martes, 25 de octubre de 2016

La tradición agrícola e industrial en Valonia, obstáculos para firmar el CETA

BRUSELAS.- Luchas políticas regionales y discursos antiglobalización, con un trasfondo de declive industrial y agrícola, han llevado a Valonia a bloquear el acuerdo comercial entre la Unión Europea y Canadá, el llamado CETA, además de ahondar en las divisiones entre flamencos y francófonos en Bélgica.

De hecho, hay líderes políticos de Flandes, la mitad norte del país, que ya no ocultan su hastío ante el inesperado protagonismo internacional del territorio meridional belga, gobernado por el Partido Socialista.
"El mundo sabe hoy que el problema de Bélgica es que se trata, en realidad, de dos países", señaló en su perfil de la red social Twitter el ministro flamenco de Movilidad, Ben Weyts, al calor del veto francófono.
Las críticas contra los socialistas valones, que no forman parte de la coalición del Gobierno federal, llegan incluso desde el propio ministro de Asuntos Exteriores, Didier Reynders, quien no ha dudado en afirmar que el CETA ya ha sido firmado por "27,6 Estados", en referencia al apoyo que recibe de los flamencos y también de la pequeña comunidad germanófona del este de Bélgica.
Pero, ¿a qué se debe la oposición de este pequeño territorio, que supone el 55 % de toda Bélgica y acoge a 3,5 millones de habitantes?
En primer lugar, preocupan las consecuencias para el sector primario, tal y como reconoció a Efe el presidente de la Federación Valona de Agricultura, Joseph Pompier, para quien el campo no puede ser "la moneda de cambio" del tratado con Canadá.
A este líder agrícola le inquieta que el CETA pueda permitir el uso de hormonas y medicamentos en los animales para el consumo humano, la llegada del cultivo de transgénicos o la desaparición de las denominaciones de origen que reconocen, entre otros, el queso de vaca Herve.
Tampoco se mostró convencido de que las exportaciones de carne y leche a Canadá fueran a aumentar tras la firma del CETA.
"Desde 1990 ha desaparecido más de la mitad de los productores agrícolas en Valonia", lamentó Pompier, para quien es necesario garantizar las normas de salud antes de aprobar el acuerdo.
Desde la Federación General del Trabajo de Bélgica (FGTB), el sindicalista experto en el tratado UE-Canadá Bruno Poncelet consideró que incluir la normativa de salud en los anexos con el objetivo de tratarla en una "futura negociación" supone una "carta blanca" para una hipotética convergencia entre las reglas comunitarias y canadienses.
Asimismo, Poncelet alertó sobre las posibilidades de deslocalización de las multinacionales y de los peligros que suponen los tribunales de arbitraje, tesis que también ha defendido durante los últimos días el ministro-presidente de Valonia, Paul Magnette.
"Cuanto mayores son los estándares sociales, medioambientales y fiscales de un país, mayor es el riesgo de que se convierta en un desierto económico", recalcó el sindicalista.
Los recelos valones sobre el CETA también se dejan notar entre los obreros industriales, aunque no tanto sus mandos.
Si bien durante años Valonia representó el centro económico de Bélgica gracias a industrias pesadas como la siderurgia y el carbón, tras la II Guerra Mundial comenzó la decadencia del sector y de la propia región, en beneficio de la más diversificada Flandes.
No en vano Valonia registró una tasa de paro del 10,6 % durante el segundo trimestre de 2016, mientras que en la zona flamenca se situó en el 4,9 %.
"La globalización ha supuesto más perjuicios que beneficios para las industrias tradicionales de Valonia, por lo que hay miedo a abrirse al mundo", indicó el director del departamento económico de la Unión Valona de Empresas, Didier Paquot.
Paquot que, al igual que su organización, es favorable al CETA, reconoció que en las últimas décadas se han invertido grandes cantidades de dinero para proteger sectores que ya no son competitivos y que, por tanto, la revolución tecnológica se ha retrasado frente al resto de Europa.
Sin embargo, admitió que en los últimos tiempos se ha detectado "un inicio de reconversión" con la llegada al sur belga de empresas biotecnológicas y farmacéuticas, incluida la división de vacunas de la británica GSK, que en su planta de Rixensart emplea a 9.000 personas.
Como aspectos positivos del CETA, Paquot destacó la creación de empleo, la llegada de inversiones al territorio y el levantamiento de los derechos aduaneros que, en su opinión, beneficiará especialmente a Europa.
"Se tiene la impresión de que los productos canadienses van a invadir la región, pero lo cierto es que la carne del país norteamericano vendida aquí es mínima", concluyó Paquot.

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