Del 30 de noviembre al 1 de diciembre pasados se reunieron en Buenos
Aires, por decimotercera vez, los líderes del G-20. De paso para la
reunión, el presidente de la República Popular de China, Xi Jinping,
hizo escala en Madrid. De esta visita, lo más notable, según algunos
medios españoles, fueron los acuerdos que se hicieron sobre las uvas y
el jamón ibérico.
Sorprendente noticia cuando China es una potencia que
busca el dominio global, en lo económico y en lo geopolítico; aparte del
dominio militar que ya tiene en el Mar de la China, que se desplaza
hacia el Índico y busca su lugar en el Mediterráneo.
China
es hoy, junto a Estados Unidos, la gran potencia global. En lo
económico, su PIB nominal superará el de Estados Unidos en la próxima
década; cuando ya lo ha hecho su PIB en paridad de poder adquisitivo;
ese índice que suma los bienes y servicios ajustándolos al nivel de
vida.
A la vez que la economía china se transforma con rapidez para
competir en tecnologías avanzadas en los mercados globales, y amplía su
radio de acción económico y político en todos los escenarios
estratégicos del mundo.
Conocido es el dominio económico chino en África
y el Sudeste Asiático; regiones donde acumula unos 600.000 millones de
dólares de inversión, a la vez que se ha convertido, con unos dos
billones de dólares invertidos en más de 180 países, en el segundo
inversor global detrás de Estados Unidos.
China,
además, domina el transporte marítimo mediante la propiedad (o la
gestión) de más de 80 puertos localizados estratégicamente por toda la
geografía mundial, de los que unos diez de ellos tienen uso dual,
comercial y militar a la vez; sin contar las decenas de bases militares
que tiene en atolones en el Sudeste Asiático, o las inversiones que ya
están en marcha para construir la Nueva Ruta de la Seda, por tierra y
por mar, que conectará al 65% de la población mundial.
Unas inversiones que se estiman superiores a los 5 billones y medio
de dólares. Todo ello, sin contar su dominio sobre el dólar, donde el
Banco de la República Popular de China tiene en sus arcas cerca de dos
billones de dólares, que se suman a los casi cuatro billones de dólares
de la deuda emitida por la Reserva Federal americana.
En Europa, la presencia china es también muy relevante, con cerca de
330.000 millones de dólares de inversión; de los que unos 100.000
millones están en el sector energético y en empresas tecnológicas.
España, sin embargo, es un país menor, pues las inversiones chinas en
nuestro país no llegan siquiera a los 8.000 millones de dólares; menos
incluso que las que China ostenta en Portugal.
De ahí que España venga a
ser un interesante enclave geoestratégico para China: como enlace con
Sudamérica, de un lado, y como lugar singular en el Mediterráneo,
incluida la salida de los intereses chinos a través del Estrecho de
Gibraltar hacia América.
No
en vano, China viene mostrando un apetito concreto en la construcción
de una tercera terminal de contenedores en el Puerto de Algeciras, sin
olvidar que, en mayo de este año, la armada china atracó en el puerto de
Valencia con una fragata de misiles y un barco de suministro integral;
mostrando así un interés muy especial por mantener una presencia
concreta en el Mediterráneo.
En esto, y en las conexiones
latinoamericanas, España puede ser un importante aliado. Aspectos que
quedan lejos de los acuerdos sobre las uvas y el jamón ibérico, por muy
relevantes que estos se quieran presentar.
No es extraño entonces que el G-20 haya mostrado en Argentina que
sólo hay dos países con capacidad para una gobernanza global: Estados
Unidos y China. Dos modelos económicos diferentes, que son también
diferentes en su política internacional, ahora que la Administración
americana, con el presidente Trump a la cabeza, mira más al interior que
al exterior; dejando así un espacio con importantes huecos económicos y
geopolíticos que China desarrollará con su habitual pausada estrategia,
lejos de las prisas y los vaivenes de Estados Unidos.
Todo
lo que hace China mira al futuro sin olvidar el presente. Y cuando nos
queramos dar cuenta, su poder estará más extendido de lo que se piensa.
Un futuro, no tan lejano, en el que Europa como realidad geopolítica se
presenta irrelevante. En este escenario, sólo se ven dos contendientes.
Un nuevo G-2, con China y Estados Unidos frente a frente, sin olvidar lo
que, poco a poco, se va conformando como un tercer jugador, no
fundamental en lo económico, pero muy relevante en lo geopolítico. Rusia
es el tercer país en este nuevo escenario G-2.
Ya se ha hecho fuerte en Oriente Medio a través de la absurda guerra
iniciada de Siria, y extiende sus manos por Venezuela, para ponerlas
también en una Europa, otra vez abierta por el Brexit, ya sea en modo de
ciberataques, o mediante su importante dominio energético. Una
fortaleza rusa de la que China también se beneficia en su contienda con
Estados Unidos. Un nuevo mundo que se mueve hacia un G-2 más uno, es
decir, hacia un G-3.
(*) Presidente del Instituto Choiseul España
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