PARÍS.- El anuncio este sábado de
un acuerdo preliminar entre la Santa Sede y Pekín supone un giro para
los aproximadamente 12 millones de católicos chinos, divididos entre una
Iglesia "patriótica", supeditada a las autoridades, y una clandestina,
fiel a Roma.
El acuerdo abarca únicamente el aspecto religioso,
concretamente el nombramiento de obispos, y no significa un
restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre el Vaticano y
China, rotas desde 1951.
El Vaticano forma parte de los 17 Estados del mundo que
reconocen al gobierno de Taiwán, la isla gobernada por un régimen rival
al de Pekín desde 1949 pero cuya soberanía reivindica esta última.
Desde
la elección del papa Francisco se reanudaron negociaciones entre las
dos partes sobre el espinoso tema del nombramiento de los obispos,
algunos de ellos designados por las autoridades chinas sin ser
reconocidos por Roma.
El catolicismo se arraigó en China a partir
del siglo XVI con la presencia de misioneros jesuitas, sobre todo del
italiano Matteo Ricci (1552-1610). Los jesuitas supieron adaptar el
cristianismo a la civilización china y el propio Matteo Ricci adoptó un
nombre chino, Li Madou.
En 1951, China rompió con la Santa Sede
que acababa de reconocer a Taiwán, adonde había huido el nuncio
apostólico. Los comunistas chinos lo tomaron como una herejía porque
consideran que este territorio es una provincia rebelde que debe volver a
formar parte de la madre patria.
La verdadera ruptura llegó sin
embargo el 15 de julio de 1957, cuando el régimen comunista creó una
Iglesia católica patriótica ("Asociación Católica Patriótica de China").
Después
de las persecuciones de la Revolución Cultural (1966-1976) contra todos
los creyentes, los católicos de la Iglesia clandestina aprovecharon los
años 1980 -comienzo de la apertura y de las reformas económicas- para
reforzarse y en algunas diócesis se establecieron vínculos entre las dos
Iglesias.
En los últimos años las autoridades chinas
intensificaron la represión contra las comunidades cristianas retirando
las cruces de los campanarios, cerrando y destruyendo iglesias o
prohibiendo la asistencia de niños y adolescentes a misa.
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