BOSTON.- Trump podría estar traicionando a su país si, considerada Rusia como
una nación enemiga, se determinara que el magnate ha tratado de
entorpecer las investigaciones por el “Putingate”.
“Tener una buena
relación con Rusia es algo bueno, no malo”, tuiteó horas después de
saber que Putin manipuló el proceso electoral a su favor.
Si Donald Trump es, como asegura la inteligencia oficial
estadounidense, un infiltrado de Putin, es de esperar que Trump lo
niegue con vehemencia, como así está siendo. El viernes, Trump aceptó a
regañadientes reunirse con los linces de la inteligencia, ese eufemismo
empleado en EEUU para hablar de sus propios servicios de espionaje y, en
una segunda acepción, de los datos objetivos.
Se reunió el presidente electo con los estoicos generales de la CIA,
esos científicos de la geopolítica cuya misión es transmitir al
ejecutivo la información pura y dura: la inteligencia, al cabo. Y la
inteligencia demuestra que su inminente nombramiento como 45 presidente
de Estados Unidos, coincidirá con la opción predilecta de Vladimir Putin
en detrimento de Hillary Clinton, por quien el líder ruso, concluyeron
los analistas, sentía una antigua e íntima aversión.
Compartieron los generales con el magnate informes inequívocos de la
amplia campaña con la que Putin (lo mencionan a él específicamente)
torpedeó la candidatura de Clinton mediante la diseminación de noticias
falsas (“Pope Francis endorses Trump!”) e informaciones confidenciales
obtenidas por corsarios informáticos a sueldo del Kremlin y filtradas
posteriormente a Wikileaks.
Salió Trump de aquella reunión algo despeinado y serio, y al rato
tuiteó: “La inteligencia asegura que no existe la más mínima evidencia
de que el hacking haya afectado a los resultados electorales”. Según el
informe oficial, “no se ha evaluado el impacto de las actividades rusas
en el resultado de las elecciones de 2016”.
Las consecuencias de la injerencia rusa son tan graves que desde la
oposición se habla ya de “riesgo existencial” para la República. Y no
sólo desde la oposición. El senador republicano por Arizona y enemigo
acérrimo de Trumo, John McCain, ha calificado esta manipulación como “un
acto de guerra”, y podría estar orquestando una revuelta silenciosa
contra el futuro presidente.
La pregunta que se cierne ahora sobre Washington es si Trump estaba
al corriente de las maniobras rusas o si es simplemente el tonto útil de
Putin. El primer supuesto sería un caso flagrante de traición, que en
el Artículo 3 de la Constitución de EEUU se define como un crimen
cometido por quien “debiendo lealtad a los Estados Unidos [...] se
adhiere al enemigo dándole ayuda o confort”.
Según esta definición, el presidente electo también podría estar
traicionando a su país si, considerada Rusia como nación enemiga, se
determinara que aquél ha tratado de entorpecer las investigaciones por
la ya demostrada interferencia del Kremlin en los procesos democráticos
nacionales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario