sábado, 8 de julio de 2017

La soledad de Italia y el tumulto del G-20 / Josep Borrell *

La semana pasada, más de 12 000 personas han sido rescatadas de su naufragio cuando se dirigían desde las costas africanas a las italianas. Se añaden a las varia decenas de miles rescatadas desde enero y que se estima que llegaran a 200.000 a final del año.

Según la  Organización Internacional para la  Emigración, en lo que va de año 83.928 personas han llegado a Europa por mar, de ellas 71.978 han llegado a Italia después de pasar por Libia. Y al menos 2.018 han muerto ahogados en su intento.

Este verano promete pues ser otro verano difícil desde el punto de vista de los flujos migratorios que toman al asalto las fronteras de Europa. No por Grecia, porque la ruta del Este, por los Balcanes , por la que pasaron cientos de miles de refugiados en el 2015 y el 2016, está bloqueado por el acuerdo entre la UE y Turquía, que ha resistido a pesar de todos los problemas que plantea. La ruta del Oeste , entre Marruecos y España también está relativamente cerrada. Pero por el Mediterráneo central, por donde discurren las rutas que van desde Libia a Italia, el tráfico esta aumentando y presagiando un verano terrible.

Italia está sola en primera línea, como en 2014, 2015 lo estuvo Grecia. Pero ahora ya no son básicamente  buscadores de asilo los que huyen de la guerra de Siria. La proporción de los emigrantes “económicos”, procedentes particularmente del África subsahariana, es mucho mayor que la de refugiados procedentes de zonas en guerra. En el 2016, los sirios eran los más numerosos entre los que intentaban cruzar Mediterráneo, hoy son los nigerianos los que tratan de llegar a Italia desde Libia. Y Libia no es Turquía, allí no hay ningún Erdogan con quien llegar a un acuerdo para pararlos.

Y me temo que de nuevo Europa demostrara su desunión y su impotencia, dejando sola a Italia para que se las apañe como pueda.  Con razón se dice que desde el gesto generoso de Merkel abriendo sus fronteras, Europa se ha replegado en una política del avestruz. De no querer ver el problema, de retirarlo incluso del orden del día  de reuniones como la del G-7 en Taormina en mayo pasado, o de no tomar ninguna medida concreta como en el pasado Consejo Europeo del 22 y 23 de junio.

Ahora Merkel anuncia una gran operación de apoyo al desarrollo de África, que debería ser el gran tema del G 20 de Hamburgo. Pero, esa imprescindible política es a largo plazo, y ¿mientras tanto que hacemos?.

Pues de momento nada. Italia ha pedido a sus socios europeos que acojan en sus puertos de algunos de los barcos rescatados, es decir que se hagan cargo de los emigrantes que trasportaban. Pero en la reunión de Tallin de esta semana , solo consiguió buenas palabras y el consejo de no seguir planteando una cuestión tan embarazosa.

Francia y España se han negado rotundamente a abrir sus puertos. Y lo que es peor, Austria ha amenazado con enviar tropas a la frontera italiana para detener a los emigrantes si se produjera una avalancha como las de los pasados veranos en los Balcanes. No es extraño que mi amigo Enrico Letta, ex primer ministro italiano y presidente del Instituto Europeo de Jacques Delors,  haya usado su tweet para preguntase dolorosamente “¿Es posible que Francia, España y Austria no se dan cuenta el daño irreparable causado por sus acciones?”

Y en efecto, la situación que se está creando puede cambiar la percepción que los italianos tienen de la UE y abrir el camino hacia un “Italibrexit”. Italia alberga casi 200.000 demandantes de asilo, el doble que Francia. Me cuentan que en Calabria la gente empieza a revolverse contra, no ya  de los emigrantes, sino de las ONG que los salvan y los cuidan en los centros de acogida. Quizás cosas así hayan influido en que Italia sea ahora uno de los países más euroescéptico y en que el 45% de los italianos crea que el futuro de su país sería mejor fuera de la UE. Una proporción enorme y en rápido crecimiento.

Europa debería mirar de frente a ese problema y no dejar solos a los que están en primera línea, que ayer fueron los griegos, hoy los italianos y mañana podemos ser nosotros. Porque no es algo coyuntural, provocado por una guerra, es el reflejo de una tendencia de fondo que tiene profundas raíces económicas y demográficas. Según las previsiones de ONU, en el 2050 Nigeria será el tercer país más poblado del mundo, superando a Estados Unidos. Solo una Europa unida puede hacer frente a problemas de este tipo y buscar una forma de canalizar políticas masivas de desarrollo que detengan en origen el flujo de emigrantes.  Y mientras tanto, a organizar la forma de hacer frente solidariamente a los flujos migratorios.

Claro que para esto, sus Estados miembros deberían sentirse solidarios y actuar en consecuencia. Estos días hemos demostrado, dejando  Italia sola frente al problema, que no es así. Veremos que nos depara un verano que puede ser cruel en el Mediterráneo.

Y mientras tanto en una Hamburgo sitiada por centenares de miles de manifestantes, con escenas que nos recuerdan las manifestaciones violentas de Seattle contra la globalización, empieza el G-20, la reunión de los 20 países más ricos de la Tierra, que promete ser la más difícil desde que se iniciaron en el 2008, con grandes desacuerdos en materia de comercio y de cambio climático.

La anfitriona Merkel está en plena campaña electoral. Y por eso demostrara frente a Trump una especial firmeza. De entrada en su programa electoral le califica del “principal socio” que tiene Alemania. Pero  los analistas no han dejado de observar que en el programa de las elecciones del 2013 se hablaba de esa relación en términos mucho mas elogiosos, calificando a los EE.UU “el amigo y el principal socio de Alemania fuera de Europa”. La palabra amigo ha desaparecido, y puede que no sea por causalidad.

En sus entrevistas previas a la cumbre Merkel se ha expresado de forma muy critica con Trump. El presidente americano lo tiene bien merecido, que antes de llegar a Hamburgo ya había pasado por Polonia para malmeterla contra la UE, y que se acude a la reunión después de haber roto el acuerdo climático de Paris.

Merkel, líder de un país que ha encontrado un ventajoso puesto en la globalización, partidario de las aperturas comerciales y que se ha empeñado en una ambiciosa política de desarrollo de las energías renovables, tiene una visión completamente distinta de la de Trump de lo que significan la globalización y los grandes desafíos globales a los que se enfrenta la Humanidad. Para ella la globalización es , o debe y puede ser, un proceso win-win, en el que todos ganan, mientras que Trump lo concibe como uno en el que algunos países ganan, entre ellos China y Alemania, y otros pierden , EE.UU fundamentalmente, de forma estructural e inevitable.

A pesar de este desacuerdo básico, como anfitriona que es, Merkel se empeñara en que la reunión permita alcanzar alguna clase de acuerdo. Pero no nos engañemos, Trump no será la única voz discordante, es seguro que Arabia Saudita y Turquía, dos países muy dependientes de sus recursos fósiles, aprovecharán la posición americana para reabrir las discusiones de la Cop21 de Paris.

Las discusiones sobre temas comerciales también prometen ser duras. Y aquí Europa querrá reiterar la voluntad de luchar contra el proteccionismo y para ello la UE ha concluido oportunamente, antes de que se abriera el G-20, el acuerdo de libre comercio con Japón. Y este es mucho más importante, por la dimensión de los firmantes, que el Ceta con Canadá que últimamente ha tenido gran notoriedad. 

La UE tiene sin duda un gran papel en la regulación de la globalización , como lo ha tenido y lo tiene en la lucha contra el cambio climático. No puede dejar que China le arrebate el liderazgo en ninguno de esos grandes problemas. Pero también debe atender a las preocupaciones que manifiestan sus opiniones públicas sobre las consecuencias de una apertura mal regulada y en la que muy posiblemente no hemos exigido a los demás las contrapartidas necesarias para evitar los dumpings sociales y fiscales.



(*) Ex presidente del Parlamento Europeo

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