El antaño adorado Macron tiene su popularidad por los suelos (26%).
El detestado y estrafalario Trump se mueve en terrenos, para muchos,
deseables( 43'8 %). El francés se enfrenta a un dilema capital y que
brotará en más latitudes: ¿se pueden hacer reformas serias en un estado
de bienestar sin rascar verdaderamente el bolsillo de los ciudadanos?
Parece que no es tan sencillo.
Ante la propagación de los disturbios en la capital francesa,
aparentemente no multitudinarios pero sí de considerable virulencia,
Macron ha debido recular, congela durante seis meses la subida del
gasóleo, de la electricidad y disminuirán las exigencias en la
inspección de los vehículos.
No se sabe si esto va a desactivar el movimiento de los chalecos
amarillos algo que empieza a despertar ansias miméticas en otros países.
Uno de los líderes rebeldes ha manifestado ya que las concesiones son
migajas y lo que ellos querían era la barra de pan entera. No acudirán a
una reunión propuesta por el gobierno.
Un líder político de la
oposición declara con sorna que las autoridades han decidido eliminar la
gota que colma el vaso pero han dejado el vaso y el primer ministro,
conciliador, apunta, retrocediendo, que no hay impuesto que merezca
romper la unidad de la nación.
El dilema gubernamental francés emerge. Temen que la suma de los
descontentos se transforme en una peligrosa coalición y no ven el
remedio para calmar las aguas. Macron es uno de los grandes apóstoles
medioambientales. Manifiesta que el calentamiento global es una de las
amenazas de la historia. Para contenerlo ideó estos impuestos que
disuadan al ciudadano de utilizar determinados medios de transporte al
tiempo que incrementa la recaudación.
Ahora bien, los franceses que
deben ser las personas, después de los daneses, con mayor carga
impositiva europea se han rebelado( 70% simpatizan con los chalecos
amarillos). Aprovechan la anunciada subida de impuestos para pedir un
aumento del salario mínimo y el restablecimiento de una tasa a las
grandes fortunas.
Mientras los medios de derecha americanos se refocilan con las
desventuras francesas, el globalista Macron se empapa de nuevo de que si
no puede ahora, al abortar la subida, recaudar más impuestos y ha de
cumplir el déficit decretado por Bruselas tendrá que cortar prestaciones
de algún sitio. Lo que algunos que disfrutan del estado de bienestar no
quieren comprender: más servicios significa mayores impuestos. Y la
gente, mimada, se encrespa.
(*) Embajador de España
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