WASHINGTON.- Hace exactamente un año,
la vida del gobernador de Indiana, Mike Pence, dio un giro radical en la
escena internacional cuando Donald Trump lo escogió para ser su
vicepresidente.
Hoy es la persona que más cerca está de la
presidencia estadounidense, ya sea por sustituir de forma automática a
Trump en caso de que renuncie o por ser su sucesor natural en 2020 o
2024.
Todo le diferencia del empresario que cimentó su fortuna en
el sector inmobiliario y ahora ocupa la Casa Blanca: es un héroe para
los ultraconservadores cristianos y es totalmente recto y disciplinado.
Su seriedad y su constancia le han convertido en una de
las figuras clave que hay actualmente en Washington y goza del respeto
de los congresistas republicanos, bastante confundidos por las formas de
Trump para mandar.
Casi todas las semanas va al Congreso para tranquilizar a los legisladores ante los tumbos que da el gobierno.
En abril, también se fue de gira por Asia para calmar a los aliados de Estados Unidos.
Y desde hace meses también trata de unir a su partido, ante la división que ha provocado la reforma sanitaria.
Tal
y como lo describió recientemente el diario Daily Beast, Pence es el
martillo preparado para romper el cristal en caso de emergencia.
"Estar
presente, tener una cara que dice 'Estoy aquí, todo va bien' es la
misión de Pence", cuenta Michael Munger, profesor de Ciencias
Políticas en la Universidad de Duke.
"Ser el vicepresidente del presidente Donald Trump es el mayor honor de mi vida", reivindicó hace poco.
Pence, de 58 años, demuestra una lealtad inquebrantable por el hombre que lo sacó del anonimato.
El
periódico The New York Times informó de que dos de sus colaboradores
más cercanos crearon en mayo un comité de acción política, un PAC como
se conoce en Washington. Estas plataformas recaudan dinero y pueden ser
muy útiles para financiar eventuales candidaturas.
El
vicepresidente también ha comenzado a celebrar cenas con donantes
republicanos en su residencia oficial, el Observatorio Naval, relaciones
que le podrían servir de mucho en un futuro.
Las
investigaciones sobre la presunta injerencia de Rusia en la campaña
electoral de Trump están debilitando al mandatario. Un grupo de
demócratas ha pedido incluso su destitución.
Este escenario está
muy lejos mientras los republicanos sigan apoyando al multimillonario.
Pero la tormenta rusa no deja de caer sobre la Casa Blanca y muchos
temen ya las conclusiones a las que llegue el fiscal especial del caso,
Robert Mueller.
En caso de destitución, Pence se convertiría en el
décimo vicepresidente de la historia que llega a lo más alto del poder
sin ganar unos comicios. El último fue Gerald Ford en 1974, tras la
renuncia de Richard Nixon.
Pence ha tomado la precaución esta
semana de distanciarse del hijo mayor de Trump, Donald Jr., que se
reunió el año pasado en plena campaña con una abogada rusa para que le
facilitara información comprometedora sobre Hillary Clinton, la
candidata demócrata.
Pero no está del todo protegido de este
asunto. Mientras dirigió el equipo de transición presidencial a finales
de año, se dejó engañar por Michael Flynn, uno de los consejeros del
mandatario, sobre una parte de sus conversaciones con el embajador ruso
en Estados Unidos.
Su credibilidad también se vio afectada después
de que Donald Jr. revelara su entrevista con la abogada rusa, porque
garantizó públicamente que no hubo contactos con Rusia durante la
campaña.
"Se ha mostrado muy leal", señala Paul Beck, politólogo en la Universidad Estatal de Ohio.
"Pero
si la polémica sobre Rusia se transforma en un problema serio para la
administración Trump, Pence estará atrapado, como el resto del equipo",
sostiene.
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