martes, 11 de diciembre de 2018

La contaminación, un negocio al alza en China

PEKÍN.- Desde mascarillas y purificadores de aire para sobrevivir a la polución urbana hasta los filtros para las chimeneas industriales, pasando por la manufactura de equipos para energías renovables, la contaminación china ha abierto un enorme negocio que mueve cientos de miles de millones de dólares.

"El invierno pasado asistimos a un salto en la demanda de esos productos (mascarillas y filtros de aire). Es un negocio de por sí, y eso es solo de consumo civil", asegura el director del Instituto de Asuntos Públicos y Medioambientales de China (IPE, por su acrónimo inglés), Ma Jun.
"Pero, en realidad -apunta Ma-, el mercado para el control de emisiones industriales y de eficiencia es mucho más grande. Estamos hablando de programas de muchos billones de yuanes (miles de millones de dólares o de euros). Hay un mercado mucho más grande".
La Oficina de Estadística de China pone algunas cifras a estas cábalas: solo las relativas a 2016 a la inversión de Pekín en gestión de residuos, infraestructuras verdes y programas de abandono del carbón alcanzaron el equivalente en yuanes a unos 36.500 millones de dólares o 32.000 millones de euros.
Para el experto del IPE, la industria medioambiental es una de las sendas para el crecimiento a explotar en el futuro, aunque buena parte de los nuevos puestos de trabajo en ese campo ya se están generando en China.
La investigadora medioambiental Angel Hsu, profesora de la universidad estadounidense de Yale, concreta que China creó en 2017 un tercio de los llamados "empleos verdes" (puestos de trabajo relacionados con la industria medioambiental) de todo el mundo.
De hecho, la inversión de Pekín en energías renovables en 2017 fue de largo la mayor del mundo, con 126.600 millones de dólares (unos 112.000 millones de euros) destinados a esa industria, según un informe publicado en abril de este año por el Programa de la ONU para el Medio Ambiente.
Aunque desde Greenpeace alertan de que sería erróneo suponer que la producción china de, por ejemplo, paneles solares o vehículos eléctricos se manufactura en fábricas alimentadas por energía renovable, debido a la omnipresencia del carbón, fuente de energía con una cuota todavía de en torno al 60 % en el país asiático.
El analista del departamento de investigación de Contaminación Mundial del Aire de Greenpeace Lauri Myllyvirta sí concede que "en cuestiones de cumplimiento de la legislación medioambiental, en particular del aire, ha habido grandes progresos en los últimos cinco años y eso es alentador".
Sin embargo, el negocio está también del lado de quienes tratan de saltarse los controles establecidos por Pekín, más frecuentes y férreos desde que, en agosto de 2017, el entonces denominado Ministerio de Protección Medioambiental se comprometiera a una reducción de un 15 % de las partículas más contaminantes en un año.
A mediados del año pasado, el citado ministerio envió un "ejército" de 5.600 inspectores medioambientales a Pekín, Tianjin y otras 26 ciudades chinas en el norte y el centro de China, las principales zonas contaminantes y contaminadas, a fin de hacer valer las regulaciones de vertidos en los suelos, el agua y el aire.
Pero varios de ellos han salido magullados de estas inspecciones, ya que, en un país que produce casi dos tercios de su energía gracias al carbón, también hay muchos intereses en que nada cambie.
A principios de mes, por ejemplo, dos hombres fueron detenidos por su supuesta relación con la muerte en un accidente de tráfico de un inspector medioambiental en la provincia oriental de Zhejiang, con cuyo coche chocaron los sospechosos.
El pasado mes de agosto, varios inspectores fueron rodeados, vejados y apaleados por varios obreros cuando inspeccionaban una obra en la provincia central de Shaanxi, mientras que, en marzo de 2017, el dueño de una fábrica dio una paliza a cuatro inspectores de la provincia de Anhui, en el este.
Pekín, no obstante, parece apostar de manera firme por el negocio "verde" y el cielo azul: el mes pasado calificó cualquier intentona de gobiernos locales o de empresas chinas por tapar sus violaciones de la legislación medioambiental como "una soberana estupidez" destinada al fracaso.

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