La afloración del problema sobrevino con la disputa chino-nipona sobre
la titularidad de un pequeño conjunto de islotes: apenas peñascos
deshabitados – los llamados en aparente equidistancia entre el gran
archipiélago nipón y el espacio correspondiente al tronco continental
del espacio asiático que gobierna Pekín.
Aquello fue tanto como la
inicial afloración de un problema derivado del crecimiento específico de
la moderna potencia china, expresado en la progresiva equiparación de
su peso militar con el poderío económico de aquel sistema. Hasta ese
momento no había trascendido con amplitud suficiente el disparado
crecimiento del presupuesto castrense, especialmente el del equipamiento
naval, sobre todo en el del capítulo de los portaviones.
En el contexto de esa sobriedad informativa sobre la mutación del
poder chino como potencia militar, sobreviene ahora la noticia de que el
régimen de Pekín, en el encaje de sus ya conocidas prioridades
militares, ha venido a instalar una red de bases de misiles a lo ancho
del conjunto de islas artificiales que ha hecho brotar en el Mar del Sur
de la China, no reparando mucho, al parecer, en datos de soberanía
marítima correspondientes a las aguas jurisdiccionales de los Estados
ribereños en el escenario del Pacífico engranado con el Océano Índico
por sus enlaces de los llamados Estrechos Orientales. Un ámbito
geográfico por el que discurre el 30 por ciento del comercio naval en el
mundo.
La militarización de esos “arrecifes balísticos”, de tales islas de
diseño, concebidas desde la emergido talasocracia de Pekín, será lo
normal y lógico que modifique, transforme y agrave la tensión que ya se
vino a establecer con Pekín desde los Estados ribereños cuando,
tangentes o secantes con sus aguas de soberanía las islas artificiales
chinas comenzaron a brotar como setas igual que lo hacen los níscalos en
nuestros pinares.
Rareza pudo parecer la fiebre creadora de islas que llevó a la China que
se enoja con el presidente electo de Estados Unidos porque éste cometió
la avilantez de responder a la llamada telefónica que le cursó la
presidenta de Taiwán para felicitarle por la elección de que había sido
objeto. Un suceso político y diplomático que, de puertas afuera del
circo electoral norteamericano, ha sorprendido a muchos y alarmado a no
pocos. Pero lo que se ha venido a confirmar una vez más es no hay
rarezas que, al cabo, no encuentren explicación, sentido o razón de ser.
(*) Periodista español
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