MIAMI.- El opulento
club privado de recreo Mar-a-Lago del magnate inmobiliario Donald Trump
se perfila ya como la Casa Blanca de invierno del nuevo presidente en
la soleada Florida, donde el republicano prosigue estos días navideños
la selección de su gabinete.
La rimbombante mansión, una adaptación del estilo
hispano-morisco en la pequeña localidad de Palm Beach, saltó a la
popularidad internacional el pasado día de Acción de Gracias, que se
conmemoró el 24 de noviembre, cuando Trump llegó con su esposa Melania y
su familia a pasar unos días de descanso, por primera vez como el
presidente electo de EEUU.
El club, valorado en unos 100 millones de dólares, refleja
el ostentoso gusto de Trump, con salas llenas de mármol, piedra
italiana, azulejos españoles, tapices flamencos, enormes candelabros
colgantes, alfombras orientales y frescos europeos.
Pululan también el oro y el dorado, con paredes forradas con
hojas del precioso metal, en el salón de baile estilo Luis XIV, e
innumerables incrustaciones en columnas, escudos, lámparas, cuadros,
jarrones, vajillas y mobiliario en general, como también en la grifería
de los baños.
La llamada "Joya de la
Corona en Palm Beach", según reza en su página de internet, es ahora
trono de un Trump acompañado por una tropa de miembros de seguridad del
Estado y de periodistas nacionales, que sin respiro despide el 2016.
Uno de los portones de hierro forjado de la mansión
principal y las escalerillas de entrada han sido por estos días el foco
de improvisadas conferencias de prensa al aire libre para ventilar
asuntos nacionales e internacionales, como lo hizo el republicano desde
su victoria en la también dorada Torre Trump, de Nueva York, donde
reside.
Bajo el placentero clima de Florida, en estos días sin
humedad y con temperaturas que rondan los 26 grados centígrados, los
reporteros son testigos del ocio y desconexión del que disfrutan los
socios de Mar-a-lago, que se pasean con bañadores frente a los salones
donde se decide la composición del nuevo Gobierno de EEUU.
Poco a poco, los periodistas se van adaptando al resplandor
del salón Oro y Blanco, sede de reuniones con la prensa en Mar-a-lago, y
al impredecible Trump, que ayer decidió darse un descanso y jugar al
golf con Tiger Woods, el antiguo "número uno" del mundo en ese deporte.
El magnate adquirió la mansión por 10 millones de dólares en
1985 para convertirla 10 años después en un negocio hotelero con 114
habitaciones con vista al mar o a la laguna Lake Worth, club de playa,
spa y campos de golf, críquet, baloncesto y tenis.
Desde entonces no han faltado las quejas y polémicas de
vecinos y administraciones de este apacible pueblo de multimillonarios,
descontentos con el ambicioso desarrollo turístico de Trump e incluso
indignados con una enorme bandera de EEUU que sobrepasaba el tamaño
permitido.
Trump también la ha emprendido con las autoridades aéreas,
al considerar que el ruido de los aviones que sobrevuelan el club
irrumpen su tranquilidad, pelea que se zanjó el mes pasado cuando retiró
la demanda, mientras el Servicio Secreto estableció esos mismos días el
desvío de las aeronaves por motivo de seguridad para el nuevo
presidente.
Este "paraíso de invierno para la elite", como destaca la
promoción del complejo turístico en internet, descansa entre la laguna y
el océano Atlántico, y aunque la mansión principal está separada de la
playa por una avenida, su club de playa sí da al mar.
El Mar-a-Lago, con unos guiones en su escritura que no
tienen lógica en español, tampoco cuenta con un lago como tal, porque el
llamado "Lake Worth lagoon" es realmente la bahía que se extiende a lo
largo de la costa sureste de Florida y que separa una sucesión de islas,
como Palm Beach, del terreno continental.
El exclusivo club privado, con espaciosos jardines y
piscinas dispuestas en un terreno de unos 20 acres, y hasta con tres
refugios anti-bombas, se ofrece para el esparcimiento de los socios a un
coste anual de 14.000 dólares y el pago de 100.000 dólares de
iniciación.
Al ordenar la construcción de la mansión, que se efectuó
entre 1924 y 1927 y que fue declarada en 1969 Sitio Histórico Nacional,
su propietaria, Marjorie Merriweather Post, heredera de un emporio de
cereales, la ideó como un lugar de retiro de invierno para los
presidentes.
Deseo cumplido con Trump, que la compró después de que el
Gobierno de EEUU, que heredó la propiedad de Post cuando murió, la
devolvió a sus tres hijas debido a lo costoso de su mantenimiento.
Ahora, con las que parecen que serán unas estancias
habituales en Palm Beach, a más de 100 kilómetros al norte de Miami,
Trump hace honor a su constante mención de Florida como su "segundo
hogar", del mismo modo que lo fue para John F. Kennedy, quien durante su
corta Presidencia (1961-1963) escogió este mismo emplazamiento como su
Casa Blanca de invierno.
Ahora, el que a partir del próximo 20 de enero será el
presidente número 45 de EEUU tendrá en el fastuoso, y para algunos
rococó, Mar-a-lago su lugar de escape durante los próximos cuatro u ocho
años.
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