Visto desde fuera, al Reino de Arabia Saudíse le ve como a una de sus
mujeres, es decir, con la cara oculta. Por mucho que veamos en la
prensa imágenes del anciano rey Salman, a menudo en compañía de algunos
de sus hijos, todos siempre impecablemente ataviados al estilo árabe, se
nos escapa la realidad de este país que se esconde detrás del tupido velo impuesto por el wahabismo.
Cuando Salmán bin Abdulaziz accedió al trono en enero de 2015,
los 80 años recién cumplidos, tuvo que vérselas con la caída de los
precios del petróleo agravada por la autosuficiencia energética recién
alcanzada por Estados Unidos gracias al fracking, la controvertida
extracción de petróleo esquisto.
Consciente de lo difícil que lo iba a
tener a la hora de hacer frente a algunos de los múltiples problemas que
le pedían a gritos una solución, máxime con los ingresos por la venta
de petróleo en constante descenso, aupó el nuevo rey a su joven y poco
conocido hijo Mohamed bin Salmán (MBS), nombrándole ministro de Defensa y, extraoficialmente, gobernante de facto del reino.
La juventud de MBS y sus conocimientos de las costumbres
occidentales hacían pensar que se iniciaba en Arabia Saudí una nueva era
bastante más permisiva y abierta. Y puesto que dos tercios de la
población tienen menos de 30 años o que el 75% es usuario habitual de las redes sociales,
no era de extrañar que una de las primeras medidas tomadas por MBS
fuera la de conceder a las mujeres -¡que a fin de cuentas representan
más de la mitad de la población del mayor productor de petróleo del
mundo!- la libertad no sólo de sacar el carnet de conducir sino de
conducir, que no es lo mismo.
Ahora bien, en un Estado tan opresor es fácil interpretar como
magnánimo cualquier gesto de abertura por nimio que sea. El último cine
cerró las puestas en 1970, pero el acceso masivo a internet justifica
que ahora se ponga fin a semejante prohibición. De hecho, MBS ha
destinado 5.000 millones de dólares al incipiente sector de entretenimiento
que contempla la construcción de parques temáticos y ‘resorts’ en
algunas de las bellísimas islas aún vírgenes que posee Arabia en el mar
Rojo. Ya se ha inaugurado una nueva sala de cine que admite la entrada
tanto a hombres como a mujeres; también se ha proyectado la construcción
de un teatro de ópera.
Los saudíes tendrán mucho
dinero pero escasas oportunidades para disfrutarlo, como no sea en el
extranjero. Marruecos o Marbella han sido dos de los destinos
predilectos de la realeza saudí, pero más cerca de casa están Beirut y
Dubái,
donde pueden beber como cosacos y las mujeres disfrutar de una serie de
libertades desconocidas en Arabia. Necesitado de más ingresos, lo que
pretende MBS es que sus acaudalados súbditos se gasten sus petrodólares
en casa.
Pero quizá el espeluznante asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi
aborte estos planes de abertura y la promesa de mayores libertades para
su pueblo puestos en marcha por MBS, por mucho que quede al final
desvinculado del crimen. En círculos internacionales ya no se le ve
igual ni a él ni a su país. Dejar que conduzcan las mujeres no esconde
la represión cuasi medieval que sigue rigiendo la vida de las saudíes.
Tampoco lo va a tener tan fácil a hora de comprar armas como si el
mañana no existiera o machacar a Yemen o a las minorías -que son muchas y
no sólo religiosas- que sufren toda clase de persecuciones en Arabia.
Lo que no piensa tolerar MBS es que se le monten en casa una
primavera árabe. Venga de dónde venga, aplastará cualquier intento
contra su autoridad. Hace ahora un año convirtió el Ritz-Carlton de Riad en una cárcel de lujo
para una docena de príncipes y un abultado grupo de ministros y
empresarios, supuestamente por corrupción. La mayoría recobraron la
libertad a cambio de un buen pellizco de su fortuna personal.
El asesinato de Jamal Khashoggi podría incluso hacer peligrar la
alianza anti iraní formada por Arabia, EE UU e Israel. Nunca hay que
perder de vista que el primer viaje oficial al extranjero de Trump fue a
Riad, ciudad que se asfixia bajo los efectos de la construcción a
marchas forzadas de una nueva red de metro, amén de un montón de
rascacielos, en imitación de Dubái.
La Arabia Saudí de MBS es consciente de que algún día se acabará la
bicoca de los pozos de petróleo, y si no se moderniza o continúa
posponiendo por más tiempo la diversificación de la economía, va a haber
jaleo. Se está germinando entre una juventud tan populosa e inquieta un anhelo de cambio
que quizá resulte imparable, incluso para MBS, que tal vez sea coronado
dentro de muy poco su nuevo rey. Será entonces cuando tenga que decidir
si no habrá llegado la hora de quitarse de una vez por todas el velo
que oculta la verdadera cara de su país.
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