fue
saludada por Erdogan “como una bendición de Alá”, quizás dando a
entender que ahora nadie podrá oponerse a su ambición de cambiar la
constitución para hacer de Turquía una república
presidencialista, pretensión que ya llevaba en el programa
electoral con el que se presentó a las elecciones parlamentarias
del año pasado, en las que no obtuvo la mayoría necesaria para esa
reforma.
Otra ‘ventana de oportunidad’ para Erdogan
En
efecto, debido a su propia sagacidad, a los errores de los
golpistas, o a las dos cosas a la vez, Erdogan aumenta, gracias al
golpe, su prestigio como hombre del destino, exaltado por los suyos
con enfervorizados gritos de ‘Alá es grande’ con ocasión de los
entierros de algunas de las 260 víctimas mortales del golpe hasta
ahora contabilizadas.
El fracaso del golpe de estado
refuerza los deseos de Erdogan de eliminar muchos de los rasgos
laicos y civilistas de la vida pública turca inscritos en la
todavía vigente constitución, y que tienen su origen en el
prolongado gobierno del ‘fundador’ de la moderna Turquía, Kemal
Ataturk, que condujo una revolución cultural desde el final de la
primera guerra mundial hasta su fallecimiento, casi en vísperas de
la IIGM. En dos ocasiones anteriores a ésta de 2016, los militares
tomaron el poder (la última en 1980; en la primera ejecutaron al
primer ministro, acusado de islamismo). A pesar de imponer sendas
dictaduras, lograron mantenerse dentro de la Alianza Atlántica,
debido a la importancia geopolítica y militar de Turquía, que le
hacía pieza imprescindible de la OTAN frente a la Unión Soviética, su
vecino del otro lado del Cáucaso y del mar Negro.
Los primeros
pronunciamientos de Erdogan después del fracasado golpe han
causado alarma entre los socios europeos de Turquía. El presidente
dijo, al parecer, que “los golpistas lo van a pagar caro”. El
ministro francés de Exteriores, Jean-Marc Ayrault, advirtió que el
intento de golpe de estado ‘no es un cheque en blanco. No puede haber
purgas; debe prevalecer el imperio de la ley”.
El intento de
Erdogan de fortalecerse internamente a costa de los derechos
democráticos, “le aislaría internacionalmente”, advirtió el
comisario de la UE Günther Öttinger.
La primera evaluación
europea sobre el comportamiento de Erdogan se producirá el lunes
18, en una reunión de ministros de la UE. Los países de la Unión se
hallan en una situación comprometida respecto de Turquía, por
cuanto este país y la Comisión firmaron hace meses un acuerdo para la
ayuda en la contención del flujo de refugiados que pretenden
entrar en territorio europeo procedentes de Turquía.
Aunque
las primeras reacciones europeas ante los pronunciamientos de
Erdogan denotan preocupación por su tono vindicativo, no puede
negarse que el presidente turco se halla en una situación de gran
fortaleza política, por su reciente y exitosa ofensiva
diplomática hacia Israel, y el acercamiento a Rusia, en busca de
una colaboración mutua contra el Estado Islámico. Además, los
Estados Unidos y la OTAN ya se han comprometido a renovar el
sistema turco de defensa aérea.
El intento de golpe de estado
no sólo estuvo incompetentemente desarrollado, sino que
contribuirá inevitablemente al fortalecimiento de Erdogan. Lo
que, a su vez, será ocasión de desencuentros con Europa y Estados
Unidos.
(*) Periodista
No hay comentarios:
Publicar un comentario