lunes, 28 de noviembre de 2016

La muerte de Castro y la presidencia de Trump, peligro inminente para el régimen / Antonio Sánchez-Gijón *

La Cuba post-Fidel sobreviene en el peor momento posible, con un nuevo presidente de los Estados Unidos crítico de la apertura a Cuba practicada por su antecesor, Barack Obama, y sin un sólo apoyo internacional al régimen que pueda ser considerado solvente. Trump calificó a Castro de dictador brutal, y es poco probable que vaya a facilitar las cosas a los sucesores de su actual sucesor, Raúl.

La po­lí­tica nor­te­ame­ri­cana sobre Cuba tiene ca­rácter de ‘Cuestión de Estado’, más allá de cual­quier con­ve­niencia o prag­ma­tismo di­plo­má­tico de Washington, cosa que Obama quizás no evaluó lo su­fi­ciente, tal como le ocu­rrió con otros en­sayos ten­ta­tivos de su po­lí­tica in­ter­na­cio­nal: en Siria por ejemplo . Por eso es pre­vi­sible que Trump guarde el dos­sier cu­bano en el con­ge­la­dor, y atienda las de­mandas que ven­drán de los sec­tores del par­tido re­pu­bli­cano sen­si­bles a las opi­niones y de­seos de los exi­liados cu­ba­nos, y la pre­vi­sible re­sis­tencia del Congreso a que la su­ce­sión a los Castro su­ponga al­guna forma de ga­ran­tías a la su­per­vi­vencia del ré­gi­men. Objetivo éste al que han es­tado de­di­cados los tí­midos in­tentos de aper­tura del ré­gimen co­mu­nista de Cuba en el plano eco­nó­mico, aunque no así en el po­lí­tico.

Está pre­visto que Raúl Castro aban­done la pre­si­dencia en 2018 y cual­quier su­cesor será ne­ce­sa­ria­mente al­guien per­te­ne­ciente a una ge­ne­ra­ción que no vivió la re­vo­lu­ción como epo­peya he­roica. Este salto ge­ne­ra­cio­nal, y tam­bién emo­cio­nal, po­dría teó­ri­ca­mente fa­ci­li­tar, des­pués de Raúl, vías de aper­tura que lleven a cam­bios sig­ni­fi­ca­tivos en la cons­ti­tu­ción del ré­gi­men. Todo de­pen­derá de la per­sona que esté al frente del apa­rato del es­tado y sus ins­tru­mentos de se­gu­ri­dad. El fu­turo li­de­razgo de­berá jus­ti­fi­car, por un lado, su ac­ción po­lí­tica sin contar con el ca­risma fi­de­lista, y por otro lo ha de hacer bajo la pre­sión de una eco­nomía que, pre­vi­si­ble­mente, pronto en­trará en otra crisis pro­funda.

El pre­vi­sible paso atrás en la aper­tura di­plo­má­tica hacia Cuba, por la pre­si­dencia de Trump, coin­ci­diría con el hun­di­miento eco­nó­mico del ré­gimen ve­ne­zo­lano, el úl­timo de la larga lista de be­ne­fac­tores de la dic­ta­dura cu­bana (categoría dis­tinta de la de va­le­do­res, de los cuales siempre hubo mu­chos más, y aún se­guirá ha­biendo pese a lo de­ses­pe­rado de su cau­sa).

Años des­pués del hun­di­miento del ré­gimen so­vié­tico, Cuba em­pezó a de­pender eco­nó­mica y fun­cio­nal­mente del ré­gimen cha­vista, lo que li­quidó la tí­mida aper­tura eco­nó­mica, prac­ti­cada por el cas­trismo sin con­vic­ción al­guna, y ahora de­pende de su su­ce­sor, Nicolás Maduro, para fac­tores vi­tales de su eco­no­mía.

La de­bi­lidad de Venezuela priva 
a Cuba de su prin­cipal sostén
Pero Maduro ya no puede prac­ticar la lar­gueza de an­taño, de­bido a que su país sufre una pro­funda crisis eco­nó­mica, con preo­cu­pantes de­ri­vadas so­cia­les. Petróleos de Venezuela, la com­pañía que siempre ha ser­vido de ubre fi­nan­ciera del ré­gi­men, re­cien­te­mente es­capó por los pelos de una po­sible sus­pen­sión de pa­gos, pero no se des­carta que acabe in­cu­rriendo. Y además se en­frenta a un largo pe­riodo de bajos pre­cios del crudo. Las arcas del te­soro están a las úl­ti­mas, lo mismo que los es­tantes de co­mer­cios, mer­cados y far­ma­cias. La crisis de su­mi­nis­tros es el factor que em­puja a an­ti­guos cha­vistas a re­con­si­derar sus leal­ta­des. Maduro se sos­tiene por mé­todos du­do­sa­mente cons­ti­tu­cio­na­les, ma­nio­brando contra la opo­si­ción, que le exige ce­le­brar un re­fe­réndum re­vo­ca­torio de su pre­si­den­cia, el cual ya cum­plió la pri­mera fase pro­ce­di­men­tal, con un re­sul­tado abru­ma­do­ra­mente con­trario a la con­ti­nua­ción de su man­dato.

Es du­doso que Venezuela pueda se­guir fi­nan­ciando Cuba con los $13.000 mi­llones anuales que le ha hecho llegar a los Castro, según es­ti­ma­ciones del ex­perto cu­bano (en el exi­lio) Carmelo Mesa-Lago, de la uni­ver­sidad de Pittsburgh. El su­mi­nistro casi gra­tuito de 100.000 ba­rriles de pe­tróleo dia­rios, desde hace años, se es­tima que en la ac­tua­lidad se ha re­du­cido a poco más de 50.000. Ese ana­lista des­cribe las po­lí­ticas eco­nó­micas del ré­gimen como un fra­caso: sin haber cum­plido el trán­sito hacia la in­dus­tria­li­za­ción, la eco­nomía cu­bana sigue de­pen­diendo de los ser­vi­cios, fun­da­men­tal­mente los apli­cados al tu­rismo y a una in­mensa ad­mi­nis­tra­ción, aunque tam­bién a la sa­ni­dad. La di­gi­ta­li­za­ción de la so­cie­dad, ade­más, está li­mi­tada por un ré­gimen de con­trol ab­so­luto de la in­for­ma­ción.

Cuba ne­ce­si­taría re­formar su po­lí­tica de con­trol de cam­bios, que vuelve irra­cional la in­ter­ac­ción entre la ac­ti­vidad mer­cantil y el con­sumo or­di­nario de los cu­ba­nos. Reformar esta po­lí­tica co­rrería el riesgo de des­truir los apa­ra­tosos me­ca­nismos para el con­trol de los pre­cios al con­su­mi­dor, lo que pro­du­ciría la desafec­ción del pú­blico. Así que, como en Venezuela, el go­bierno cu­bano se ve obli­gado a man­tener un ré­gimen eco­nó­mico ar­ti­fi­cial, que ge­nera des­abas­te­ci­miento y po­breza. Por no ha­blar de los frenos a las in­ver­siones ex­tran­jeras en el desa­rrollo de Cuba.

Incluso si el ré­gimen se atre­viera a re­formar las bases de su eco­nomía mer­can­ti­lista (o so­cia­lista, si se pre­fie­re), to­davía cho­caría con los obs­táculos puestos en el pa­sado por los go­ber­nantes del que po­dría ser, por ra­zones geo­po­lí­ti­cas, su prin­cipal mer­cado na­tu­ral, los Estados Unidos. Las con­ce­siones he­chas por Washington a La Habana desde que se res­ta­ble­cieron las re­la­ciones di­plo­má­ticas en 2014 fueron úni­ca­mente las que po­dían en­trar en las pre­rro­ga­tivas del eje­cu­tivo nor­te­ame­ri­cano. Pero es­tán, to­davía in­tac­tas, las pre­rro­ga­tivas que en esta ma­teria con­serva el Congreso.

El poder le­gis­la­tivo nor­te­ame­ri­cano im­puso en 1962 un em­bargo co­mer­cial a Cuba, por la po­lí­tica re­pre­siva del ré­gi­men, su ac­ti­vidad mi­litar ex­te­rior y su alianza con la Unión Soviética. La po­si­ción de Washington se en­du­reció en 1996, con la apro­ba­ción de la ley Cuban Liberty and Democratic Solidarity Act, que es­ti­pu­laba las con­di­ciones para el le­van­ta­miento del em­bargo. Uno de ellos es ma­te­rial­mente inasu­mible por Cuba en estos mo­men­tos: la in­dem­ni­za­ción por los bienes de ciu­da­danos es­ta­dou­ni­denses ex­pro­piados por la re­vo­lu­ción.

Otros son aún más di­fí­ciles de aten­der: entre otros, la eli­mi­na­ción de al­gunos ser­vi­cios de in­te­li­gencia y se­gu­ri­dad, acu­sados de per­ma­nentes ac­ciones contra los in­tereses de los Estados Unidos, así como ase­gurar la in­de­pen­dencia ju­di­cial, la ob­ser­vancia de los de­re­chos hu­ma­nos, un ré­gimen de li­ber­tades ci­vi­les, etc. El cum­pli­miento de estos re­qui­sitos su­pon­dría que el ré­gimen acepta su au­to­eli­mi­na­ción. Raúl Castro, pre­si­dente de Cuba hasta 2018, no es el hombre para esa ‘estación’.


(*) Periodista español

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