martes, 4 de diciembre de 2018

Los “chalecos amarillos”, el movimiento más indefinible desborda al “macronismo”

PARÍS.- El movimiento de los "chalecos amarillos" es un tormento para políticos, periodistas y cualquiera con la urgencia de definirlo e interpretarlo. Resulta muy difícil delimitar los confines de una protesta que, por elevación, ha acabado convergiendo en un solo punto de mira: el presidente Emmanuel Macron.

Los estudiosos podrán analizar con la perspectiva del tiempo cómo una combustión por generación espontánea puso en jaque al líder que debía comandar la respuesta global al populismo.
Aunque existen innumerables precedentes de movimientos nacidos directamente de la cólera popular, sin necesidad de demiurgos, suelen tener un objetivo común hacia el que dirigen su energía. Así sucedió por ejemplo con la Primavera Árabe, centrada en derribar las autocracias que dirigían esos países pero sin un programa coherente o unitario para reemplazarlas.
En Francia, la indignación por el aumento de las tasas a los carburantes -cuyos efectos sienten más aquellos conductores que deben hacer cada día decenas de kilómetros para ir a trabajar- ha sido el detonante, y las redes sociales, su onda expansiva.
El malestar es difuso, lo que ayuda a inscribir a los “chalecos amarillos” dentro de la ola populista y antisistémica que recorre el planeta.
Hace ya tiempo que sus reivindicaciones rebasaron el umbral de la gasolina. Se trata de una impugnación a la totalidad del mandato del presidente Emmanuel Macron, y por extensión del conjunto de la clase política, pese a los intentos de apropiación partidista que llegan desde los extremos.
La mejor forma de verificar la heterogeneidad del movimiento es pedir a cualquier ciudadano francés que trate de describirlo: no habrá dos en la misma sala que consigan ponerse de acuerdo.
Sin embargo, hay ciertos hechos irrefutables que permiten afirmar que se trata de una reacción procedente de la Francia periférica y rural, y que son más bien las clases medias depauperadas quienes han tomado la iniciativa.
Resulta interesante ver que en los suburbios de las grandes ciudades, donde se concentran los vecindarios más pobres del país, no ha prendido la llama. Y eso que tradicionalmente ha sido en las “banlieues” donde estos conflictos sociales emergían con mayor facilidad.
En una tribuna en el semanario Le Journal du Dimanche, varios autoproclamados fundadores del movimiento apuntaban ciertas exigencias que podrían emparentarlos con el 5 Estrellas italiano: revisión en profundidad del sistema fiscal, apuesta por la democracia participativa o purificación de la clase política.
También se les ha querido comparar con el “poujadismo”, una revuelta de tintes reaccionarios protagonizada por la pequeña burguesía en la década de los 50 y que fue el embrión del Frente Nacional.
Pero de nuevo, cualquier esfuerzo por encasillarlo, como ya sucedió con los “indignados” del 15-M en España, será infructuoso.
Este movimiento, como ha apuntado el politólogo Pascal Perrineau, es un reflejo que le devuelve su imagen al presidente.
Macron, un electrón libre que basó su campaña en su alejamiento de los partidos tradicionales y de la vieja forma de hacer política, pertenece a una “nueva era” al igual que los “chalecos amarillos”, a juicio de ese investigador de la universidad SciencesPo. 
“Macron inventó en el mundo de arriba un extraordinario movimiento de disrupción política, y ahora es abajo de la sociedad donde eso está sucediendo”, señaló Perrineau en una reciente entrevista en la emisora “Europe 1”.
Para el experto, tanto el joven presidente (40 años) como los manifestantes del chaleco reflectante responden a “nuevas formas de movilización, de organización, de gestión de crisis, que se están reinventando”.

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