En tiempos de agitación política, los acontecimientos pueden pasar de lo
imposible a lo inevitable, sin siquiera pasar por lo improbable. A
principios de 2016, la idea de que Reino Unido abandonara la Unión
Europea parecía casi tan absurda como que el próximo presidente
estadounidense fuera Donald Trump, el empresario seis veces arruinado y
depredador sexual en serie.
Unos meses más tarde, el Brexit y la
presidencia de Trump fueron reconocidos universalmente como la
consecuencia inevitable de una reacción antielitista y antiglobalización
que era previsible hace décadas.
Esta sensación de inevitabilidad, mucho más que una auténtica
convicción antieuropea, es lo que ha disuadido a Reino Unido de cambiar
de opinión sobre una política inútil y autodestructiva, de la que pocos
votantes se preocuparon hasta 2016. El mensaje de las encuestas y los
grupos de presión posteriores a la salida ha sido: "Todos sabemos que el
Brexit tiene que pasar, así que ¿por qué no se ponen manos a la obra
los políticos?"
Pero con el proceso del Brexit en su clímax, otro acontecimiento está
pasando de ser imposible a ser inevitable: Londres podría cambiar
pronto de opinión y decidir quedarse en la UE. Esta inversión de la
fortuna podría comenzar el mes que viene, cuando se espera que la
primera ministra Theresa May pierda el decisivo voto parlamentario sobre
su acuerdo.
Cuando esta derrota ocurra, May se enfrentará a dos opciones
desagradables. Podría conducir una ruptura del estilo no deal con Europa
-equivalente a una declaración de guerra económica contra la UE- y
arriesgarse a una crisis económica al nivel de 2008, acompañada de una
agitación fronteriza en Irlanda que podría reavivar los problemas. O
podría romper sus extravagantes promesas de honrar el "mandato del
pueblo" del referéndum de 2016 y permitir un nuevo voto popular que
podría cancelar el Brexit.
Para evitar esta ingrata elección, May podría intentar por última vez
presentar sus propuestas ante el Parlamento tras perder la votación
prevista para la semana del 14 de enero. Pero si este esfuerzo
desesperado fracasa, sus opciones se reducirán a una ruptura sin acuerdo
con Europa o un nuevo referéndum.
Con las opciones así de reducidas, los riesgos y sacrificios del
"horror", tal como los principales grupos de presión empresariales
británicos describen ahora públicamente el no deal, se centrarán
rápidamente, y una mayoría parlamentaria bipartidista seguramente
convergerá para bloquear este resultado. Varios diputados conservadores
ya han prometido dimitir si May pasa a apoyar una salida sin acuerdo, y
los números de rebeldes podrían aumentar lo suficiente como para
derrocar su Gobierno.
A medida que se hace evidente la imposibilidad de legislar sin
acuerdo o con el acuerdo de May, el aura de inevitabilidad que ha
protegido al Brexit de serios desafíos desde 2016 está desapareciendo, y
pronto la sensación de inevitabilidad puede cambiar a favor de un nuevo
referéndum.
Este cambio ya ha comenzado en los medios de comunicación
británicos. Después de haber pasado los últimos dos años denunciando a
cualquiera que desafiara el Brexit y acusándoles de "enemigos del
pueblo" y traidores a la democracia, la BBC, The Times y otros
influyentes medios de comunicación han recordado, de repente, que un
principio esencial de la democracia es que los votantes tienen derecho a
cambiar de opinión.
La imposibilidad de legislar sin acuerdo o con el acuerdo de May aboca a un nuevo referéndum.
Pero justo cuando las objeciones a un nuevo referéndum están
desapareciendo, ha surgido un problema mucho más práctico: ¿Qué pregunta
debería hacerse en un "voto popular" final? ¿Deberían los votantes
elegir entre permanecer en la UE o aceptar el acuerdo de retirada de
May? ¿O las opciones deberían ser no Brexit versus no deal? ¿O qué hay
de la elección más estrecha entre el acuerdo de May o una salida sin
acuerdo, exigida por los fanáticos del Brexit que argumentan que la
posibilidad de continuar en la UE fue eliminada por el referéndum de
2016?
La respuesta obvia sería presentar a los votantes las tres opciones:
no deal, May's deal o no Brexit. Pero entonces surge el problema de cómo
se deben contar los votos si ninguna de estas opciones tiene una clara
mayoría. Bajo el sistema de first-past-the-post, utilizado en las
elecciones británicas y estadounidenses, ganaría la opción apoyada por
la mayoría de los votos. Pero eso sería completamente inaceptable para
los partidarios del Brexit, que tendrían la garantía de perder si sus
votantes estuvieran divididos entre el acuerdo de May y la ausencia de
acuerdo.
Así, para ganar legitimidad democrática, los votos tendrían que ser
contados ya sea a través de un sistema preferencial, que pide a los
votantes la primera y segunda opción, o con un proceso de dos etapas.
Por ejemplo, la papeleta podría pedir primero a los votantes que digan
si aceptan la propuesta Brexit del Gobierno, y luego que respondan a una
segunda pregunta condicional: Si el acuerdo del Gobierno no obtiene el
apoyo de la mayoría, ¿preferiría usted que no hubiera acuerdo o que
permaneciera en la Unión Europea? Alternativamente, se podría preguntar a
los votantes, en primer lugar, si quieren permanecer en la UE o seguir
adelante con el Brexit, y luego, en caso de que el Brexit gane, si
prefieren el May's Deal o el No Deal.
La mayor objeción a un segundo referéndum es que los diferentes
sistemas de recuento podrían dar resultados muy diferentes, al menos en
teoría, socavando así la legitimidad de todo el proceso. Pero esta
objeción resulta teóricamente válida sólo si la opinión pública se
divide equitativamente entre los tres posibles resultados. En la
práctica, la opinión parece estar cambiando, al punto en que es probable
que las respuestas sean claras, independientemente de cómo se formulen
las preguntas.
En la primera encuesta detallada sobre las tres opciones del
Brexit, realizada por YouGov a principios de diciembre, una votación
estándar daba una mayoría absoluta del 54% a permanecer en la UE, contra
un 28% de apoyo al no deal y un 18% al acuerdo de May. En una simple
elección en contra del acuerdo de May, la mayoría de votos a favor de
permanecer sería aún mayor, con un 62%.
Y en un recuento de votos
preferenciales, que redistribuyó las segundas preferencias de los
partidarios de May, la permanencia seguiría ganando por un margen
decisivo del 57% frente al 43%.
Por supuesto, los votantes podrían cambiar de opinión en una campaña
de referéndum. Pero tal y como están las cosas hoy en día, un nuevo
referéndum produciría una clara mayoría para que Reino Unido siga siendo
miembro de la UE, independientemente de cómo se cuenten los votos o cómo
se formulen las preguntas.
Esto sugiere que la fuerza de la
inevitabilidad está comenzando a moverse contra el Brexit. "Todos
sabemos que el Brexit tiene que ser cancelado," los votantes pueden
concluir pronto, así que "¿por qué no se ponen manos a la obra los
políticos?"
(*) Economista jefe y copresidente de Gavekal Dragonomics
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