lunes, 14 de noviembre de 2016

Trump convierte el futuro económico de Estados Unidos en un campo de minas

BOSTON.- ¿Vivirá Estados Unidos una era dorada de crecimiento impulsado por los recortes fiscales y un descomunal programa de inversión pública en infraestructuras o lo llevará Trump a una profunda recesión? ¿Conseguirá el presidente electo mejorar la balanza comercial del país o lo sumirá en una guerra tarifaria global?, escribe el corresponsal del digital español www.republica.com

La esperanza es que ahora que ya tiene asegurada la presidencia, Trump siga desmarcándose de su palabrería de campaña en materia económica (ya lo hizo en el ámbito sanitario y de inmigración) y empiece a actuar con el pragmatismo de un CEO desembarazado de toda ideología, conservadora o progresista, y guiado únicamente por criterios de eficiencia. El probable nombramiento de Steve Mnuchin, un veterano ejecutivo de Goldman Sachs, como Secretario del Tesoro, apunta en esa dirección.
También sería un paso decisivo hacia la desregularización del sector bancario que, a juicio de numerosos economistas, crearía las condiciones para una nueva burbuja financiera. La prensa conservadora intenta fomentar la idea de que detrás de la imagen de gamberro canalla de Trump hay un estadista capaz de llevar las riendas económicas del país. Sin embargo, aún no se ha despejado la duda de hasta qué punto se puede hacer una interpretación literal de sus incendiarios discursos en materia económica. 
¿Impondrá, como prometió, aranceles del 45% a China, desencadenando una guerra comercial? ¿Hará realmente una inversión pública a la escala de aquélla con la que Roosevelt sacó a Estados Unidos de la Gran Depresión? La propia personalidad del presidente electo y su condición de promotor inmobiliario (le gusta construir cosas), hace pensar que hará cierta su promesa de acometer una mega inversión en infraestructuras, la cual generaría un fuerte crecimiento en el sector de la construcción e industrias afines. Según The Wall Street Journal, el PIB de EEUU podría crecer un 2,2 y un 2,3%, respectivamente, durante los primeros dos años de la administración Trump. Estas estimaciones, confirmadas por el propio nobel de economía Paul Krugman, no tienen en cuenta, sin embargo, el posible efecto adverso de una expulsión masiva de inmigrantes y de un empeoramiento de la balanza comercial a causa de las guerras comerciales. 
Krugman fue el teórico que defendió la política de estímulo y endeudamiento de Obama. Por eso, reconoce que la economía podría mejorar a corto plazo, pero advierte de que la administración Trump hipoteca la salud financiera del país. El economista de Yale no recurre a crípticos razonamientos y atribuye el previsible deterioro de la economía al simple hecho de que estará regida por funcionarios ineptos y de nula independencia, así como a las calamitosas decisiones de Trump en política ambiental. 
Sea cual sea la orientación que dé Trump a su política económica, el presidente tendrá la connivencia y el apoyo casi unánime de los republicanos, que cuentan con mayoría en ambas cámaras. (El único recurso con el que cuentan los demócratas para frenar la apisonadora legislativa republicana es el llamado “filibusterismo”, una forma de obstruccionismo legislativo que consiste en convertir el debate parlamentario en un monólogo eterno, retrasando las votaciones indefinidamente). De momento, sigue siendo la propia incertidumbre económica la que inhibe el crecimiento. 
Desde que el presidente electo Donald Trump empezó a arrasar en las primarias, las dudas sobre el futuro económico del país y del mundo se han traducido en una reducción en inversiones de capital. Hasta que no se empiecen a aclarar las directrices que guiarán la economía estadounidense durante los próximos cuatro años, las empresas seguirán planteándose si es prudente invertir en nuevos equipos o ampliar sus plantillas.

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