SAO PAULO.- El presidente electo de Brasil, Jair
Bolsonaro, que asume el poder el 1 de enero, se ha rendido a la fórmula
liberal para "rescatar" la economía del país sudamericano, un gigante
que sigue avanzando a marchas lentas después de superar la mayor
recesión de su historia.
Tras admitir públicamente
que no entiende sobre el asunto, el ultraderechista le ha ofrecido el
timón de la mayor economía de Latinoamérica a Paulo Guedes, un "chicago boy" de línea dura y mentor del programa que el Gobierno pretende
implantar para enderezar las maltrechas cuentas públicas.
El plan del futuro ministro de Hacienda para reflotar la
economía se sostiene sobre algunos de los pilares centrales del
liberalismo, como el aumento de las privatizaciones, las reformas
fiscales y el recorte de gastos, y contrasta con la visión "estatizante"
de Bolsonaro en el pasado.
Convertido en liberal, el
capitán de la reserva del Ejército se ha comprometido a llevar adelante
los preceptos de su gurú económico para recuperar Brasil después de dos
años de dura recesión en los que la economía se desplomó un acumulado
de casi 7 puntos porcentuales y otros dos años de débil crecimiento.
El producto interior bruto (PIB) de Brasil avanzó un tímido 1 % en 2017
y lo hará otro 1,30 % en 2018, menos de la mitad de lo que los
analistas del mercado financiero preveían a comienzos de año.
Los brasileños, sin embargo, están optimistas y un 65 % de los
entrevistados este mes por el instituto Datafolha cree que la situación
económica mejorará en los próximos meses, frente al 23 % que opinaba en
ese sentido en el sondeo realizado en agosto pasado.
El futuro Gobierno quiere cumplir con las expectativas de los ciudadanos, pero la tarea del equipo económico será hercúlea.
Entre los principales desafíos está la reducción el abultado agujero
fiscal en las cuentas públicas de Brasil, que en 2018 cerrarán en rojo
por quinto año consecutivo, y el control de la deuda bruta del país,
equivalente al 77,3 % del PIB, cuando en 2014 rondaba apenas el 50 %.
Con el objetivo de recomponer la situación de las arcas públicas, el
futuro Ejecutivo ha anunciado la intención de avanzar en un vasto plan
de privatizaciones, que podría alcanzar una parte de la petrolera
estatal Petrobas, pero no el grueso de la principal joya de la corona.
Bolsonaro, siguiendo los consejos de Guedes, ha prometido mayor
apertura económica y una reducción de la burocracia y la carga fiscal,
todo ello siguiendo una de las principales recetas del liberalismo
ortodoxo: el Estado, cuanto menor, mejor.
A la hora
de aplicar la tijera, Bolsonaro llega con una parte del terreno
asfaltado gracias al actual presidente, Michel Temer, quien en 2016
inició un severo plan de austeridad que incluyó como principales
banderas una polémica reforma laboral y la aprobación de un techo para
los gastos públicos.
Temer, sin embargo, dejó en el
tintero la reforma del sistema de pensiones y jubilaciones, un proyecto
que los analistas del mercado financiero consideran fundamental para
arreglar las cuentas y cuya aprobación dependerá del apoyo del Congreso.
Para ello, Bolsonaro, quien se presenta como el abanderado de la nueva
política a pesar de sus casi 30 años como diputado, deberá mostrar juego
de cintura y seguir la pauta del Legislativo, que durante décadas ha
condicionado la aprobación de medidas a las concesiones otorgadas por el
Gobierno.
Además del corte de gastos y la apertura
comercial, la hoja de ruta del equipo económico de Bolsonaro contempla
una reorganización de las relaciones comerciales, las cuales podrían
implicar una "revisión" del Mercosur y un posible cambio en las
preferencias entre China y EE.UU.
China es el mayor
socio comercial de Brasil desde 2009, pero el deseo de Bolsonaro de
acercarse al Gobierno del presidente estadounidense, Donald Trump, ha
abierto una serie de interrogantes sobre la fortaleza de los lazos
económicos entre ambos países.
A ello se suma la
intención del ultraderechista de trasladar la embajada de Brasil en
Israel de Tel Aviv a Jerusalén, una decisión que, en caso de
concretarse, podría poner en juego millones de dólares en exportaciones
debido al malestar causado entre los países árabes, uno de los
principales compradores de carne de Brasil.
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