Resulta que, dentro de los líderes occidentales, Trump es el más
apreciado en el interior de su país. Tiene 44% de aprobación mientras
Macron, hasta hace meses superstar, cae al 20, Merkel, ya en la rampa de
salida, ve palidecer su estrella y la señora May atraviesa un desierto
de rechazo y de pesadillas. Cada día le trae una. Su país está más
dividido que el nuestro, lo que ya es decir, los diputados de su partido
conspiran para derrocarla y el Brexit se complica y agria
imparablemente.
La prensa europea asiste entre asustada, pasmada y alguna contenta de
que eso le ocurra a un país al que le encanta dar lecciones, al drama.
La decisión de May de atrasar una trascendental votación en los Comunes
que sabía desde hace fechas que iba a perder, arranca titulares europeos
lesivos para la Primera ministra: “Risas y chanzas sarcásticas”, apunta
el Corriere Della Sera, “el caos es completo” señala el francés Liberation, “nadie sabe lo que va a pasar” apostilla el sueco Svenska Dagbladet. “El último giro de la saga infernal” o “confusión e incomprensión” recalcan otros.
Las bofetadas son inclementes para la primera ministra en su tierra.
Saber que vas a perder una votación, en la que te juegas literalmente tu
carrera, a causa de la deserción de tus propios compañeros es duro. Que
el Comité del Tesoro de la Cámara de los Comunes anuncie que el
análisis del Gobierno sobre las consecuencias del abandono de la Unión
Europea fue inadecuado añade más oprobio a la conducta del equipo de
May.
Con la prensa radicalmente dividida, el Mail, el Telegraph y el de enorme circulación The Sun a favor de la salida, y otros, The Guardian y Financial Times
partidarios de quedarse, hay una creencia generalizada de que el país
perderá económicamente en cualquiera de los escenarios que se
contemplan, el noruego, el canadiense u otros.
Según unos, el país
estará irremisiblemente peor dentro de 15 años. Su economía se encogerá
en el 2´4% en un supuesto no pesimista. En un 10´7% si no hay acuerdo de
salida.
May coge de nuevo su bastón de peregrino para mendigar ante la Unión
que le den más caramelos para endulzar el trago del acuerdo a sus
diputados díscolos. Juncker le anuncia que no se puede tocar nada. Eso,
da a entender, abriría un peligroso melón. Hasta Sánchez podría pedir,
si se abre, que el compromiso de Gibraltar quedase reflejado de forma
más solemne y eliminar las dudas existentes en España sobre su firmeza.
Cameron debe estar maldiciendo el día en que, por rencillas en su
partido, alumbró el referéndum. La señora May debe odiarlo aunque le
deba el puesto.
(*) Embajador de España
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