La
Cumbre del Clima en Katowice, con 200 países en torno a una misma mesa
de debate, arranca con una brutal asimetría: cuatro Estados disímiles (Federación Rusa y Estados Unidos, Arabia Saudí y Kuwait) contra todos
los demás, endosantes del consenso mundial logrado en París, del que
vino el Informe del IPCC, sintetizado en la conclusión de que para el
fin del presente siglo el incremento anual del CO2 esté situado entre el
1,5 los 2 grados.
Tal es la proporción y distribución cuantitativas de las dos
posturas, que se acompaña, en esquema, de las respectivas acepciones de
cualidad. Arabia Saudí, Kuwait y Federación Rusa, junto a Estados
Unidos, comparten la jerarquía vendedora de CO2 dentro de una acusada
diferenciación interna en lo energético y lo político, en tanto en el
megabloque de la Cumbre, en la que prevalecen compradores, engloba
exportadores de enorme calado como República Islámica de Irán o
Venezuela, mientras que en el contragrupo vendedor, Kuwait no rebasa el
grado de asistente del gigante saudí.
Obviamente, hablando de gigantes, lo que se dibuja es un panorama
poco menos que inquietante. Esa inversión de los paradigmas en
los liderazgos que parece recoger la Norteamérica de Donald Trump, se
resuelve en un encadenamiento de desplantes, que desde su fuga del
Acuerdo sobre el Irán del Programa Nuclear, suscrito por los Miembros
Permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, más Alemania, seguido de
su abandono de los acuerdos en la Cumbre de París sbre el Clima,
suponen tanto como la quiebra de un necesario principio histórico de las
continuidades, los hábitos y las inercias morales propias de los
patrones y métodos definidores de civilización y criterios de cultura.
En el caso de Donald Trump, y a propósito de la Cumbre de Katowice
sobre el Clima y el problema del CO2, consecuente al empleo de los
hidrocarburos, tiene tiene como una significación parabólica; pues el
suyo del actual huésped de la Casa Blanca, corresponde a otra cuestión
climática: la de los patrones morales a que se deben atener los modelos
de conducta de los actores con mayor peso en la escena política de cada
momento.
El clima moral es muy determinante de la escena y de la
práctica política. Todo esto tiene también mucha importancia en el
debate para el Milenio. De ello depende asimismo que el CO2 trumpiano no
contamine el clima moral, la energía vital, del Siglo XXI.
(*) Periodista y abogado español
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