sábado, 22 de septiembre de 2018

La relación tumultuosa entre China y el catolicismo

PARÍS.- El anuncio este sábado de un acuerdo preliminar entre la Santa Sede y Pekín supone un giro para los aproximadamente 12 millones de católicos chinos, divididos entre una Iglesia "patriótica", supeditada a las autoridades, y una clandestina, fiel a Roma.

El acuerdo abarca únicamente el aspecto religioso, concretamente el nombramiento de obispos, y no significa un restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre el Vaticano y China, rotas desde 1951.
El Vaticano forma parte de los 17 Estados del mundo que reconocen al gobierno de Taiwán, la isla gobernada por un régimen rival al de Pekín desde 1949 pero cuya soberanía reivindica esta última.
Desde la elección del papa Francisco se reanudaron negociaciones entre las dos partes sobre el espinoso tema del nombramiento de los obispos, algunos de ellos designados por las autoridades chinas sin ser reconocidos por Roma.
El catolicismo se arraigó en China a partir del siglo XVI con la presencia de misioneros jesuitas, sobre todo del italiano Matteo Ricci (1552-1610). Los jesuitas supieron adaptar el cristianismo a la civilización china y el propio Matteo Ricci adoptó un nombre chino, Li Madou.
En 1951, China rompió con la Santa Sede que acababa de reconocer a Taiwán, adonde había huido el nuncio apostólico. Los comunistas chinos lo tomaron como una herejía porque consideran que este territorio es una provincia rebelde que debe volver a formar parte de la madre patria.
La verdadera ruptura llegó sin embargo el 15 de julio de 1957, cuando el régimen comunista creó una Iglesia católica patriótica ("Asociación Católica Patriótica de China").
Después de las persecuciones de la Revolución Cultural (1966-1976) contra todos los creyentes, los católicos de la Iglesia clandestina aprovecharon los años 1980 -comienzo de la apertura y de las reformas económicas- para reforzarse y en algunas diócesis se establecieron vínculos entre las dos Iglesias.
En los últimos años las autoridades chinas intensificaron la represión contra las comunidades cristianas retirando las cruces de los campanarios, cerrando y destruyendo iglesias o prohibiendo la asistencia de niños y adolescentes a misa.

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