KINSHASA.- Kivu, región del este de la República Democrática del Congo (RDC), sigue inmersa en varios conflictos olvidados, nacidos como consecuencia del genocidio en Ruanda y por la abundancia de coltán, el cotizado mineral indispensable para fabricar teléfonos móviles.
El sábado, al menos 16 personas, 12 de
ellas civiles, murieron en Beni (Kivu del Norte) en un ataque atribuido
a uno de los grupos armados más agresivos de la región, las Fuerzas de
Defensa Aliadas (ADF), de origen ugandés.
Aunque la violencia no siempre es tan mortífera, sí es
casi diaria. El Grupo de Estudios sobre Congo de la Universidad de Nueva
York registró 134 grupos armados activos en Kivu del Norte y Kivu del
Sur, una región cuyo recurso mineral, el coltán, alimenta el tráfico de
las milicias desde hace 25 años.
Ante la cercanía de las
elecciones presidenciales, legislativas y provinciales del 23 de
diciembre, la seguridad en la región se ha visto "perturbada por ataques
múltiples contra las fuerzas gubernamentales", subraya la Monusco, la
Misión de Naciones Unidas en el Congo, que cuenta con unos 16.000
efectivos.
En las dos provincias, fronterizas con Uganda, Ruanda,
Burundi y Tanzania, los civiles son los que más sufren, con tomas de
rehenes, asesinatos, saqueos e incendios de localidades, a lo que se
añaden las violaciones y mutilaciones en el caso de mujeres y niños.
Los
conflictos en Kivu rara vez aparecen en la tapa de la prensa
internacional, salvo cuando hay picos de violencia, como la masacre de
15 Cascos azules tanzanos en diciembre.
"La comunidad
internacional olvida o minimiza deliberadamente el conflicto", lamenta
Omar Kavota, director del Centro de Estudios para la Paz, la Democracia y
los Derechos Humanos, una oenegé basada en Kivu del Norte.
Los
problemas comenzaron en Kivu en 1994, cuando cientos de miles de hutus
ruandeses se refugiaron en el este del antiguo Zaire tras el genocidio
de los tutsis y las matanzas de los hutus moderados (800.000 muertos), y
la contraofensiva victoriosa de la rebelión tutsi del Frente Patriótico
Ruandés, llegado desde Uganda.
En mayo de 1997, el nuevo hombre
fuerte en Ruanda, el tutsi Paul Kagame, apoyó la rebelión congoleña de
Laurent-Désiré Kabila para derrocar al mariscal Mobutu. De paso, los
hombres de Kagame saldaron cuentas con los hutus refugiados en Congo,
entre los que había autores del genocidio pero, sobre todo, civiles.
"Durante
el avance de las fuerzas de invasión calculamos que se masacró a entre
200.000 y 300.000 refugiados hutu", señala el autor belga David Van
Reybrouck en su trabajo "Congo, une histoire".
Entretanto, la
nueva República Democrática del Congo se sumergió en dos guerras entre
1996 y 2003 que se estima provocaron millones de muertos.
Estas
guerras coincidieron con la explosión de la industria de los celulares.
Muchos informes calificaron al coltán de "mineral sangriento", que
alimenta a los grupos armados y la violencia en Kivu.
Durante la
segunda guerra de Congo (1998-2003), numerosos grupos de autodefensa
congoleños fueron armados por el poder para combatir a los invasores
ugandeses o ruandeses. Algunos nunca se desarmaron.
Un cuarto de
siglo después, Ruanda y Uganda ya no intervienen directamente en
territorio congoleño, y el número de víctimas cambió de escala. Pero la
violencia y la inestabilidad amenazan la vida de millones de congoleños
en esta región.
En agosto, el Grupo de Estudios sobre Congo
registró 49 muertes violentas, 103 secuestros y 32 enfrentamientos entre
beligerantes.
Históricamente opuesto al régimen del presidente
ugandés, Yoweri Museveni, las ADP masacraron a cientos de personas en la
región de Beni desde 2014, sin una reivindicación precisa.
Las
Fuerzas de Liberación de Ruanda (de inspiración hutu ruandesa) y los
diversos grupos de congoleños hutus, nande o hundu, son acusados con
regularidad de atacar a civiles o a las fuerzas armadas.
Desde 1999, la Monusco intenta apagar junto al ejército los múltiples fuegos del polvorín que es Kivu.
La
Monusco fue abiertamente criticada a principios de año por el
presidente congoleño, Joseph Kabila, por su ineficacia frente a los
grupos armados en esta guerra "asimétrica".
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