BRUSELAS.- El acuerdo comercial entre la UE y Canadá podría tensar
aún más en Bélgica las relaciones entre la región flamenca de Flandes,
partidaria del CETA, y sus vecinos francófonos de Valonia, cuyo rechazo a
este acuerdo impide a este Estado federal dar su necesaria aprobación
para la firma.
"Desde un punto de vista de política
interior, esto tendrá consecuencias enormes. Los valones rompieron el
principio de la 'lealtad federal'", confesó este martes una
fuente próxima del gobierno federal, dirigido por el liberal francófono
Charles Michel.
Para el diario francófono Le Soir, "la crisis del CETA es también una crisis belgo-belga".
En virtud del muy complejo sistema político belga, el
gobierno federal no puede imponer su punto de vista a las regiones que
cuentan con amplias competencias en campos como la economía o la
agricultura, entre otros.
Para poder fijar una
posición común a nivel internacional, como en el caso del acuerdo
comercial con Canadá, Bélgica necesita una importante dosis de
colaboración de sus diferentes entidades y el visto bueno de todas
ellas: cámara baja, senado, las regiones de Flandes, Valonia y Bruselas
Capital, así como de las comunidades de habla francesa y alemana.
Esta
colaboración parece no haber funcionado en el caso del CETA, cuya firma
prevista el jueves en Bruselas en presencia del primer ministro
canadiense Justin Trudeau está ahora en el aire.
El
gobierno federal, conformado por una coalición de centro-derecha, y los
flamencos apoyan fervientemente el acuerdo UE-Canadá. La región
neerlandófona de Flandes, de 6,5 millones de habitantes, monopoliza
actualmente además el 90% de los intercambios comerciales entre Bélgica y
Canadá.
Por su parte, Valonia, un territorio de 3,6
millones de habitantes cuya industria se ha visto duramente castigada
por los efectos de la globalización, mantiene su veto al CETA, pese a
las intensas presiones europeas.
Los valones,
dirigidos por el socialista Paul Magnette, llevaron asimismo a su
terreno a la región de Bruselas Capital y a la comunidad francófona,
ampliando la brecha existente con los neerladófonos de Flandes.
Aunque
por el momento el jefe del gobierno de Flandes, el nacionalista
flamenco Geert Bourgeois, se ha contentado con lamentar el fracaso de
las negociaciones con Valonia, hablando de "vergüenza para todo el
mundo", sin adoptar por el momento la agresiva retórica que ha
caracterizado las relaciones entre ambas comunidades.
No
obstante, su formación de la Nueva Alianza Flamenca (N-VA), primer
partido de Flandes y por tanto de Bélgica, calificó recientemente a
Valonia como la "última república soviética de Europa". La N-VA
"recogerá" los frutos de estas diferencias, estima la fuerte próxima al
gobierno federal.
Según un sondeo difundido por el
grupo RTL el martes, un 72,6% de los francófonos belgas apoyarían la
posición de Magnette en las negociaciones, contra menos del 30% de los
neerlandófonos.
"El Partido Socialista [francófono] ha
perdido totalmente el Norte", tuiteó la N-VA amenazando de forma velada
la unidad de Bélgica y criticando, a su vez, la posición de los
socialistas valones, sus vecinos del sur.
Para el
politólogo flamenco Dave Sinardet, "no hay que dramatizar, no es el
final de Bélgica, ni de Europa", aunque la situación actual reforzará la
tesis de la N-VA de que no es posible trabajar con los socialistas
valones quienes "viven en un planeta diferente al de Flandes", precisó.
Algunos analistas consideran que esto podría
reforzar aún más las tendencias separatistas de Flandes, aunque los más
fervientes partidarios de la independencia flamenca son quienes no han
cesado de reclamar, y de obtener, una mayor autonomía para las regiones.
"El
caso del CETA muestra también los límites del modelo belga. ¿Era
realmente una buena idea dar tanto poder a las regiones?", se pregunta
Sinardet, para quien una de las lecciones de esta situación es que
"sería quizás mejor 'refederalizar' algunas competencias", es decir
reforzar el Estado central.
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