En
aquellos años, Davutoglu trataba de guiarse por la consigna de
“ningún problema con los vecinos”, y Turquía despegaba como motor
industrial y de negocios no sólo en el flanco sureste de Europa,
sino por todo Oriente Medio y el interior de Asia. Los Estados Unidos
esperaban que la Turquía de Erdogan arrimase un poderoso hombro al
mantenimiento de la paz en una región anárquica, y Europa
preparaba los instrumentos de adhesión de Turquía a la Unión.
En
estos días, si uno se atiene a las páginas de opinión y las crónicas
de los corresponsales, la actual crisis de gobierno pone en
evidencia las políticas de Erdogan, tanto en lo interno como en lo
internacional. Sobre todo en lo internacional. Ahí están las
negociaciones con la UE reducidas a una intratable crisis de
refugiados; las relaciones con los Estados Unidos ensombrecidas
por el apoyo que cada uno de los dos gobiernos da a facciones
combatientes opuestas en la guerra civil de Siria; las relaciones
con Israel apenas saliendo del hoyo después de años de ruptura
diplomática; las relaciones con el Egipto del general al-Sissi en
un nádir diplomático (rotas las relaciones diplomáticas), por
culpa de la persecución que el egipcio hace de la Hermandad
Musulmana, la corriente ideológica favorecida por Erdogan, etc. y
para coronar el pastel, el reciente duelo militar y diplomático
con Rusia, al derribar la artillería turca un caza ruso en las
proximidades de la frontera con Siria, hace pocas semanas.
Buen momento y buen pronóstico
Sin
embargo, hay una realidad paralela a la descrita más arriba. Bueno,
eso si hemos de creer a David Lipton, director gerente adjunto del
Fondo Monetario Internacional, quien acaba de pintar un brillante
futuro económico para Turquía, un país rodeado de flaqueantes
bloques económicos: “Turquía está en condiciones de hacer
negocios con Europa Occidental, con Europa Central, con Rusia, con el
Oriente Medio, con el Cáucaso, con África del Norte”, dijo el alto
funcionario. Y dado que todas esas regiones crecen menos que
Turquía, “Turquía debería procurar convertirse en un centro de
inversiones y negocios atractivo. Y estoy seguro de que podrá
hacerlo”, añade Lipton.
Todo eso con una condición: que el
déficit por cuenta corriente, así como las finanzas públicas, se
mantengan bajo control, se eleve la productividad del trabajo y se
abra la economía a las inversiones extranjeras, añadió.
Las
divergentes posiciones de Erdogan y Davutoglu en torno a las
finanzas públicas pueden estar en la trastienda de la ruptura entre
presidente y primer ministro. Según informa el diario Hurriyet, “la
cuestión de las garantías del Tesoro ha sido una fuente de
fricciones, de una importancia crítica, aunque no declarada”.
El
ex primer ministro se habría resistido a seguir extendiendo la
garantía del cien por cien, por parte del Tesoro, a la financiación
de megaproyectos de infraestructuras y obras sociales que han
dado a Erdogan un suficiente respaldo, tales como carreteras,
puentes, aeropuertos, hospitales, etc. Dada la frágil coyuntura
económica, el primer ministro quería reducir las garantías al 80%
de la inversión. Aunque el diario no lo especifique, contra el
plan de Davutoglu se alzaron poderosas voces interesadas en el
mantenimiento de la garantía del estado para proyectos
empresariales y de negocios de los inversores particulares.
La Turquía de Erdogan tiene cierta fama de practicar el “crony
capitalism”.
Por otro lado, el primer ministro cesante no
logró formular un plan consistente de reformas económicas, de las
que él, de todos modos, se declaraba partidario. Para Erdogan, de
momento, las reformas no eran una prioridad. En los últimos meses
han llegado a Turquía $4.000 millones, en momentos en que el gran
capital financiero no encuentra muchos réditos interesantes en
otras partes.
La coyuntura turca parece favorable a los
intereses del capital. Así lo acaba de confirmar Standard and Poors,
al subir el índice turco de “negativo” a “estable”, lo que refleja
“el balance entre la fortaleza de la economía turca y unos
déficits fiscales moderados, frente a unos riesgos regionales y
domésticos persistentes, y necesidades elevadas de
financiación externa”. S&P, sin embargo, advierte contra las
incertidumbres del medio ambiente económico internacional, y
el peligro de elevación de las tasas de interés en los Estados
Unidos.
Turquía, a pesar de la coyuntura internacional poco
favorable, seguirá creciendo, aunque a tasas muy por debajo de los
altos índices registrados en gran parte de los años de Erdogan al
frente del gobierno. Según S&P, lo hará al 3,4% en 2016, seis
décimas menos que en 2015, posiblemente debido a un aumento del
30% en el salario mínimo. Las previsiones del FMI son aún mejores:
3,8% de crecimiento en 2016, una mejora de seis puntos decimales
con respecto a un pronóstico anterior del Fondo para este año.
Difíciles relaciones con amigos y aliados
El
presidente se las ha arreglado para tensar las relaciones con una
larga lista de amigos y aliados. Respecto de Europa, Erdogan no parece
dispuesto a modificar sus modales y tendencias autoritarias
respecto de la oposición interna. A las muestras de
desaprobación de algunos líderes de la Unión respecto de su
política represiva hacia la prensa y la disidencia, respondió el
pasado fin de semana de forma un tanto brusca: “Los que piden que
Turquía cambie sus leyes antiterroristas, deberían antes retirar
las tiendas que esos terroristas levantaron delante del
parlamento europeo”. En efecto, grupos kurdos las habían
levantado, con ocasión de una ‘cumbre’ europea en marzo. Se refería
Erdogan a partidarios del ilegalizado Partido de los Trabajadores
del Kurdistán (PKK).
Los 72 requisitos exigidos por la UE a
Turquía para concederle el derecho de que sus ciudadanos entren en
el ‘espacio Schengen’ sin visado, son tomados por Erdogan casi como
la exigencia de cambiar las leyes antiterroristas turcas, algo a
lo que parece no estar dispuesto: “Lo siento. Ustedes vayan por su
camino que nosotros iremos por el nuestro”, acaba de decir el
presidente. Si esta advertencia significa que el gobierno turco
se propone romper las negociaciones con Europa, favorecidas por
Davutoglu, en torno al levantamiento de los visados a cambio de la
colaboración turca en el plan de retención de los refugiados,
entonces Europa se enfrenta a un recrudecimiento de esta crisis en
sus fronteras.
No están mucho mejor las relaciones con los
Estados Unidos. Erdogan visitó Washington en abril, y parece que no se
superó la desconfianza mutua sobre cómo abordar la lucha contra el
llamado Estado Islámico (EI). Los EE.UU. apoyan las milicias kurdas
que luchan tanto contra el EI como contra el régimen de al-Assad,
mientras que Ankara las hostiga en cuanto se apoyan en la minoría de
kurdos de nacionalidad turca. Los Estados Unidos critican a Erdogan
haber reavivado el conflicto con sus kurdos, cancelando una fase de
negociación con esas fuerzas, que duró hasta que el Partido
Democrático kurdo logró unos buenos resultados electorales en las
previas elecciones al parlamento.
La caída de Davutoglu se
debe, entre otras cosas, a la necesidad de Erdogan de afianzar su
hegemonía en el partido Justicia y Desarrollo, con la vista puesta en
una enmienda constitucional que le permitirá convertir el
gobierno parlamentario en otro presidencialista. El choque
previsible entre los dos dirigentes se puso en evidencia el pasado
29 de abril, cuando el presidente despojó al primer ministro de la
facultad de designar los jefes provinciales y locales del partido,
acción que se interpretó como destinada a asegurar la
aquiescencia del partido a la reforma constitucional.
Erdogan
libra luchas paralelas o confluyentes en varios frentes. Su
liderazgo político tiene por fin la restauración de la grandeza
de Turquía, a la que presenta como una fase intermedia para la
restauración de la grandeza del Islam. Del Islam que considera
mejor para el S. XXI: con ‘cero problemas con los vecinos’’…,
mientras no obstaculicen la misión histórica que ha echado sobre
sus hombros.
(*) Periodista español