En tanto Donald Trump, presidente electo de Estados Unidos, tilda de
“ridículas” las conclusiones de la CIA sobre la interferencia rusa en la
dinámica final de su propia elección, su probable apuesta por Rex
W.Tillerson – que preside el Consejo de Administración de la petrolera
“Exon Mobil”- para la Secretaría de Estado, o sea la dirección de la
diplomacia norteamericana, es algo que agita el fantasma de una eventual
instalación del “lobby” pro ruso en el corazón de la política
occidental de defensa. Sería ello así en la propia medida que Washington
se identifica con la constante histórica de la política atlántica, tras
de la Segunda Guerra Mundial y de la Guerra Fría como epílogo de ésta.
Abunda en tal eventualidad de riesgo sistémico para los intereses
todos de la comunidad occidental, el hecho de que Rex Tillerson se haya
reunido habitualmente con el presidente de la Federación Rusa para el
tratamiento de materias y el debate de opciones de poder
político-económico que desborda con amplitud incuestionable los límites
de la necesaria circunspección exigidos para evitar cuadros de
promiscuidad incompatibles con mínimos de respeto tanto a la propia
soberanía como a la de los propios aliados.
Este cuadro de proximidad funcional tan llamativa abunda en la
hipótesis de que la designación de Rex W. Tillerson como Secretario de
Estado no vendrá a producirse porque, llegada la ocasión procedimental,
no superaría el filtro del Senado de Washington. Por sólida que sea la
mayoría republicana en la Cámara. Precisamente por el rango político que
representa el hecho mismo de ser Tillerson miembro de la rusa Orden de
la Amistad.
Posiblemente, la moraleja que parece desprenderse de esta historia
sobre un eventual integrante de la nueva Administración estadounidense
para el después del 20 de Marzo, es la de que, hasta entonces, el nuevo
inquilino de la Casa Blanca será fuente de historias poco sólitas.
(*) Periodista
No hay comentarios:
Publicar un comentario