“Por ello se ha convertido en nuestro deber enderezar esta
situación y hacerlo lo antes posible. Y el trabajo está siendo
realizado”. Esta frase pudo perfectamente haber sido pronunciada
por Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, el pasado mes de
marzo cuando anunció su nueva batería de medidas para hacer frente a
los problemas que presenta la eurozona como el riesgo de deflación o la
debilidad del sistema bancario.
Sin embargo, no fueron pronunciadas por
él sino 83 años antes por el entonces recién nombrado presidente de los
Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, en 1933 tras la masiva retirada
de depósitos para comprar oro. Esto llevó al presidente a cerrar los
bancos durante una semana e impulsar una ley con carácter urgente en el
Congreso, conocida como la Emergency Banking Act. Y es que
existen evidentes paralelismos entre la situación actual del eurosistema
y la que vivió en aquella época el sistema financiero americano.
La creación del sistema y el estadillo de la crisis
En ambos casos, nos encontramos ante un banco central y un sistema
derivado del mismo, de reciente creación. Así, la Reserva Federal había
sido creada en 1913 por el presidente Woodrow Wilson, tanto para dirigir
la política monetaria del país como para actuar como prestamista de
última instancia a los bancos, después de que JP Morgan hubiese tenido
que ejercer dicha función en 1907 para proporcionar liquidez a algunos
bancos que sufrieron una retirada masiva de depósitos. Por su parte, el
BCE tiene su origen en 1998, sustituyendo al Instituto Monetario
Europeo, para dirigir la política monetaria de la nueva moneda única en
la Eurozona, el euro, y que en su comienzo reunía a 11 países.
Además
ambos bancos centrales fueron instaurados para dirigir la política
monetaria y monopolizar la emisión de moneda, teniendo como objetivos
lograr la estabilidad de precios (en el caso de la Fed, entre otros) que
impulse el desarrollo económico. Del mismo modo a su creación, le
siguió un período de prosperidad con un importante crecimiento
económico, en el que los defectos en su constitución y la inexperiencia
de los nuevos bancos centrales quedaron encubiertos. Sin embargo, poco a
poco fueron apareciendo los primeros signos de las futuras depresiones,
sin que éstos fueran lo suficientemente advertidos.
Cuando la crisis finalmente estalló, ambas instituciones intentaron
afrontarla con diversas acciones, pero la falta de experiencia y la
existencia de importantes defectos en la construcción del sistema,
agravaron aún más la situación. Así en el caso americano, esa
inexperiencia llevó tal y como sostiene Meltzer (2003) a entender que
unos tipos de interés bajos y una baja demanda de crédito por parte de
los bancos miembros indicaban que las condiciones monetarias eran
excepcionalmente flexibles y que inyectar más liquidez en el sistema no
supondría ningún beneficio para el mismo. En cuanto a defectos, el
sistema carecía de ningún tipo de seguro que cubriese los depósitos en
los bancos, de tal modo que los individuos podían perder todo su dinero
si el banco quebraba, por lo que ante el temor de que esto ocurriese, se
producía la retirada masiva de depósitos, lo que de facto acababa
provocando la quiebra del banco.
Cuando ocurrió el crash de Wall Street en 1929, la Reserva
Federal de Nueva York actuando de forma independiente se valió de las
operaciones de mercado abierto y las ventanas de descuento para inyectar
reservas en el sistema bancario, lo que en parte ayudó a contener la
crisis y que se expandiera el pánico. La Reserva Federal, aprobó estas
medidas a posteriori, pero con muchos recelos acerca de su efectividad y
recriminando a la Reserva de Nueva York por haber actuado con
independencia. Por ello, cuando en 1930 éste presionó para proporcionar
más liquidez al sistema, el Consejo de Gobierno de la Reserva Federal se
negó a bajar los tipos de interés y a realizar compras adicionales de
mercado abierto.
De esta forma el crédito proporcionado por la Reserva
decayó en más de un tercio durante los primeros meses de 1930. A lo
largo de los siguientes años, los momentos de crisis se sucedieron, como
el pánico bancario de finales de 1930, el abandono del patrón oro por
el Reino Unido, y sobre todo el gran pánico bancario de 1933. En todos
ellos, cuando más se necesitaba una expansión del crédito para que los
bancos consiguieran liquidez con los que afrontar la retirada de
depósitos o las pérdidas, se produjo una importante contracción del
mismo, lo que agravó la crisis. Por ello, cuando en febrero de 1933, los
ciudadanos americanos acudieron en masa de nuevo a retirar sus
depósitos con el objetivo de refugiarse en el patrón oro, tras cuatro
años de recesión, la situación del sistema era crítica.
Algo similar ocurrió en Europa en el año 2008 cuando estalló la
crisis financiera con la caída de Lehman Brothers en Estados Unidos. En
cuanto a las carencias del sistema, éstas quedaron reveladas cuando se
hizo necesario un prestamista de última instancia que proporcionase
liquidez a los bancos ante un mercado interbancario cerrado, y sobre
todo, con la crisis de deuda soberana.
La función de prestamista de última instancia fue asumida por el BCE,
debido su monopolio en la emisión de la moneda, ya que es la única
institución que podía proporcionar liquidez a los bancos cuando el
mercado interbancario estaba cerrado. Para ello, tomó medidas que se
excedieron de sus políticas monetarias tradicionales, aumentando
considerablemente con ello el riesgo de tener importantes pérdidas, las
cuales en última instancia son asumidas por el contribuyente (ya sea en
la forma de menos beneficios provenientes del banco central o a través
de una recapitalización del mismo).
En consecuencia, la función de
prestamista de última instancia tiene importantes repercusiones
fiscales, y es por ello que para que el BCE conozca las pérdidas máximas
que puede asumir como consecuencia de dicha función, el apoyo fiscal
por parte de los Estados Miembros debe estar claramente definido. Sin
embargo, no ocurre así lo que constituye un importante defecto del
sistema revelado durante la crisis, y es por ello que no son pocas las
voces que abogan por impulsar una Unión Fiscal.
Por su parte, la crisis de deuda soberana tuvo su origen en el
colapso de las cuentas de Grecia en el año 2010, pero sobre todo vino
motivada por la posibilidad de quiebra de los países de la eurozona.
Esto es debido, a que a diferencia de los países con moneda propia, los
países del euro no pueden recurrir a la emisión de más papel para
afrontar el riesgo de impago sino que dependen del BCE. El miedo de
quiebra se contagió a otras economías especialmente afectadas por la
crisis como España, Italia, Portugal o Irlanda, lo que disparó las
primas de riesgo, o diferencial del tipo de interés respecto al del bono
alemán, agravando aún más sus delicadas cuentas públicas.
Esta situación de debilidad de las cuentas públicas tuvo su causa y
efecto en el sistema financiero de estos países. Causa porque el rescate
de las instituciones financieras afectadas por la compra de activos
tóxicos había disparado la deuda nacional. Efecto, porque el aumento de
la prima de riesgo de la deuda pública, llevó a la retirada de activos
de las instituciones bancarias del país, deteriorando aún más su ya
debilitada posición. Lo que es más, esto reveló una creciente
fragmentación bancaria entre aquellas instituciones de países con y sin
problemas, afectando a la efectividad en la transmisión de la política
monetaria del BCE. Por ello cuando en el verano de 2012, tras los
rescates de Grecia y Portugal, con Italia y España (tercera y cuarta
economías de la eurozona) parecían próximas a pedirlo, tras cuatro años
de recesión la situación también era crítica.
Solucionando los problemas
En ambos casos se habían intentado medidas pero, o bien habían
resultado ineficaces, o incluso había contribuido a agravar la crisis
como la negativa de la Reserva Federal a bajar los tipos de interés, o
la negativa por parte del Banco Central Europeo durante el año 2010 a
negociar una quita de la deuda griega cuando ya el Fondo Monetario
Internacional venía advirtiendo de la imposibilidad de que Grecia
pudiese llegar a pagar.
Sin embargo, cuando el momento era más crítico, la situación fue
salvada fundamentalmente gracias a la confianza que inspiraron nuevos
líderes de que se haría lo necesario para salvar al sistema.
Esto se desprendió de las declaraciones de Franklin D. Roosevelt, con
las que comienza este artículo, en su discurso a la nación cuando
apenas llevaba una semana en el cargo después de decretar el cierre de
los bancos, abandonar el patrón oro e impulsar el Emergency Banking Act.
A ello, le siguieron un enorme conjunto de medidas en todos los
frentes, el New Deal, destacando en el ámbito bancario, la Banking Act o Glass-Steagall Act
de junio de 1933, para corregir los defectos del sistema.
Así entre
otras medidas, destacó la creación de la Corporación Federal de Seguros
de Depósitos (FDIC) que aseguraba los depósitos bancarios evitando de
esta forma los pánicos y retiradas masivas de depósitos; así como la
separación entre la banca comercial y la banca de inversión, para evitar
que la primera se viese involucrada en operaciones de mayor riesgo. Por
su parte la FED compró bonos del gobierno en 1933 por valor de 600
millones de dólares, inyectando liquidez al sistema.
En Europa, cuando se temía por la viabilidad de la moneda única en el
momento más álgido de la crisis, Mario Draghi, que apenas llevaba desde
octubre de 2011 como presidente del BCE, pronunciaba el 26 de julio de
2012 su ya famosa frase: “el BCE está preparado para hacer todo lo que sea necesario para salvar al euro. Y créanme, será suficiente”.
En aquel momento únicamente significó una declaración de intenciones,
que dio confianza a los mercados y relajó la presión sobre las primas de
riesgo. Sin embargo, desde entonces, el BCE ha asumido un papel
protagonista lanzando toda una batería de medidas para afrontar la
crisis. Entre las medidas tomadas destacan, tanto por no ser
convencionales como por su importancia, las siguientes:
· El programa de compra de activos u
“Operaciones Monetarias de Compraventa” para comprar deuda pública en
los mercados secundarios lanzado en septiembre de 2012 y que fue
impugnado ante el Tribunal Constitucional alemán por considerar que
excedía los poderes del BCE. Sin embargo el Tribunal de Luxemburgo
confirmó la legalidad en la actuación del BCE, pues si no, su política
monetaria quedaría comprometida.
· El programa de compra de activos financieros o “Quantitative Easing”
lanzado en marzo de 2015, con el objetivo de combatir el riesgo de
deflación en la eurozona, como consecuencia del estancamiento económico
provocado por la crisis.
Respecto a la Unión Fiscal, los países de la eurozona han dado
tímidos pasos, destacando el “Fiscal Compact” que obliga a trasladar a
los ordenamientos jurídicos nacionales el compromiso de mantener un
presupuesto equilibrado, lo que llevó a la reforma del artículo 135 de
la Constitución Española en 2011.
Finalmente, respecto a la fragmentación bancaria que está afectando a
la transmisión de la política monetaria, se ha dado un importante paso
con el acuerdo para constituir la Unión Bancaria basado tres pilares: el
Mecanismo Único de Supervisión (para supervisar a las entidades
consideradas como “significativas”), el Mecanismo Único de Resolución y
el Sistema de Garantía de los Depósitos (aún por constituir).
Un sistema consolidado
En Estados Unidos, las medidas introducidas sirvieron para que el
país saliese poco a poco de la crisis, y ya en 1934 los bancos
acumulaban ya importantes de reservas (lo que volvería a generar una
recesión en mayo de 1937 cuando la Reserva Federal subió el porcentaje
de reserva legal requerido con el objetivo de reducir estos excesos,
pues temían que la inflación se disparase). Sin embargo, muy pronto el
país se recuperó y entró en una importante fase de crecimiento. El
sistema había sido puesto a prueba, pero había aguantado y la corrección
de defectos permitió su consolidación. Así, tal y como señala Wheelock
(2010) la Fed reaccionó de manera más acertada y contundente ante la
crisis financiera de 2008, evitando los errores del pasado, lo que
permitió que la crisis, aunque muy grave, no llegará a niveles de la de
Gran Depresión y que para 2010 Estados Unidos hubiese vuelto a la senda
del crecimiento.
En ese proceso de superación de la crisis y consolidación parece
encontrarse el eurosistema actualmente. La crisis evidenció las
carencias del sistema como la falta de un apoyo fiscal bien definido, la
posibilidad de quiebra de las cuentas públicas o la fragmentación de
los mercados financieros. Además, a lo largo de estos años nuevos
problemas han surgido, como la amenaza de deflación debida sobre todo a
una demanda interna débil y una moneda fuerte que dificulta las
exportaciones. Sin embargo la crisis ha obligado a tomar medidas en
todos estos ámbitos, que a la larga, una vez superada la recesión pueden
suponer la consolidación del sistema del mismo modo que ocurrió en
Estados Unidos con la Gran Depresión.
(*) Economista español