No ha desistido y sí, muy al contrario, ha insistido Donald Trump en
subrayar su disidencia del consenso internacional sobre los compartidos
pareceres diplomáticos sobre la paz que hace un siglo se firmó en París
poniendo fin a la Primera Guerra Mundial, desatada en Sarajevo con el
asesinato del Heredero del Imperio Austrohúngaro.
Arrancó el disenso
trumpiano con su expresa oposición a la idea de un Ejército nacional
Europeo como corolario del proceso integrador continental iniciado con
el Tratado de Roma como base jurídica de la Unión Europea. Actitud
orlada con la muy impertinente demanda de que desde esta orilla oriental
de la Alianza Atlántica se reintegrara a Estados Unidos el importe de
los fondos norteamericanos aportados para mantenimiento de la OTAN.
La última disidencia del presidente estadounidense ha sido inhibirse
de la cita para el Foro sobre la Paz, ausentándose de los discursos
sobre Multilateralismo y contra los nacionalismos. Reiterándose en el
“América First”, obvió el acto central de la celebración del Centenario
del Fin de la Primera Guerra Mundial para desplazarse al cementerio de
Suresnes, suburbio parisino donde yacen los restos de 1.500 soldados
americanos caídos en aquella campaña, calificando la visita como ocasión
cumbre de su visita a Francia.
El comportamiento de Trump, en sus acciones y omisiones, presencias y
ausencias, ha monumentalizado, cabe decir, al aire del Centenario del
Armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial, y más allá de toda
otra consideración de tipo analítico, la escala de desprecio que cabe
ante cualquier género de interlocutor dentro de todo ámbito, ocasión o
circunstancia.
Sólo el nacionalismo del plutócrata Donald Trump parece
que sea capaz de elevar la zafiedad, tal como ha reiterado, al aire del
Armisticio suscrito en París hace un siglo, al rango de las bellas
Artes.
(*) Periodista y abogado español
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