HELSINKI.- La renta básica universal a prueba en Finlandia le ha cambiado la vida a mucha gente. El programa piloto comenzó el 1 de enero, con una duración de dos años y
2.000 participantes parados con subsidios bajos. En caso de éxito
podría generalizarse, aunque todavía no se ha fijado el montante ni las
modalidades. La seguridad social garantiza que ninguno de los participantes salga perdiendo.
La renta básica universal
suscita consenso entre los políticos, que lo ven como una manera de
incitar a los desempleados a encontrar trabajo.
La
población, por el contrario, no lo tiene tan claro. La mayoría de los
votantes de izquierda le dan el visto bueno e incluso les parece
insuficiente, pero los de la derecha alertan del riesgo, según ellos, de
que los beneficiarios se estanquen en la inactividad.
Para
la Confederación sindical SAK, el peligro es "subvencionar" el empleo
mal pagado, exonerando a las empresas de ofrecer contratos a tiempo
completo bien remunerados, porque el Estado provee parte de las
necesidades de la persona.
"No apoyamos un mercado
laboral sin salarios decentes, en el que la seguridad social paga
parcialmente a los trabajadores. En la práctica esto equivale a una
ayuda para las empresas", lamenta su presidente Jarkko Eloranta.
Finlandia,
un país de la zona euro, intenta reactivar la economía después de tres
años de recesión (2012-2014). Su tasa de paro es relativamente alta
(8,7%) y la de larga duración también (uno de cada tres desempleados no
ha encontrado trabajo al cabo de un año).
El gobierno
proausteridad del centrista Juha Sipilä promueve la renta básica
universal como medio de estímulo del empleo, pero sus detractores opinan
que en realidad el gobierno podría aprovecharlo para reducir las ayudas
sociales.
La renta básica universal consiste en una
remuneración para todos, sin condición de patrimonio ni de trabajo,
acumulable con el salario.
Lo defienden distintas
corrientes ideológicas, pero con intereses dispares. Para la izquierda
es un vector de inclusión social e incluso de cambio de paradigma con
respecto al "trabajo alienante"; para los liberales, un medio de
fusionar las ayudas sociales que, según ellos, fomentan la holgazanería.
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