La semana pasada, más de 12 000 personas han sido rescatadas de su
naufragio cuando se dirigían desde las costas africanas a las italianas.
Se añaden a las varia decenas de miles rescatadas desde enero y que se
estima que llegaran a 200.000 a final del año.
Según la Organización Internacional para la Emigración, en lo que
va de año 83.928 personas han llegado a Europa por mar, de ellas 71.978
han llegado a Italia después de pasar por Libia. Y al menos 2.018 han
muerto ahogados en su intento.
Este verano promete pues ser otro verano difícil desde el punto de
vista de los flujos migratorios que toman al asalto las fronteras de
Europa. No por Grecia, porque la ruta del Este, por los Balcanes , por
la que pasaron cientos de miles de refugiados en el 2015 y el 2016, está
bloqueado por el acuerdo entre la UE y Turquía, que ha resistido a
pesar de todos los problemas que plantea. La ruta del Oeste , entre
Marruecos y España también está relativamente cerrada. Pero por el
Mediterráneo central, por donde discurren las rutas que van desde Libia a
Italia, el tráfico esta aumentando y presagiando un verano terrible.
Italia está sola en primera línea, como en 2014, 2015 lo estuvo
Grecia. Pero ahora ya no son básicamente buscadores de asilo los que
huyen de la guerra de Siria. La proporción de los emigrantes
“económicos”, procedentes particularmente del África subsahariana, es
mucho mayor que la de refugiados procedentes de zonas en guerra. En el
2016, los sirios eran los más numerosos entre los que intentaban cruzar
Mediterráneo, hoy son los nigerianos los que tratan de llegar a Italia
desde Libia. Y Libia no es Turquía, allí no hay ningún Erdogan con quien
llegar a un acuerdo para pararlos.
Y me temo que de nuevo Europa demostrara su desunión y su impotencia,
dejando sola a Italia para que se las apañe como pueda. Con razón se
dice que desde el gesto generoso de Merkel abriendo sus fronteras,
Europa se ha replegado en una política del avestruz. De no querer ver el
problema, de retirarlo incluso del orden del día de reuniones como la
del G-7 en Taormina en mayo pasado, o de no tomar ninguna medida
concreta como en el pasado Consejo Europeo del 22 y 23 de junio.
Ahora Merkel anuncia una gran operación de apoyo al desarrollo de
África, que debería ser el gran tema del G 20 de Hamburgo. Pero, esa
imprescindible política es a largo plazo, y ¿mientras tanto que
hacemos?.
Pues de momento nada. Italia ha pedido a sus socios europeos que
acojan en sus puertos de algunos de los barcos rescatados, es decir que
se hagan cargo de los emigrantes que trasportaban. Pero en la reunión de
Tallin de esta semana , solo consiguió buenas palabras y el consejo de
no seguir planteando una cuestión tan embarazosa.
Francia y España se han negado rotundamente a abrir sus puertos. Y lo
que es peor, Austria ha amenazado con enviar tropas a la frontera
italiana para detener a los emigrantes si se produjera una avalancha
como las de los pasados veranos en los Balcanes. No es extraño que mi
amigo Enrico Letta, ex primer ministro italiano y presidente del
Instituto Europeo de Jacques Delors, haya usado su tweet para
preguntase dolorosamente “¿Es posible que Francia, España y Austria no
se dan cuenta el daño irreparable causado por sus acciones?”
Y en efecto, la situación que se está creando puede cambiar la
percepción que los italianos tienen de la UE y abrir el camino hacia un
“Italibrexit”. Italia alberga casi 200.000 demandantes de asilo, el
doble que Francia. Me cuentan que en Calabria la gente empieza a
revolverse contra, no ya de los emigrantes, sino de las ONG que los
salvan y los cuidan en los centros de acogida. Quizás cosas así hayan
influido en que Italia sea ahora uno de los países más euroescéptico y
en que el 45% de los italianos crea que el futuro de su país sería mejor
fuera de la UE. Una proporción enorme y en rápido crecimiento.
Europa debería mirar de frente a ese problema y no dejar solos a los
que están en primera línea, que ayer fueron los griegos, hoy los
italianos y mañana podemos ser nosotros. Porque no es algo coyuntural,
provocado por una guerra, es el reflejo de una tendencia de fondo que
tiene profundas raíces económicas y demográficas. Según las previsiones
de ONU, en el 2050 Nigeria será el tercer país más poblado del mundo,
superando a Estados Unidos. Solo una Europa unida puede hacer frente a
problemas de este tipo y buscar una forma de canalizar políticas masivas
de desarrollo que detengan en origen el flujo de emigrantes. Y
mientras tanto, a organizar la forma de hacer frente solidariamente a
los flujos migratorios.
Claro que para esto, sus Estados miembros deberían sentirse
solidarios y actuar en consecuencia. Estos días hemos demostrado,
dejando Italia sola frente al problema, que no es así. Veremos que nos
depara un verano que puede ser cruel en el Mediterráneo.
Y mientras tanto en una Hamburgo sitiada por centenares de miles de
manifestantes, con escenas que nos recuerdan las manifestaciones
violentas de Seattle contra la globalización, empieza el G-20, la
reunión de los 20 países más ricos de la Tierra, que promete ser la más
difícil desde que se iniciaron en el 2008, con grandes desacuerdos en
materia de comercio y de cambio climático.
La anfitriona Merkel está en plena campaña electoral. Y por eso
demostrara frente a Trump una especial firmeza. De entrada en su
programa electoral le califica del “principal socio” que tiene Alemania.
Pero los analistas no han dejado de observar que en el programa de las
elecciones del 2013 se hablaba de esa relación en términos mucho mas
elogiosos, calificando a los EE.UU “el amigo y el principal socio de
Alemania fuera de Europa”. La palabra amigo ha desaparecido, y puede que
no sea por causalidad.
En sus entrevistas previas a la cumbre Merkel se ha expresado de
forma muy critica con Trump. El presidente americano lo tiene bien
merecido, que antes de llegar a Hamburgo ya había pasado por Polonia
para malmeterla contra la UE, y que se acude a la reunión después de
haber roto el acuerdo climático de Paris.
Merkel, líder de un país que ha encontrado un ventajoso puesto en la
globalización, partidario de las aperturas comerciales y que se ha
empeñado en una ambiciosa política de desarrollo de las energías
renovables, tiene una visión completamente distinta de la de Trump de lo
que significan la globalización y los grandes desafíos globales a los
que se enfrenta la Humanidad. Para ella la globalización es , o debe y
puede ser, un proceso win-win, en el que todos ganan, mientras que Trump
lo concibe como uno en el que algunos países ganan, entre ellos China y
Alemania, y otros pierden , EE.UU fundamentalmente, de forma
estructural e inevitable.
A pesar de este desacuerdo básico, como anfitriona que es, Merkel se
empeñara en que la reunión permita alcanzar alguna clase de acuerdo.
Pero no nos engañemos, Trump no será la única voz discordante, es seguro
que Arabia Saudita y Turquía, dos países muy dependientes de sus
recursos fósiles, aprovecharán la posición americana para reabrir las
discusiones de la Cop21 de Paris.
Las discusiones sobre temas comerciales también prometen ser duras. Y
aquí Europa querrá reiterar la voluntad de luchar contra el
proteccionismo y para ello la UE ha concluido oportunamente, antes de
que se abriera el G-20, el acuerdo de libre comercio con Japón. Y este
es mucho más importante, por la dimensión de los firmantes, que el Ceta
con Canadá que últimamente ha tenido gran notoriedad.
La UE tiene sin
duda un gran papel en la regulación de la globalización , como lo ha
tenido y lo tiene en la lucha contra el cambio climático. No puede dejar
que China le arrebate el liderazgo en ninguno de esos grandes
problemas. Pero también debe atender a las preocupaciones que
manifiestan sus opiniones públicas sobre las consecuencias de una
apertura mal regulada y en la que muy posiblemente no hemos exigido a
los demás las contrapartidas necesarias para evitar los dumpings
sociales y fiscales.
(*) Ex presidente del Parlamento Europeo
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